Purita Campos (1937-2019) fue de esas pocas personas que al cruzarse en tu camino te hacen desear tener bastantes más años para haberlas conocido antes. Así de especial era Pura.
Como autora de cómics, fue el editor Joan Navarro quien tuvo el mérito de reeditar Esther y su mundo y propiciar un revival que la resarció un poquito del reconocimiento mediático que hubiera debido obtener desde los años 70. El fenómeno logró la maravilla de devolverla al dibujo activo de cómics ya septuagenaria, gracias a su enorme talento y a los guiones modélicos de Carlos Portela.
Purita fue demasiado tiempo ignorada como autora de éxito por el establishment periodístico y gremial, pero tal vez en compensación se ganó una envidiable base de fans entusiastas que poquísimos profesionales disfrutan en vida. Su pérdida fue muy triste para sus admiradores y quiero expresar mi reconocimiento a todos ellos, y sobre todo a todas ellas, que asumieron la tarea de transmitir la trascendencia popular que la obra de Purita lleva décadas cosechando. Mi mayor respeto a ese trabajo infatigable y que sumó espontáneamente cientos de adhesiones.
Purita Campos era una mujer de carácter, apasionada y que no se andaba con rodeos. Creo que por eso congeniamos y, desde luego, por eso la admiré mucho más aún de lo que ya se admira a alguien con tamaña dote artística.
En colaboración con el guionista británico Philip Douglas, Pura dibujó Patty’s World para el mercado inglés desde 1971 a 1988, y durante gran parte de ese período la serie también triunfó en el mercado español bajo el título Esther y su mundo.
Veinte años después, Purita no sólo resucitó a su personaje estrella gracias a su talento y al del guionista Carlos Portela, sino que ambos convirtieron este título en uno de los más exitosos del cómic nacional, demostrando que las series españolas también pueden triunfar en el mercado autóctono. En abril de 2008, con motivo de la aparición del segundo volumen inédito de Las nuevas aventuras de Esther y con el objetivo de entrevistarla, visitamos a Pura Campos en su casa y estudio donde, acompañado de su entrañable esposo, el también autor de cómics Francisco Ortega, nos dio una lección de constancia, profesionalidad y estilo. Ni la mismísima Esther la superaría.
¿Crees que este revival de lo retro que estamos viviendo continuamente ha ayudado a generar más interés por Esther y su mundo, como parece probar el éxito de las ilustraciones de Jordi Labanda y sus mil imitadores por demanda de los medios?
Sí. (Reflexiona ) Bueno, ese estilo de Jordi Labanda yo también te lo puedo hacer. Por la edad que tiene quizá me ha leído. Bueno, yo también he mirado a mucha gente cuando empezaba.
En todo caso, él volvió a poner de moda un estilo naïf setentero.
Sí, él lo hace porque siente esa época. Pero yo la he vivido. Yo lo puedo hacer más genuino. Mi juventud fueron los años 60 y 70, y me impactaron muchísimo. Sobre todo ir a Londres. Yo fui a Inglaterra en el año 62, porque tenía allá una amiga au pair . Yo era muy joven entonces…
Y muy guapa, por cierto.
(Coqueta) Hombre, en una foto siempre te pones para estar guapa… En el 62 fui a Stratford para pasar una semana y me pasé tres meses. Los propietarios de la casa no querían que me fuera. Yo tenía habitación de invitados. No trabajaba, pero como sabía mucho de moda, aconsejaba a la señora la ropa que se tenía que poner, le peinaba aquellos pelos que llevaban todos crepados de moda en los 60, les pinté un mural en una habitación… Yo estaba allí de invitada. Me fui, pero ellos estaban encantados.
¿Se notaba la diferencia de la vida inglesa con la española?
Mucho. Una diferencia enorme. En el 62 ya se notaba, pero volví en 1971, esta vez a Londres, cuando empecé a hacer Esther, y ya me pareció una diferencia brutal. Londres para mí fue la libertad: su innovación, sus museos, sus calles, Carnaby Street… Para mí era fabuloso vivir allí. Claro, salir de aquella España que teníamos aquí y encontrarme con aquello…
Pero Esther no fue sólo un éxito de los 70…
Es que yo la fui haciendo evolucionar estéticamente. Las historias eran las mismas. Pero yo la hice crecer, empezó con 13 años y cuando terminamos tenía 17 o 18.
