Dice Carlos García Gual que el de Fausto es un mito moderno muy interesante, pues podemos seguir con bastante facilidad su evolución desde su origen, como un personaje que existió, hasta sus últimas variaciones literarias y artísticas.
Melanchton dice que Georg o Johann Faustus nació hacia el añó 1480 en Knittliengen, un pueblecito perteneciente a Württtemberg, que no sé si es Witenberg [donde lo sitúa Goethe].
El benedictino Johannes Tritemus lo menciona en sus epistolarios y supone que Fausto fue su discípulo. Dice Alberto Cousté que este Tritemus es “uno de los magos especulativos más grandes de los que se tenga memoria”. También lo mencionan en sus cartas el canonista Mudt y Heinrich Urbanus, quien lo llamaba Magister Geórgius Sabellicus Faustus Junior. Estos autores decían que Fausto sabía de memoria la obra completa de Homero, Virgilio y Horacio, lo que tampoco resulta tan asombroso (más difícil le hubiera sido memorizar tan sólo la de Plutarco).
Al parecer, se licenció por la Universidad de Heidelberg y luego se estableció en Praga “capital mundial de la magia por entonces”, dice Cousté.
En 1513, Conrado Mutiano, que no sé si es la latinización del mencionado Mudt, habla de Georgius Faustus como un fanfarrón y un loco. Siete años después el obispo de Wittenberg le paga diez florines por un horóscopo. En 1927 escapa de Wittenberg para evitar ser arrestado. Un año después lo expulsan de Ingolstadt bajo la acusación de sodomita y nigromante. El prior Kilian Leib menciona sus conocimientos astrológicos.
En 1532 se le prohíbe establecerse en Nuremberg a causa de su inmoralidad. Tal vez en 1533 él y el no menos famoso Agrippa (Heinrich Cornelius Agrippa von Nettesheim) pasan una temporada bajo la protección del obispo de Colonia, Hermann von Wied.
En 1534, Felipe von Hutten, que vive en Venezuela, menciona también los poderes astrológicos de Fausto. En 1539 el médico Felipe Begardi se indigna de que Fausto “pretenda ejercer a la vez la medicina, la quiromancia, la cristalomancia, la nigromancia, etc.”.
Al parecer, murió en Staufen, cerca de Friburgo, en 1540 o 1541, a los sesenta años.
Estos son los datos más o menos ciertos acerca de Johann Fausto, pero su leyenda agregó todo tipo de extravagancias y asombros, no sólo mediante la invención, sino también atribuyéndole hechos pertenecientes a otros personajes, algunos de ellos bastante más legendarios que el propio Fausto, como San Cipriano (El mago prodigioso, de Calderón) y Simón el mago.
Se decía que era experto en artes mágicas, que había intentado volar en Venecia y que había ejercido la nigromancia y la profecía en Cracovia. Además, era capaz de levitar, tenía el don de la ubicuidad, poseía poderes hipnóticos y de sugestión y dominaba la xenoglosia o don de lenguas. En cuanto a las habladurías acerca de su pacto con el diablo, parece que se deben a que el propio Fausto presumía de haberle vendido su alma.
En una época de ocultistas célebres, como Paracelso, Nostradamus y Agrippa, una figura menor como Fausto logró mayor fama gracias al Faustbuch (Libro de Fausto), también llamado el Fausto de Spies por haber sido publicado por este librero.
Se trata de una colección de cuentos que se publicó en 1587 en Frankfurt y que conoció enseguida un gran éxito. En este libro se atribuían a Fausto historias que anteriormente se habían adjudicado a Merlín, a Alberto Magno o a Roger Bacon. El libro, que parece que cuenta con importantes virtudes, fue divulgado por toda Europa y poco a poco se fueron añadiendo más episodios a la vida de este mago prodigioso. Christopher Marlowe se basó en una traducción de 1592 para escribir en 1604 La trágica historia del Doctor Fausto (ver anexo final).
