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Ossian de Macpherson

En 1761, James Macpherson publicó la traducción al inglés de Fingal, un antiguo poema escocés, escrito en gaélico, que había descubierto en un viaje por las tierras altas de Escocia. Su autor era el bardo Ossian, quien cantaba las hazañas de su padre Fingal, un héroe que era conocido en la épica irlandesa como Fionn mac Cumhaill, pero de quien se ignoraba que tuviera una saga poética de tanta importancia.

Los poemas se tradujeron a todas las lenguas cultas, español, italiano, alemán, húngaro y francés, y fueron recibidos con verdadero entusiasmo. Goethe dijo que prefería Ossian a HomeroWhitman lo comparó con la Biblia. Napoleón llevaba siempre encima un ejemplar de los Poemas de Ossian, aunque se dice lo mismo referido a la Guerra de las Galias, de Julio César, y al Werther, de Goethe, lo que nos hace sospechar que el emperador llevaba la mano en el pecho para que no se le cayeran todos esos libros que los cronistas aseguran que llevaba siempre con él.

Edward Gibbon, autor de la más densa y fascinante historia de la antigua Roma, elogió el llamado ciclo ossiánico que Macpherson había empezado a publicar tras aquel primer Fingal: “La uniforme lobreguez de las Poesías de Ossian, que bajo todos los conceptos son parto de un caledonio castizo». Y añadía: «Fingal cuya nombradía con sus héroes y poetas descuella ahora en nuestro idioma en una obra reciente, se canta acaudillando a los caledonios en aquel trance memorable”

El lector puede observar que, en las dos citas anteriores, Gibbon habla de un “caledonio (escocés) castizo” y de “una obra reciente”, lo que puede aplicarse tanto al bardo del siglo XII llamado Ossian como al “traductor” del siglo XVIII Macpherson, lo que nos hace pensar que el gran historiador fue uno de los primeros en darse cuenta del fraude.

En Memorias de mi vidaGibbon trascribe una carta que recibió del filósofo (y también historiador) David Hume: “Veo que abriga una gran duda en lo que respecta a la autenticidad de los poemas de Ossian. Tiene razón en tenerla. De hecho es extraño que algún hombre con sentido común haya creído posible que la tradición oral pudiera haber preservado más de veinte mil versos, junto con innumerables hechos históricos, durante cincuenta generaciones en la, quizá, nación más tosca de todas las de Europa, la más necesitada, la más turbulenta y la más alterada”.

Hume se refiere a los escoceses de una forma despectiva, pero no hay que olvidar que él mismo era escocés. Como muchos de sus compatriotas, sentía que su cultura era muy inferior a la de los ingleses, con más motivo después de la derrota en Culloden de los Highlanders en 1745, que puso fin a las aspiraciones de la dinastía Estuardo de reinar en Gran Bretaña. Además, poco después, el inglés se había convertido en obligatorio en las escuelas escocesas, desplazando al gaélico.

Durante un breve tiempo, la falsificación de Macpherson hizo que los escoceses se sintieran orgullosos, no ya ante a los ingleses, que apenas pueden presumir de otra épica antigua que no sea el Beowulf o el Poema de Caedmon (que ya son sajones o anglosajones), sino frente a los irlandeses, a quienes debían no sólo el whisky y el “mac”, como el propio Macpherson (“hijo de Pherson”), sino incluso el nombre de su tierra.

En efecto, los primitivos caledonios o pictos habían sido conquistados por los escotos de Irlanda (como curiosidad: el nombre del filósofo medieval Juan Escoto Erígena se podría traducir como Juan Irlandés Irlandés, porque Erín o Eire es otro nombre de Irlanda).

Sin embargo, frente a los ingleses y los irlandeses, aquí estaban los poemas de Ossian, escritos por un caledonio puro, que quizá hasta demostraban que los irlandeses habían copiado su rica tradición gaélica de obras escritas en Escocia hacia el siglo III, en las que se contaban épicas batallas, incluso contra el emperador romano Caracalla, y se mostraba una sensibilidad y pureza incomparables.

El error de Macpherson fue que no se contentó con decir que había trascrito tradiciones orales (como haría tiempo después en Finlandia Elias Lönnrot con su Kalevala), sino que aseguró una y otra vez que tenía en su poder manuscritos originales. Nunca pudo enseñarlos, a pesar de todos los requerimientos, y acabó por quedar claro que los poemas habían sido escritos por el propio Macpherson, o, como prefiere decir Ruthven, por una entidad llamada “Macphossian”: “La obra ossiánica de Macpherson es un texto tan sugerente para los estudiosos de lo espurio como el Tristam Shandy de Sterne lo es para los teóricos de la ficción» (K.K. Ruthven).

Resulta curioso que los ingleses denunciaran el ciclo ossiánico como obra de Macpherson, mientras que los irlandeses lo consideraban auténtico, pero de origen irlandés. Para ellos, no se trataba de una falsificación, sino de un robo. Lady Wilde, que contribuyó al llamado Renacimiento celta de Irlanda en el siglo XIX, se comparó a sí misma con Ossian, al poner a su hijo el mismo nombre que el del hijo de Ossian, Óscar: Oscar Wilde.

Como sucede en el caso del poema Instantes, atribuido a Borges, se podría pensar que la farsa de Macpherson nos muestra lo fácil que es engañar a los expertos y cómo se les puede hacer admirar cualquier cosa si se le da un toque de antigüedad venerable. Es cierto, pero también nos hace sospechar que es un error quizá mayor olvidar una obra que quizá merecía muchos de los elogios recibidos, porque Macpherson tal vez tenía el mismo talento, probablemente más, que su Ossian inventado.

Ruthven señala una curiosa paradoja: mientras la obra se consideró una traducción inglesa de un original gaélico, cada vez que se criticaba a Macpherson por pequeñas inexactitudes en la traducción, al mismo tiempo se le estaba elogiando (sin saberlo) como autor.

El caso de los poemas de Ossian muestra también que nuestro juicio crítico no sólo se ve afectado por el engaño de los falsificadores, sino porque una obra sea escrita en el siglo XII o en el XVIII; el propio Macpherson, antes de dedicarse a falsificar el pasado, había escrito Highlanders con su propio nombre, obra que fue recibida con completa indiferencia.

Ruthven, en Faking literature (Literatura falsa) se muestra escandalizado por el olvido en el que caen muchas obras literarias al descubrirse que son falsificaciones, y ofrece dos conclusiones en su delicioso libro, una moderada y otra radical. La moderada es que no se debe demonizar ni olvidar la falsa literatura. La radical, que la falsa literatura es un género literario y, en cuanto tal, pura literatura.

En vez de pensar en el Dr. Jekyll y Mr. Hyde al hablar de literatura auténtica y falsa, debemos pensar, nos dice Ruthven, en Tweedledum y Twedledee, los dos gemelos inseparables que aparecen en Alicia en el País de las Maravillas, idénticos en apariencia, pero completamente diferentes en su comportamiento, y siempre peleando entre ellos.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, y 'Manual estoico de vida', una reinterpretación de los textos de Epicteto.
Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guion del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guion, literatura y creatividad en España y América.