Por cierto, hoy sorprende ver una niña de trece años tan espabilada…
(Pura no opina igual ) Eso hoy equivale a las niñas de 9 años. Porque las de 13 ahora aquí ya… La tele espabila mucho.
Pues a mí me sorprende la naturalidad con que una Esther de 13 años habla de sus primeros amores, de salir de fiesta, etc. Su tratamiento me parece mucho más adulto que el de la mayoría de personajes de su edad en las ficciones actuales, que parecen más sobreprotegidos.
Por eso gustaba tantísimo. Incluso yo después me he enterado de que había madres que no dejaban leer a sus hijas Esther. Esther era un poquito… ¡subversiva! (Risas) Un poquito para aquella época. Yo ahora disfruto cuando dibujo Esther. Pienso: “¡Bah, que se le vean las tetas! Qué más da”.
Pero nunca se le ven las tetas. Si acaso, va más despechugada. Nunca vas a hacer como hizo Víctor Mora en los años 80, que desnudó a Sigrid y la metió en la cama con el Capitán Trueno, ¿verdad?
Ah, ¿sí? No lo sabía. Bueno, es lo que estamos haciendo ahora Carlos y yo con Esther. Pero más insinuante. Bueno, en las próximas aventuras, ya me ha dicho Carlos que me prepare, que va a subir el tono. (Risas) Y yo le digo: “Bueno, pero a contraluz”. Más -¿Sientes a Esther muy cercana a ti?
Claro. El personaje fue creciendo y evolucionando conmigo. Desde el principio yo no respeté el personaje. En el año 71 lo creé muy hippy y pop, muy acorde con la época. Yo me sentía muy así y lo transmitía al personaje, con su estilo y sus falditas cortas.
¿Los guiones te llegaban en inglés?
Sí. Me los traducían aquí. Más tarde a veces me los traducía mi hijo, porque así él se ganaba un dinerillo y nosotros no gastábamos tanto.
¿Cambiabas muchos aspectos del guión?
Sí. Yo tenía plena libertad para cambiar cosas o sugerir ideas. Philip Douglas y yo nos llevábamos muy bien. Yo cada año iba a Inglaterra, nos reuníamos juntos, también con la editora, y hablábamos del futuro de Esther. Al principio fue una historia más, pero cuando en la editorial se dieron cuenta de que se vendía mucho más la revista donde se publicaba, de que nuestra serie gustaba más que las otras y que recibían cartas de las fans –cosa que no había ocurrido nunca-, se lo tomaron más en serio. Nos subieron el precio de la página, les interesaba, vieron que funcionaba. Philip una vez me dijo: “Yo escribo los guiones que mi mujer me cuenta”. Su mujer le explicaba cosas de cuando era pequeña, adolescente, aventuritas… Él me había dicho que su esposa era su imaginación. Y Philip le daba forma.
¿Qué te gustaba más de la serie y qué preferías destacar tú desde tu área de control?
Aunque las niñas compraban Esther y su mundo por el tema romántico, yo creo que en realidad enganchaba por su trasfondo real, por reflejar la sociedad del momento. No sólo se centraba en Esther y sus enamoramientos. A las niñas también les encantaba cómo se presentaban los problemas familiares de Esther, su relación con la madre viuda, los conflictos con las hijas y sus noviazgos… era un todo lo que atraía a las lectoras. Nuestra serie era un reflejo de la sociedad inglesa de entonces, que no tenía nada que ver con la sociedad que teníamos aquí, mucho más cerrada. Claro, las niñas españolas veían una sociedad como la que les hubiera gustado vivir, por eso las atraía mucho más.
¿Cómo vivías tú la pasión de las lectoras, cómo te llegaba su reacción?