En el libro de Spies, que intentaré leer en su traducción al español o a otro idioma que conozca, se asegura que, a cambio de su alma, Fausto compró sabiduría, juventud y poderes mágicos durante 24 años.
Los ocho primeros años los dedicó a los estudios mágicos y a los placeres en la ciudad de Wurtemberg; los ocho siguientes a viajar en medio del mayor lujo, asombrando a todos con sus poderes, incluidos el Papa y el Emperador. Después regresó a Wittenberg y conjuró al fantasma de Helena de Troya, se casó con ella y tuvo un hijo, concluyendo su vida con una muerte horrible y la condena eterna, a pesar de su última confesión y arrepentimiento.
Aunque los estudiosos de la época generalmente se burlaban de los supuestos poderes de Fausto, en círculos luteranos se lo tomaron muy en serio, entre ellos Melanchton y el mismo Martin Lutero. El luterano Georg Rudolf Widman amplió el libro de Spies en 1599, proporcionando datos más precisos y quizá más fantásticos a la leyenda. Alberto Cousté cuenta algunos detalles de este libro.
El motivo que llevó a Fausto a pactar con el diablo fue, según Widmann, su ansia de conocimiento. Aunque llevaba un tiempo dándole vueltas a la posibilidad de contactar con el maligno, pues sabía como hacerlo, Fausto no acababa de decidirse. Así que el diablo, atraído por la excepcionalidad del alma de Fausto, decidió dar el primer paso. Sin embargo, sabía que una propuesta directa no sería aceptada. Si no hay aceptación voluntaria, el diablo no puede hacerse con el alma de los hombres, así que el príncipe de las tinieblas puso en práctica todas sus artes de seducción, pues no en vano se le llama el Gran Tentador.
Satanás se apareció a Fausto por primera vez bajo el aspecto de un perro negro que le seguía por todas partes, hasta que consiguió ser adoptado por el nigromante. A partir de ese momento, el diablo se dedicó pacientemente a proteger a su amo y a alejar de él cualquier distracción, consiguiendo así que éste se sumergiera más y más en sus estudios diabólicos. Finalmente, Fausto decide intentar conocer al diablo y se cita con él en los bosques de Mangeall, tras dejar todos sus asuntos en manos de su criado Wagner, pues temía perder la vida en el demoniaco encuentro.
Tras algunas temibles demostraciones de su poder, el diablo se aparece a Fausto bajo la figura de un monje franciscano. El diablo se mueve alrededor de Fausto durante un buen rato y finalmente se acerca a él y le da un pergamino y una pluma. Fausto lee el pergamino y firma con su propia sangre. De esta historia que cuenta Widman, el detalle más fantástico es que afirma que este pergamino fue encontrado entre los papeles póstumos de Fausto. Pero, ¿de qué otra manera podría haber sabido este luterano estricto cuáles eran las cláusulas del contrato? Eran estas: Mefistófeles aparecería siempre que se lo mandase Fausto y estaría obligado a hacer lo que éste le pidiese; sería sumiso y eficiente como un criado y sólo podría ser visto por Fausto.
En cuanto a Fausto, su única obligación consistía en entregarse en cuerpo y alma al diablo, “sin reserva de ningún derecho para la redención, ni futuro recurso a la misericordia divina”, una vez que el diablo le hubiese servido durante veinticuatro años.
Cousté menciona un tercer Fausto, el de Johan Nicolaus Pfitzer, quien en 1674 dedicó otro libro al personaje.
Para Alberto Cousté, Fausto es un héroe gnóstico, porque pierde su alma a causa de su devoradora sed de conocimiento, y lo compara con Prometeo, pero señala una diferencia: Fausto, “como alto exponente del Renacimiento” es individualista, mientras que el sacrificio de Prometeo es en favor de los hombres. Pero el mito de Fausto ha llegado a alcanzar una complejidad tal, en gran parte a partir del Fausto de Goethe, que no añadiré aquí más interpretaciones, sino que lo haré cuando vuelva a dedicar esta sección de nuevo a Fausto, al Fausto de Marlowe, de Goethe, de Mann, de Valery y, ¿por qué no?, de Estanislao del Campo.
