Aceptar que la Tierra es redonda y que no se caigan los que viven en «el lado de abajo», y que, además, se mueve en el espacio a una velocidad vertiginosa, sin que nos caigamos todos, es algo que choca contra la intuición y el sentido común. No es extraño que muchos se negaran a aceptarlo.
El cine también nos ha hecho aceptar con naturalidad algo que parece absolutamente absurdo: que lo que nos parece una acción continua en realidad está compuesto por fotogramas independientes de imágenes estáticas.
Esta asombrosa revelación nos prepara para aceptar asuntos todavía más extravagantes, como algunas consecuencias de la física cuántica o la relativista.
El cine, por ejemplo, es un término de comparación estupendo para la física cuántica, porque los electrones también «se saltan los intermedios». En efecto, el electrón no pasa gradualmente de una órbita a otra, sino que salta de una a otra sin transición: ahora está en esta órbita y después está en la siguiente, pero no atraviesa el estado intermedio. Eso es lo que se llama un salto cuántico. Del mismo modo, en la proyección de una película, a pesar de la apariencia de continuidad, se salta de un fotograma a otro y de una serie de fotogramas a la siguiente. No hay continuidad bajo las apariencias, ni en el cine ni en el mundo subatómico.
Aunque puede parecer extraño que no veamos los espacios de celuloide que hay entre fotograma y fotograma, lo verdaderamente asombroso es que no percibamos la oscuridad en la que permanecemos durante gran parte de la película.
En efecto, el obturador tiene que interrumpir el haz de luz del proyector dos veces en cada fotograma, para que tengamos la ilusión de movimiento. De este modo, el celuloide avanza un fotograma cada 42 milisegundos, pero el fotograma no es mostrado durante toda la duración de esos 42 milisegundos.
En realidad, el fotograma se muestra durante 8,5 milisegundos, pero luego es ocultado por el obturador durante 5,4 milisegundos; se muestra de nuevo otros 8,5 milisegundos, se oculta otros 5,4 milisegundos y es mostrado finalmente otros 8,5 milisegundos. Es decir, vemos el fotograma durante 25,5 milisegundos y no vemos nada durante unos 16 milisegundos.
En realidad, como dicen Bordwell y Thompson, en una película que dure 100 minutos, «¡el público está sentado en absoluta oscuridad durante casi cuarenta minutos!»
Heráclito decía panta rei, todo fluye. Pero ya sabemos que algo que no se mueve y que ni siquiera se ve durante un 40% del tiempo, como las imágenes de los fotogramas del cine, puede parecer que se mueve.
Podemos preguntarnos si ese río de Heráclito que nunca es el mismo río, no será tan sólo una ilusión, y que tuviera razón su rival, Zenón de Elea, cuando dijo que no existe el movimiento. La realidad que vemos podría no ser continua. Tal vez el movimiento que creemos ver es creado por nuestra percepción, que funcionaría como un proyector de cine, creando continuidad donde no la hay. Tal vez vivimos en un universo estático y parpadeante sin saberlo.
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