En aquella época, Editorial Bruguera –y supongo que todas las editoriales de la época- nos tenía a los dibujantes como… ( Duda en ser rotunda )
…como una especie de obreros a destajo…
¡Efectivamente! Los que tomaban decisiones eran el director y cuatro que había por allí que… bueno, mejor me callo. Pero sí, recibí muchísimas cartas de toda España. Cuando iba a la editorial, a veces me daban cajas llenas de cartas. Y yo las leía. Querían que las contestara, pero yo no podía contestarlas todas. Tenía que trabajar, sacar tres páginas a la semana. Que me perdonen las niñas de entonces, pero me era imposible.
¿Y esa obsesión de Douglas por la cleptomanía? Sólo en los dos primeros álbumes, a Esther la acusan cuatro veces de haber robado.
Es que eso en Inglaterra inquieta mucho… (Risas).
Tengo entendido que has estado prácticamente veinte años sin Esther y su mundo en tu propio mundo, concretamente desde 1988. ¿La echaste a faltar?
Bueno, ten en cuenta que también estuve casi veinte años haciendo Esther, semana tras semana, dos, tres y cuatro páginas semanales: son muchos años y muchas páginas.
Vamos, que casi fue un alivio cuando desapareció (Risas).
Sería bonito poder decir que lo sentí mucho. (Risas) Pero no fue así. Cuando me llamaron de Inglaterra y me dijeron que aquello se acababa porque la editorial se dedicaría a publicar otro tipo de revistas, deportivas y de moda, mira, dije: “¡Bah, pues ya toca!”. Tantos años, pensé que ya era momento de dedicarme a otra cosa. Me supo muy mal que después de tanto tiempo, ni me indemnizaran. De un mes a otro, colgada. Yo ya hacía tiempo que estaba por la pintura. Para eso estudié Bellas Artes. Y había empezado en Bruguera pensando que lo de los cómics sería temporal. Sí, temporal. Veinte años.(Risas)
Pero el mundo del cómic es más duro y está menos valorado que el de la pintura, ¿no?
Un cuadro está más valorado económicamente. Pero para vivir cada día, con el cómic sabías que ibas a cobrar cada semana. Un cuadro se vende o no. Y los marchantes pueden llegar a vender a precios altísimos, y pagarte tan sólo un lote para pasar el mes. Y, claro, hay que comer. Hay que vivir.
Así que cuando Esther se terminó, pensé qué podía hacer. Tenía otro personaje que continué haciendo para Holanda, Tina, pero tenía que hacer algo más.
Puse una galería de arte en el Paseo San Gervasio, transformando la boutique que tenían mis padres. La puse muy mona, hice exposiciones de pequeño formato, con Cesc, con Perich. Tuvo mucho éxito a nivel cultural, me vino toda la tele y la prensa. Pero a nivel económico no funcionó. Así que lo dejé.
Esta tienda tenía un piso arriba, donde mi madre había tenido un taller de confección. Así que decidí que en aquel piso iba a dar clases de dibujo y pintura. Empecé con cuatro alumnos, amigos y vecinos del barrio, y terminé con ciento cincuenta alumnos. Aquello sí que me funcionó. Paco ( su esposo ) enseñaba cómics a los niños los viernes. El día más duro. ¿Tú sabes lo que es tener treinta niños juntos, que estén callados, se diviertan y aprendan? Yo acababa molida. Eso duró quince años. Paco se puso enfermo de la vista, tuvimos problemas de salud, así que lo dejamos. Después me he arrepentido, ¿eh? No creas.
Podías haber delegado.
Yo quería delegar. Pero no tuve suerte. No encontré a las personas adecuadas. Así que al final decidí dejarlo. Y me dediqué más a la pintura. ( Suspira ) Más tranquila.
Y un día surge la idea de resucitar a Esther.
Yo ya hacía mucho tiempo que lo hablaba con Paco. Le decía: “Estas niñas que me leían entonces, yo estoy segura de que se deben acordar ahora”. Yo recuerdo lo que yo leía de pequeña, y son cosas que te marcan, que te dan ilusión. Pero era sólo un comentario. Porque resultaba muy arriesgado ponerse a resucitar nada.
