En “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” (Ficciones, 1944), Borges hace que Bioy Casares, recordando la Anglo American Cyclopedia, cite a un heresiarca de Uqbar: “Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables porque lo multiplican y lo divulgan.”
Esta meditación borgiana me lleva a recordar a Susan Sontag (1933-2004), una de las pensadoras más agudas de su tiempo. Sontag publicó en 1977 Sobre la fotografía, un compendio de ensayos en los que reflexiona sobre cómo la fotografía, desde sus comienzos en la década de 1830, acompaña al mundo moderno. Un mundo que, no por casualidad, nacía en la misma época.
El libro de Sontag es prolijo. No tiene una dirección unívoca y no se puede resumir. Hay fotógrafos que cita reiteradamente, revelando sus preferencias. Por ejemplo, Walker Evans, Dorothea Lange y el resto de los que trabajaron en la Farm Security Administration, una agencia del New Deal, durante los años treinta. También hace hincapié en Ansel Adams y en sus trabajos sobre los japoneses internados en campos de concentración como el de Manzanar, en California, durante la Segunda Guerra Mundial. Le interesan asimismo Lewis Hine ‒conocido por su fotografía de carácter social, centrada en el trabajo infantil‒ y otros autores más recientes, como Cartier-Bresson y Avedon.
Hay dos cuestiones planteadas por Sontag que me han parecido relevantes. La primera es que una fotografía cambia según el contexto en el que se ve: “una hoja de contactos, una galería, una manifestación política, un archivo policial, una revista, un libro, la pared de un sálón.”. En este sentido, ella cita un argumento de Wittgenstein a propósito de las palabras: “su significado es el uso”.
En el Tractatus (1922), concretamente en la proposición 3.2.6.2, Wittgenstein dice: “Lo que no alcanza a expresarse en los signos es cosa que muestra su uso”. A esto añade Sontag que la fotografía, en sus diferentes contextos, contribuye a “esa partición de la verdad en verdades relativas que la conciencia liberal moderna da por sentada.”
La segunda cuestión es abordada por Susan Sontag a partir de Ludwig Feuerbach, quien señalaba en 1843 que nuestra era “prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser”.
El signo por excelencia de la modernidad radicaría en la autonomía de las imágenes, que tendrían identidad propia al margen de la realidad. En opinión de Sontag, Feuerbach supone que las nociones de realidad e imagen son estáticas. Ella argumenta que eso no es cierto: son dinámicas. Cuando cambia la noción de la realidad, también cambia la de la imagen y viceversa. El resultado, ciertamente aterrador, es que cuando la realidad se debilita, las imágenes se convierten en nuestra auténtica realidad: el paraíso soñado e inmutable. Supongo que es lo que ocurre tanto con las imágenes publicitarias como con las de viajes.
Esto último resulta fascinante, pero también inquieta. De hecho, en mis recuerdos, a veces no logro discernir si son precisos, o si los modifican las fotografías que guardo de mi propia vida.
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