Anexo: «La trágica historia del Doctor Fausto» (c. 1592), de Christopher Marlowe
El argumento de esta obra se puede resumir diciendo que trata de un hombre llamado Fausto de Witemberg, doctor en teología, que convoca al diablo y acepta firmar un pacto con él a cambio de poseer poder para hacer cuanto desee durante veinticinco años.
Ayudado por el diablo Mefistófeles, Fausto se burla del Papa, asombra en la corte del emperador y convoca las imágenes de Alejandro el macedonio y de Helena de Troya. Finalmente, no podrá escapar a la condena.
El Fausto de Marlowe es una obra extraordinaria. Me parece que en la primera parte supera al Fausto de Goethe, exceptuando el motivo que sella el pacto con el diablo, porque el célebre “Detente instante” de Goethe es muy superior a la mera ansia de poder en Marlowe. La insaciable ansia de conocimiento y el impulso y la voluntad de vida, que podríamos equiparar con la filosofía de Schopenhauer, frente a la voluntad de poder de Nietzsche.
Un momento excelente, entre otros muchos, es aquel en el que la sangre de Fausto se hiela o coagula cuando se dispone a firmar el pacto, y también el diálogo entre Wagner y el payaso. La obra reúne casi todos los motivos del Fausto goetheano, más de los que yo suponía, ya que incluso se anuncia el combate entre lo griego y lo cristiano.
También la manera en la que Mefistófeles le explica por qué ha acudido a su llamada:
“FAUSTO: ¿No te atrajeron mis conjuros?
MEFISTÓFELES: Esa fue la causa, pero per accidens, pues si alguien escarnece el nombre de Dios, de las escrituras y de Cristo abjura, acudimos por si obtenemos un alma: no venimos si no usa medios tales que con la eterna condena peligre. Así que el más breve de los conjuros cabe en que de la Trinidad se abjure y se rece al príncipe del Infierno.”
Y estas palabras que pronuncia la Ira:
“LA IRA: Nací en el infierno, y tened cuidado, porque alguno de vosotros va a ser mi padre”.
Aunque todo el Fausto de Marlowe es excelente, quizá la segunda parte se resiente, más que nada al compararla con la de Goethe. La calidad de la obra hace lamentar doblemente la prematura muerte de Marlowe, que, a tenor de este Fausto, podría competir con Shakespeare.
No faltan tampoco, junto a la fuerza del argumento y las escenas, frases, ideas y conceptos interesantes, como cuando dice: “Un mago experto es un dios poderoso”, que hoy podríamos convertir en “Un científico es un dios poderoso”, recordando aquella sentencia de Arthur C. Clarke: “La tecnología avanzada es indistinguible de la magia”.
También esta frase que recuerda aquella célebre canción de Jorge Cafrune (“Fule mandinga”) que decía que la gente divertida estaba en el infierno: “Pues confundo el Infierno y el Elíseo; !Que mi fantasma esté con los filósofos!”.
Y más adelante:
«FAUSTO: ¿En infierno estás? Si esto es infierno a gusto soy maldito. ¿Cómo, paseando, discutiendo, etcétera?»
Y también esta estupenda observación acerca del infierno como sensación y no como lugar, que compartía alguno de los últimos Papas:
«FAUSTO: “Pues, ¿cómo es que estás fuera del Infierno?
MEFISTÓFELES: Cómo, si aquí lo es, no estoy fuera de él. ¿Crees que yo que contemplé la faz de Dios y caté el gozo infinito del cielo no soy atormentado con mil infiernos estando privado de la beatitud?”
Imagen superior: «Doctor Faustus», de Matthew Dunster © The Shakespeare Globe Trust.
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