Entonces, en el 2002, me invitaron al Salón del Cómic de Gijón, porque… ( Se interrumpe y titubea, hasta resolverse ) Esto hay que decirlo: los críticos, en toda esta época que yo he trabajado, me han ignorado totalmente. Tú leías libros de Coma o de nosequién, que escribían de cómic, y yo miraba si estaba mi nombre: nada, me ignoraban. Hablaban de otros siempre.
El cómic femenino no existía.
No. Esos libros los escribían hombres y consideraban que los cómics hechos para niñas eran unas cosas ñoñas y tontas. Es muy triste, pero es así. Yo no considero que sea tonto lo que se hace para niños.
De hecho, a nadie se le ocurriría cuestionar un género tan masculino como el western.
Y yo admiro a Víctor de la Fuente, me encantaba ver sus dibujos. O a Hugo Pratt. Y lo decía. Y nadie, nadie… pues siempre pasando. (Reímos por lo que parece una pataleta y es una puntualización justa ) Bueno, ese año el Salón de Gijón lo dedicaron a La Mujer , haciéndonos un favor a las mujeres. Vinieron Trina Robbins, Mariel Soria, otra norteamericana que pasaba a tinta Spiderman… (Creo que se refiere a Marie Severin)
Y entonces nos pusieron a firmar ejemplares de nuestros cómics. Tocaba firmar. Pues a firmar. “No sé quién va a venir”, pensaba yo: “¿Quién se va a acordar de mí después de veinte años?”. Todos tenían dos o tres, cuatro, personas en la cola. Y de pronto a mí me empieza a venir gente, gente… y se me hace una cola como de cincuenta personas. Increíble (Se emociona). Todas allí con los cuadernos antiguos, viejecitos… Fans de toda la vida, haciéndose fotos conmigo y diciéndome que me querían mucho. Todo eso me pareció increíble.
¿Todas las fans que fueron a verte a Gijón eran mujeres treintañeras?
Sí, todas eran treintañeras. Básicamente. Todas. Para mí unas niñas, claro.
Y cuando volví a Barcelona, nada más llegar me llamó Ediciones Glénat. Me llamaron también Salvat y Planeta.
Les había llegado noticias de tu éxito en Gijón.
Es que había un foro. Y yo no me había enterado, porque yo ni tenía Internet, estaba en otra galaxia. Y vinieron las del Foro, y la webmaster me dio un cassette donde habían grabado todo. Cuando ya aprendí a entrar en Internet, visité el Foro y me di cuenta de que sí, de que tenía un montón de fans.
El primero que me llamó fue Glénat. Fui a verles, me cayeron bien, los vi buena gente, me gustaron. El Sr. Navarro es una persona muy agradable. Y son fans del cómic.
Un día o dos después me llamaron de Salvat. Fue a verlos también. Me dijeron que querían hacer Esther en fascículos, para publicarla en los kioscos, y que querían anunciarla por la TV. Yo pensé: “Esto es fantástico”. Aquello me pareció mucho mejor que lo de Glénat, claro. Pero como yo soy así, y yo ya les había dicho que sí a los de Glénat, aunque sin firmar nada, se lo comenté a Joan Navarro. Él me dijo que podíamos empezar con los libros, y luego pactar con Salvat para que ellos se ocuparan de los fascículos, etc. Pero todo eso ha quedado en el aire. Después no se ha hecho nada. Pero ya veremos cómo fluirá.
¿Y cómo llegasteis a Carlos Portela? Porque se ha dicho que la idea de crear nuevas aventuras de Esther surgió en una comida con él.
La idea fue mía. Antes de Glénat y Gijón, yo ya comentaba con Paco la posibilidad de hacer una Esther con 35 años, que fuera madre de una niña y todo eso. Así que con Glénat, con Joan Navarro y Antonio Martín, hablamos del problema de los derechos, y lo primero que dijo Antonio fue que empezáramos publicando un libro divulgativo sobre Esther y mi biografía: que fue Esther y el mundo de Purita Campos. Para tomarle un poco el pulso al mercado.
Yo les comenté la idea de dibujar aventuras nuevas de Esther, siendo ella treintañera y madre, y les pareció muy buena idea. Pero, claro, ¿quién lo escribe? Quedó en el aire.
