El tenor canadiense, fallecido en julio de 2015, protagonizó, junto a la también desaparecida Joan Sutherland, una intensa versión de Samson, de Haendel.
Cuando el negocio de la ópera comenzó a no serle rentable, Haendel canalizó sus afanes dramático- musicales a través del oratorio, cuya puesta a punto resultaba menos costosa en tiempo y materiales.
Ello no quiere decir que estas obras oratoriales, magníficas cualquiera de ellas que se considere (un ejemplo sublime: Theodora), no lleven en sí una carga, a menudo demasiado ostentosa, de posibilidades escénicas, algo que a través del tiempo se ha ejemplarizado, al ser motivo de numerosas teatralizaciones a todo tren y sin ningún escrúpulo religioso en los espacios ad hoc, permitiendo de este modo descubrir unos aspectos o recovecos ínsitos en la partitura e incapaces de salir a la superficie a través de una simple realización concertística.
Ahí van los ejemplos de la sensualísima Semele o del potentísimo Hércules, verdaderas óperas “inglesas” en una época en que este género como tal apenas existía o carecía de relevancia.
Samson, que se diferencia de las dos anteriores en que su tema es claramente bíblico, o sea, correctamente oportuno, conoció igualmente destacadas presencias en escenarios ingleses. No hace tanto, aún podía disfrutarse de nuevo en el Covent Garden londinense, bajo las direcciones escénica de Elijah Moshinsky y musical de Sir Roger Norrington; y en 2004, en Amsterdam, el montaje del tándem Mirjam Koen–Gerrit Timmers y Christopher Moulds fue considerado uno de los mejores espectáculos de aquella temporada.
El gran tenor canadiense Jon Vickers, por su lado, además de ser un Samson “normal” de referencia inevitable, el de Saint-Saëns, lo fue también, con similar aprovechamiento, del haendeliano.
Quien fuera Peter Grimes, Don José, Florestan, Tristan, Canio, Eneas y, por encima de todos los anteriores, un inolvidable Otello, encontró en el escarmentado juez de Israel un personaje digno de su estatura actoral, comparable a las entidades líricas anteriormente relacionadas.
Páginas como Total eclipse, quizá la más representativa del Sansón haendeliano, adquirían en su voz y en su interpretación niveles expresivos insólitos, potenciados en escena por su imponente disposición actoral nada extravertida ni de ostentación fácil, sino al contrario de una profunda y sobria caracterización.
Se conserva justamente de Total eclipse una soberana lectura, más madura en edad y experiencias, realizada para la televisión canadiense de 1984, donde esas cualidades resplandecen con inatacable suntuosidad y vigor. Pero fue una interpretación suya de enero de 1959, desde el primer escenario inglés, el de la Opera House, la que ha pasado a formar parte de la leyenda personal. Hela aquí ofrecida por Gala.
En ella brilla con cierta luz propia también el resto del equipo, nombres especializados en la obra haendeliana en época de vacas flacas para el compositor sajón (los intérpretes ingleses mantuvieron, con justicia, siempre su memoria): Joseph Rouleau (Manoa), un canadiense como Vickers, afecto sin embargo al mundo anglosajón, Lauris Elms (fervorosa Micah), la espléndida Joan Carlyle (sugestiva Dalila antes de que Karajan la eligiera para su Nedda discográfica) y, en especial, Joan Sutherland.
Cuando la australiana, hasta entonces una oscura soprano todoterreno (¿quién no recuerda su sacerdotisa verdiana y su Clotilde belliniana al lado de la inmensa Callas?) interpretó Let the bright Seraphim un escalofrío recorrió el teatro antes de decantarse en un entusiasmo delirante: acababa de echar a andar un mito.
GEORG FRIEDRICH HAENDEL (1685-1759): «Samson». Jon Vickers, Joan Carlyle, Joseph Rouleau, Lauris Elms, Joan Sutherland, James Pease / Orquesta y Coro de la Royal Opera House. Raymond Leppard, director (grabado en directo en 1959) / GALA / Ref.: GL-100813 (2 CD) D7 x 2
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