En España, se considera el western como un género principalmente cinematográfico. Es cierto que tenemos otros referentes populares como los cómics de Blueberry, los libros y tebeos de El Coyote, o las novelitas de Marcial Lafuente Estefanía, pero no ha sido demasiado conocida la literatura más seria que ha tenido el Far West de fondo.
Recientemente, varias editoriales están publicando novelas de calidad que van más allá de las clásicas novelitas “de a duro” –sin que con esto estemos ninguneando, ni mucho menos, esa deliciosa variedad de pulp- con las que asociamos generalmente la literatura western.
Warlock consiguió ser finalista –nada menos– del premio Pulitzer en 1958. Y es que esta novela de Oakley Hall no es simplemente un relato de tiros, caballos y pasiones recalentadas bajo el sol de poniente.
La obra toma varios elementos de la historia real del viejo oeste, en especial el infame duelo en el OK Corral, para ofrecer un relato realista y complejo de los últimos pasos que se dieron para civilizar los territorios salvajes de Estados Unidos.
Warlock es un pueblo minero cuya situación legal está en un limbo, pendiente de ser aprobado como municipio, y dependiente de la alejada ciudad de Bright’s, a su vez bajo el gobierno militar de un senil General, y con un tribunal de justicia poco fiable.
Los comerciantes de Warlock, hartos de los desmanes de cuatreros y alborotadores, no tienen suficiente con los poco preparados –y poco duraderos- ayudantes del sheriff, de modo que contratan a un comisario, Clay Blaisedell, que no es más que un pistolero a sueldo de gran fama.
A pesar de que todo el libro gira en torno a este personaje, en realidad se trata de una novela coral en la que se narran las historias de varias figuras del pueblo, incluyendo varios episodios en forma de diario personal de uno de los comerciantes que, a modo de coro griego, analiza de manera pesimista la condición humana, basándose en lo que está sucediendo en Warlock.
Oakley Hall se adelanta unos años a la tendencia cinematográfica del western desmitificador que, de forma excelente, cultivaron directores como Sam Peckinpah o Sergio Leone, y huye de manierismos para describir personajes complejos, cuestionando y diseccionando los fundamentos de la América contemporánea.
Nadie es lo que parece ser en un principio: tanto los héroes como los villanos. Incluso las damiselas y las fulanas. Todos tienen sus dudas y sus razones para hacer lo que hacen, y no suelen responder a lo que cabría esperar.
Al fin y al cabo, la historia, leída en sinopsis, no parece distinta del clásico relato de duelos al sol y asaltadores de diligencias.
El autor, además, no duda en recrearse por igual a la hora de describir reacciones psicológicas y ambientes. Oakley Hall tiene la capacidad de meternos en el pellejo de los personajes, y terminamos sintiendo su miedo, su frustración e incluso lo molesto que es el sempiterno polvo en suspensión de las calles de Warlock.
Si a todo esto le sumamos una trama política sobre los sindicatos de mineros, nos encontramos con una gran novela llena de sustancia, pero también de emoción y entretenimiento que se lee en un suspiro pese a su contundente número de páginas.
Warlock tuvo una notable y casi inmediata versión cinematográfica, dirigida en 1959 por Edward Dmytryk y con un elenco de lujo: Richard Widmark, Henry Fonda y Anthony Quinn. Un buen western, pero mucho más simplificado y convencional que la novela. Las mayores diferencias: la eliminación del tema de los mineros y la estandarización de los personajes femeninos.
Sin ser una adaptación oficial, la serie de televisión Deadwood se acerca mucho más a los planteamientos de Warlock, donde la violencia y los chanchullos demuestran ser el fundamento de la civilización, el orden y algo parecido a la paz.
Sinopsis
Agosto de 1880. La canícula y la densa neblina desdibujan los contornos de la ciudad fronteriza de Warlock, un lugar huérfano de ley donde el robo, las reyertas y el crimen están a la orden del día.
El puesto de ayudante del sheriff pesa como una maldición sobre quien se atreve a ocuparlo; pocos tienen el valor de intervenir en las trifulcas entre mineros borrachos y fulleros, y menos aún de enfrentarse a la banda de cuatreros liderada por Abe McQuown. Pero un nuevo pistolero ha llegado a la ciudad. Armado con sus Colt Frontiers de oro, Clay Blaisedell acepta el reto que le ofrece el Comité de Ciudadanos de ser el nuevo comisario de Warlock.
Pero tal vez su temple y sus revólveres no sean suficientes para implantar el orden en una ciudad que devora a un hombre cada mañana.
Pocos como Oakley Hall supieron reflejar el espíritu de una nación forjado a ritmo de duelos al sol, rondas de whisky, vínculos de amistad inquebrantable y odio hasta la muerte. Warlock, auténtica pieza de culto que trasciende los límites del género literario en el que se inscribe es eso y mucho más.
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