Así que otro año nos invitaron al Salón Viñetas do Atlántico, en La Coruña. El subdirector es Carlos Portela. Carlos y yo estuvimos toda una cena hablando de lo que nos gustaba de los seriales de la tele, de Mujeres desesperadas, Sexo en Nueva York, que si patatín que si patatán… Como Carlos trabaja escribiendo series para la tele gallega, entre otras cosas… Había mucho feeling entre los dos, a pesar de la diferencia de edad, que podría ser mi hijo. A Antonio Martín, que es muy inteligente y cenaba con nosotros, se le ocurrió entonces que Carlos podría hacer el guión. A Carlos le pareció maravilloso, porque me admiraba mucho.
La elección no pudo ser más acertada.
Carlos es muy buen guionista. Se adapta mucho a cualquier tema y todo lo desarrolla muy bien. Yo estoy muy contenta. A veces pienso que es, no te digo la reencarnación de Philip, pero es como si Philip viviera ahora y se hubiera actualizado.
Y ajustado a un formato mucho más constreñido como es el álbum de 48 páginas.
Y es muy difícil. Porque todo lo que él va enredando al principio, tiene que desenredarlo en las siguientes páginas, y hay que ir con mucho cuidado con los cabos sueltos. Lo de Philip eran pequeñas historias, de 8 en 8, de 6 en 6 páginas. Esto es distinto. Carlos lo hace muy bien.
¿Cómo trabajáis juntos, cuál es vuestro método?
Es un sistema muy bueno. Carlos me envía una escaleta. Claro, él lo hace al estilo de TV. Y a mí me viene así mucho mejor. Es ideal. Porque yo con la Esther clásica estaba acostumbrada a que me enviaran primero una sinopsis, donde se explicaba todo muy por encima, y cuando recibía los guiones, a lo mejor éstos ya no tenían nada que ver con lo que se había avanzado en las sinopsis.
En cambio, en esta escaleta, Carlos construye un avance de lo que va a pasar en cada página. No viñeta por viñeta, pero sí página por página. Es estupendo, porque eso me da tiempo para buscarme documentación, preparármelo.
¿Pero no divide el guión en viñetas?
No. Al principio lo hacía: me enviaba guiones estrictos, donde se especificaban los enfoques, los planos y tal. Yo le dije que no lo hiciera así, porque me liaba mucho. Yo prefiero lo mínimo. Porque con lo mínimo, yo ya espabilo y decido cómo va a ser la viñeta. Yo lo prefiero así.
Luego, él me manda ya un guión completo, pero sigo teniendo plena libertad para hacer cambios. Y ya últimamente le digo: “No me expliques tantas cosas. Sólo dime si quieres algún tipo de plano. Pero yo ya me las arreglaré”. Yo ya sé que el que habla primero tiene que estar en la izquierda y el último a la derecha. Con demasiados datos, cuando termino de leer la explicación, ya ni me acuerdo de cómo comenzaba.
Y así estamos muy contentos los dos. Él me felicita a mí y yo a él.
Carlos hace un esfuerzo impresionante por ponerse en el punto de vista femenino.
Esas cosas también las hablamos. Algo aporto. Pero él es fantástico. Sabe mucho. Él tiene tres hermanas, una esposa y una hija. Él ha vivido ese mundo femenino.
¿Cuánto te toma el dibujo de cada álbum?
Uy: tiempo. Es que hago otras cosas. Restauro las historias clásicas también, más las portadas nuevas para sus reediciones. Cuatro cubiertas de cuatro libros al año, más casi cuatrocientas páginas que tengo que restaurar, más las veintiocho ilustraciones que llevan… Yo hice más de tres mil páginas, así que la reedición de Esther y su mundo da para… yo qué sé, ¡treinta libros! Imagínate.
Tus personajes siempre están a la última y aparecen con mil fantásticos modelitos. ¿Te hubiera gustado dedicarte a la moda? ¿Es una espina que tienes clavada?
