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Benito y Vladimiro

En 1902 Benito Mussolini tenía 19 años y se ganaba la vida como preceptor hasta que un día de verano mintió a su madre diciéndole que había conseguido un trabajo en Suiza y cruzó los Alpes. Llevaba en el bolsillo poco más de dos liras y una medalla con la cara de Karl Marx.

Se ganó la vida de cualquier manera: mozo de cuerda, dependiente de comercio, aprendiz de albañil. Lo llevaron preso alguna vez por dormir bajo un puente. La policía lo siguió por su aspecto sospechoso.

No tenía por entonces vocación política visible. Se inició como escritor de folletos y periodista por una asociación de los llamados en tales fechas racionalistas: ateos y anticlericales. Además consiguió eludir el servicio militar en Italia. Leía con avidez toda clase de libros. Se detuvo en Nietzsche y se aproximó a sindicalistas que eran la columna vertebral del socialismo. Aprendió a creer en una suerte de anarco-sindicalismo y, ya señaladamente, en su misma presencia indisciplinada, rebelde y arrogante. Fue cuando sus compañeros empezaron a llamarlo Duce.

En Ginebra solía frecuentar la biblioteca pública. Allí, según hemos creído todos los jóvenes lectores alguna vez, estaban cuantos libros hay en el mundo. Además, funcionaba la calefacción. A esa biblioteca también concurría un joven exiliado ruso, tres años mayor que Benito y, como él, miembro del partido socialdemócrata. Había estudiado a Marx con mucha mayor atención que el italiano y ahora se ahincaba en las arduas páginas de Ciencia de la lógica de Hegel. Se llamaba o se hacía llamar Vladimir Lenin.

Pasados los años y llegando a ser quienes fueron para la historia del siglo XX, Mussolini fraguó una de sus tantas leyendas: había tratado a Lenin en sus juventudes suizas. Ciertamente, ya era un encarnizado anticomunista pero asimismo se proclamaba uno de los dos últimos revolucionarios que sobrevivían en Europa. El otro era Lenin.

Ninguno de los dos renunció jamás a considerarse revolucionario. Ambos provenían del socialismo, eran antiburgueses pero propiciadores de la modernización industrial capitalista de sus dos atrasados países, creyentes en los beneficios de un Estado que envolviera todos los aspectos de la vida humana, el totalitario. Una leyenda paralela colorea sus finales. De Lenin se sospecha que fue envenenado por sus camaradas encabezados por Stalin. A punto de ser fusilado, Mussolini declaró ante unos milicianos que nunca había traicionado al socialismo sino que se había propuesto, junto con Hitler, enfrentar al capital financiero internacional en manos de los judíos y abolir el dinero.

Es fácil novelar un encuentro de Benito y Vladimir en una biblioteca ginebrina, el uno leyendo a Hegel y el otro, a Nietzsche. Pertenece al género novelesco. Lo cierto es que ambos conocieron y siguieron a Georges Sorel, el de Reflexiones sobre la violencia. A la muerte de Sorel, las embajadas soviética y fascista se disputaban la construcción de su tumba. Son demasiados paralelismos como para no pensar que buena parte del belicoso siglo XX fue la obra inopinada de dos muchachos emigrantes en el país de la paz perpetua. A veces la historia, que sabe de nosotros más que nosotros mismos, sus hacedores, redacta estas disimuladas lecciones, páginas hundidas en el fango y la sangre de las trincheras pero escritas con cierta tinta indeleble.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")