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La anaconda china

La represión de la libertad de expresión ha conocido diversas etapas en la china comunista, todas ellas terribles. Una de ellas tuvo lugar en 1956, y se llamó el Movimiento de las Cien Flores.

Durante esa época Mao Zedong alentó la crítica bajo el lema: “Que se abran cien flores y compitan cien escuelas”. Muchos intelectuales se pronunciaron abiertamente contra el Partido Comunista y contra el propio Mao. Una vez conocidos los opositores, Mao pudo eliminarlos sin piedad, o enviar a más de 700.000 a centros de reeducación.

Perry Link señala que Cao Guanlong contaba en una de sus historias, publicada en 1980, que en los años de Mao, y especialmente durante la Revolución Cultural, una persona podía ser perseguida o detenida por hablar con su vecino acerca de su gato. La palabra gato (mao) se pronuncia casi igual que la del Líder Supremo (Mao), aunque variaba ligeramente en el tono. Si un policía confundía un tono con el otro, podía tomarse como un insulto y complicarle seriamente la vida. Seguramente se trata sólo de una parodia, pero no parece un reflejo ni mucho menos distorsionado de las paranoias de Mao Zedong.

Tras la muerte de Mao y la represión de la revolución de Tiananmen por su sucesor Deng Xiao Ping, la censura ha adoptado un disfraz menos sanguinario, aunque todavía es está ahí, a veces casi oculta. Perry Link publicó en 2002 un interesante artículo acerca de la manera en la que el Partido Comunista Chino reprime a los disidentes e impide las voces discordantes con el régimen.

Link propone una imagen que ha para definir al poder represor chino, la de una anaconda enroscada en una lámpara. ¿Por qué esa imagen?

En primer lugar, Link compara el comunismo chino con el soviético y señala ciertas diferencias. Los soviéticos publicaban listas de palabras que estaba prohibido emplear en los periódicos, y se destinaba a una amplia burocracia para que supervisara tales órdenes. Los dirigentes chinos, sin embargo, prefirieron una censura menos precisa y, por ello, más difícil de esquivar. Nunca estaba ni está del todo claro qué es lo que se puede decir y qué es lo que se debe evitar.

La vaguedad de las acusaciones contra los disidentes hace que estos nunca estén seguros del terreno que pisan. Link señala varias ventajas de la indeterminación.

Una acusación vaga asusta a más gente.

Si yo soy un estudiante chino que resido en el extranjero y veo que la estudiante Gao Zhan fue arrestada al regresar a China, pero no sé exactamente de que ha sido acusada, entonces el motivo puede ser cualquier cosa imaginable. De este modo, uno comienza a autocensurarse. La vaguedad, dice Link, sirve para intimidar a un gran número de personas a la vez.

La indeterminación hace que una misma ley o situación pueda ser interpretada de diferentes maneras por el Partido.

La propia Constitución china da pie a interpretaciones diametralmente opuestas: se afirma en ella que los ciudadanos tienen libertad de expresión, de reunión y de prensa, pero enseguida se dice que el control por parte del Partido Comunista es inviolable, así como que el llamado pensamiento marxista-leninista-maozedongista, la dictadura del proletariado y el sistema socialista son indiscutibles.

“¿Quién puede decir que significa exactamente contaminación espiritual, liberalismo burgués o el resto de conceptos que el Partido utiliza para definir el mal comportamiento social? Por poner un ejemplo: ¿llevar el pelo largo es una contaminación espiritual? ¿Cómo de largo? ¿Por qué en los años ochenta algunas personas con el pelo largo fueron castigadas y otras no?”

Por eso, dice Link, la censura del gobierno chino no se parece a un tigre devorador de hombres o a un dragón que escupe fuego, sino a una anaconda agazapada en una lámpara: “Normalmente la gran serpiente no se mueve. No tiene por qué. No tiene ninguna necesidad de establecer claramente sus prohibiciones. Su constante y silencioso mensaje es: “Tú mismo decides” (…) La noción estalinista de “ingeniería del alma” no puede compararse ni de lejos con la sutileza conseguida por los comunistas chinos en el terreno de la ingeniería psicológica (…) De este modo, vemos hasta qué punto la anaconda en la lámpara puede proteger su poder.”

Incluso los extranjeros que visitan China no tienen claro qué es lo que pueden contar… si es que quieren recibir un nuevo visado en el futuro. Cualquier sinólogo extranjero sabe que no puede alejarse mucho de estas reglas no escritas si quiere seguir gozando de la posibilidad de viajar a China y consultar sus archivos. El propio Link admite que se ve obligado a autocensurarse, porque no sabe si la anaconda ya le ha visto y está esperando su próximo movimiento.

Recientemente hemos tenido ocasión de comprobar de nuevo los imprevisibles movimientos de la anaconda china con tres disidentes chinos: el premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo, que permaneció en prisión, el artista Ai Weiwei, que fue encerrado acusado de delitos fiscales y pornografía, pero luego liberado, aunque mantenido bajo arresto domiciliario, y el activista ciego Chen Guangcheng, que se refugió en la embajada de Estados Unidos, al que el gobierno chino animó a pedir un permiso para estudiar en el extranjero. La pregunta es: ¿Le dejaría regresar? Y en tal caso, ¿le metería en prisión cuando todos nos hubiéramos olvidado de él?

Por eso no es extraño, supongo, que historiadores como Gernet o Short mantengan una ambigüedad en ocasiones vergonzosa en sus libros, y que incluso lleguen a considerar un mal necesario el período maoísta, algo que más o menos coincide con la visión que quiere trasmitir el régimen actual: por una parte son herederos de uno de los peores enemigos de Mao (su sucesor Deng Xiao Ping) y han renegado de todas las ideas de Mao, excepto la de que el Partido Comunista se mantenga en el poder; pero, por otro lado, saben que lo único que actualmente justifica su poder dictatorial es el culto póstumo a Mao, y por eso, cuando en 1980 dejaron de mostrarse en la Plaza de Tiananmen los gigantescos retratos de MarxEngelsLenin y Stalin, se mantuvo, sin embargo, el retrato de Mao.

El último intento de sustituir el culto a Mao y recuperar el culto tradicional a Confucio, tuvo lugar cuando se instaló en 2011 una estatua del pensador frente al gigantesco retrato de Mao en la Plaza de Tiananmen, pero el intento fracasó y la estatua fue retirada, sin que se explicaran las razones, aunque sin duda se debió a las presiones de la vieja guardia del Partido.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, y 'Manual estoico de vida', una reinterpretación de los textos de Epicteto.
Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guion del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guion, literatura y creatividad en España y América.