Me hubiese gustado dedicarme a la moda. Mucho. Realmente lo mío era la moda. Mi madre era modista, una artista en lo suyo, había trabajado en Santa Eulalia, con los mejores. Desde muy pequeña, yo siempre he visto en mi casa ropa, telas, tijeras, la máquina de coser y revistas como el Harper’s Bazaar, el Vogue, estas revistas que entonces sólo las tenían la gente muy rica y pija. Pero mi madre por su trabajo también las tenía, porque tenía muy buena clientela, incluso muchas revistas las traían las propias clientas. Y aquellas revistas las devoraba. Me encantaban.
Yo vivía la moda, pero no quería ser modista. Me encantaba dibujar, hacía modelos para mi madre. Y entonces decidí que quería ser diseñadora de moda. Estudié Artes y Oficios. Y me coloqué en una casa de figurines.
Hacían revistas de moda dibujada. Que ahora no hay. Pero yo te estoy hablando de los años 50. Lo dibujábamos todo con pistola, con aerógrafo: allí aprendí a utilizarlo. Todo eso es oficio que va sumando.
Y me gustaba mucho inventar modelos. Años antes de empezar Esther, monté una boutique con mi madre, y hacíamos ropa. Yo la diseñaba y vendía en la boutique. Más tarde buscamos un representante y empezó a venderla por toda España. Nos compraba El Corte Inglés, los sitios más pijos. Yo creé un apartado, dentro de esa moda más clásica de la boutique, para una línea de moda más loca, que yo diseñaba también. Me basaba un poco en Courrèges y en Paco Rabanne. Iba a calle Hospital y compraba cerraduras de puertas, anillas, cosas que ponía por la ropa. Todo eso gustaba mucho. Y la vendía en la calle Tusset. Allí acudía la gente más pija a comprar, todos estos que eran habituales del Bocaccio.
¿Eras parte de la gauche divine?
(Con cierto desdén) -¡No! (Risas) Yo participaba con la ropa, nada más. Luego, a veces veía en el Fotogramas la foto de alguna llevando en el Bocaccio algún modelo mío. Y eso me hacía gracia.
Y eso empezó a funcionar bastante bien. Llegó un momento que tuve que poner un contable, la cosa ya iba en serio.
Pero ya tenía a nuestro hijo y yo lo llevaba muy descuidado. Era muy pequeño y lo tenía una señora que lo cuidaba. Y empecé a pensar que quería más a aquella señora que a mí, y cosas así. Claro, el niño no me veía, porque yo estaba todo el día en el taller, trabajando.
Una madre trabajadora, como la mayoría ahora.
Claro. A veces llevaba al crío al taller, y él cogía la ropa que estaba encima de la mesa y la tiraba toda al suelo. Era rebelde. Estaba en contra de todo aquello. Llegó un momento que pensé que tenía que tomar una decisión y entonces lo dejé. (Se emociona, en un segundo los ojos se le humedecen) Y eso que el contable me dijo que aquel negocio era muy saneado. Pero pensé que tenía que dejarlo. Es que absorbía mucho.
Si yo no hubiera tenido al niño, me hubiese dedicado plenamente, porque me apasionaba. Pero era una cuestión de quedarse noches allí en el taller, creando diseños, sin importarte el tiempo. Te has de dar.
Así que fui a Bruguera y pedí al Sr. González, que era quien me conseguía trabajos de vez en cuando para Inglaterra, un serial. Porque pensé: “Mira, me quedaré en casa, y con un serial me aseguro por lo menos un año de trabajo, y lo puedo compaginar”. Y entonces me llegó Patty. Esther, vaya. Trabajaba por el día, mientras el niño iba al colegio, y cuando él salía, yo ya había acabado: lo iba a buscar, a comprar, merendábamos, veía la tele con él… Y por la noche, cuando ya estaba durmiendo, yo me ponía un rato más a dibujar, hasta las dos o las tres. O sea, podía combinar ese trabajo con la maternidad. Es muy diferente a lo otro, pero tampoco me fue mal.
O sea, que sí te ha quedado esa espinita.
Siempre. Cuando veo al Toni Miró… todos éstos son de aquella época. Y bueno, sí, yo tenía un potencial, pienso que podía haber… (Se interrumpe, absorta)
Típica disyuntiva entre madre y artista.
Sí. Por eso ahora cuando muchas se quejan de tener que compartir el tiempo… yo ya sé qué es todo eso. De aquella época, algunas ya sabemos lo que es trabajar y ser madre. Y me parece muy bien la emancipación. Pero un hijo es un hijo. Has de elegir.
¿Se puede decir que Las nuevas aventuras de Esther es un serial para mujeres de hoy?
No es una serie rompedora. Tiene un poco de todo. Esther está separada, tiene una hija, ha de trabajar para vivir… Es una mujer independiente. A su ex no le van bien las cosas, es ella la que lleva el peso de la casa. Si eso no es ser actual, ya me dirás.
¿Crees que estáis llegando también a lectoras nuevas y más jóvenes?
Yo te diría que sí. Pero eso hay que mimarlo, cuidarlo un poco. Yo ya me he encontrado con niñas que están enganchadas, que les encanta. Tal vez porque sus madres ya habían leído Esther, pero hay otras que no. Es algo que no se puede dejar, que hay que canalizar editorialmente. Tengo fans veintañeras también. E incluso chicos.
A mí me hace mucha gracia cómo hasta en su introducción, Portela se dirige a “lectoras”, como asumiendo un rol de guionista para féminas, cosa muy divertida. Pero creo que es un cómic para todos los sexos, como todo lo que está bien hecho.
Sí. El otro día en el Foro se metió un chico a decir que le había encantado Esther. Y todas le dieron la bienvenida enseguida. Y luego está el colectivo gay , que también me leían cuando eran pequeños.
Uy, si tienes de tu lado al colectivo gay, éxito seguro.
A mí me han entrevistado de la revista Shangay.
Falta un personaje gay en Esther.
¿Por qué no?
¿Qué crees que nos depara el fenómeno Esther, adónde crees que llegará su revitalización?
A mí me gustaría que se promocionara más. Y que se vendiera mucho más. Se está vendiendo mucho para el mercado del cómic y Glénat le está dando la mayor promoción que puede. Pero ahora tú imagínate Esther” en los kioscos. Se puede vender aún muchísimo más. Si ahora vendiéndolo sólo en las librerías especializadas, en el FNAC y en El Corte Inglés, se venden tantos miles de ejemplares, en un circuito tan limitado, si esto se hace en kiosco, puede ser increíble. Eso es soñar ya, no me han propuesto nada, pero también sería bonito hacer un serial para TV. Carlos Portela está detrás de ello.
Ahora, ¿hasta dónde puedo llegar yo? Porque oye, todo muy bonito, pero si yo no tuviera que hacer esas trescientas y pico páginas de restauración… Antonio Martín me dice que les dé un retoque ligero. Pero yo no puedo. Yo tengo que restaurar las páginas a fondo.
¿Y no te seduce la idea de formar un equipo artístico que te ayude con la parte gráfica para maximizar la producción de páginas?
No, no, no. Me horroriza. Nadie va a hacer lo que haría yo. No podría.
¿Te satisface empezar a tener este reconocimiento, tardío pero sincero, de tu lugar en el mundo del cómic? Siempre es duro conseguirlo en un medio como el nuestro.
Pero no el reconocimiento de la gente a la que os gusta el cómic, sino el reconocimiento de la sociedad. No se comprende que un cómic puede ser arte. Un cómic es un tebeo, muñequitos, ninotes. Y eso duele, caramba. A mí me cuesta lo mismo hacer Esther que pintar un cuadro. A mí. Y cogen el cuadro y dicen: “¡Oh, qué artista!”.
Pero sí es muy gratificante ser tan bien recibida por el público. Yo me siento muy bien.
Y de momento vas a seguir con las aventuras de Esther hasta que el cuerpo aguante, ¿no?
No, si el cuerpo aguanta. Ahora lo estoy pasando un poco mal, porque tengo lumbago, por culpa precisamente del año pasado, por estar trabajando tanto: diez horas diarias, sábados y domingos incluidos. Todo un año así, este año tengo un dolor en la espalda… Ahora estoy con tratamiento y masajes. Ése es el precio (Risas).
Imagen superior: Purita Campos (Guillem Medina, CC).
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.