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McLuhan y Shakespeare en un balcón de Verona

Al releer Comprender los medios de comunicación, de Marshall McLuhan, he recordado algunas razones que explican el éxito mediático que tuvo este hombre. Es un autor que sigue siendo brillante e ingenioso, capaz de fabricar montones de frases llamativas.

Es un placer leer a McLuhan, porque, aunque muchas cosas pueden ser más o menos discutibles, resulta siempre estimulante e inteligente. Un ejemplo puede ser esta graciosa comparación que hace entre la televisión y un pasaje de Romeo y Julieta: “Algunos dudarán si Shakespeare se refiere o no a la televisión en estas conocidas líneas de Romeo y Julieta: “But soft! what light through yonder window breaks? It speaks, and yet says nothing”. [Pero espera, ¿qué es esa luz que asoma por aquella ventana? Habla y no dice nada]”

¡Qué lectura tan alerta la de alguien que encuentra en estos versos (que ni siquiera son sucesivos) una comparación semejante!

McLuhan no usaba a Shakespeare en vano, porque decía que en las obras del dramaturgo inglés se podía encontrar todo un compendio de las extensiones del ser humano.  McLuhan, ya se sabe, sostenía que los medios de comunicación son extensiones del ser humano, como un bastón lo es de la mano de un ciego o la rueda de nuestros pies. Seguramente tenía razón, porque en Shakespeare, efectivamente, se puede encontrar todo, no sólo las teorías de McLuhan.

Pero no es que se encuentre  todo como se puede encontrar todo en cualquier cosa por los amantes del simbolismo fácil, como el número pi en una pirámide, en un croissant o en una taza de café, sino todo pero dicho de una manera que nos hace entender mejor el mundo. Encontramos televisiones en las ventanas de Verona y eso puede parecer exagerado, pero Shakespeare logra que  siempre quede algo de valor en nuestras interpretaciones, aunque sean erróneas.

Examinemos, por ejemplo, esta comparación macluhiana entre la ventana y la televisión. Esa “luz que habla sin decir nada” tiene sin duda un sentido crítico, en especial si recordamos que a McLuhan no le gustaba la televisión y que no dejaba a sus hijos que la vieran: es la manera elegante en la que McLuhan evita la expresión común “la caja tonta”.

Sin embargo, la imagen shakesperiana a mí me recuerda algo que escribí hace mucho tiempo acerca de la distinción entre analógico y digital en el ensayo ¿Por qué el mundo digital no es digital?  Allí puse un chiste en el que se veía a unos  indios que hacían señales de humo.

Para los emisores del mensaje (los tres indios), el mensaje digital puede ser algo así como: “Venid para luchar contra los caras pálidas”. Sin embargo, hay otro mensaje que las volutas de humo trasmiten aunque no sea esa la intención de los indios, un mensaje que a cualquier soldado americano atento le revelará la cercana presencia de los indios y la intención que tienen de comunicarse a distancia: para el general Custer, camino de Little Big Horn, ese y no otro será el verdadero mensaje. Así que los indios están trasmitiendo dos mensajes a la vez, uno  a propósito y otro sin quererlo.

Tiempo después hice más explícito el chiste:

Como es obvio, el indio del caballo está hablando del mensaje codificado en las volutas de humo, mientras que el indio junto al fuego se refiere al mensaje que cualquier voluta de humo implica para un ejército enemigo. Pero se dice que Custer se dejó cegar por la soberbia en sus últimos días: tal vez vio el humo, pero no descifró el mensaje implícito, creyó que era simple humo y por eso se precipitó en el desastre.

Aquella luz que asoma por la ventana shakesperiana también transmite a Romeo un mensaje sin transmitirlo: “Julieta está allí”.

Ahora bien, tanto McLuhan como yo sin duda hemos deformado el sentido de los versos de Shakespeare. En primer lugar porque es discutible que la luz que habla sin decir nada sea la de la ventana y no la de los ojos de Julieta o la propia Julieta que se acerca a la ventana: “¡Pero calla! ¿Qué luz brota de esa ventana?. Es el Oriente, Julieta es el sol”. No existe, quizá, esa ventana que habla sin decir nada, y sin embargo, algo de esa complejísima comparación que hace Shakespeare entre los ojos de Julieta, la luna, el sol, la virginidad, el amanecer y el lenguaje nos ha llevado a un lugar interesante: una ventana encendida o apagada es un mensaje brillante pero vacío, o es un mensaje que nadie envía pero que alguien sí puede recibir: “Habla y no dice nada”.

La manera en la que Shakespeare nos describe una situación a través de las palabras de alguien que la observa, en este caso Romeo, favorece casi siempre múltiples interpretaciones, porque en sus obras a menudo se propone una continuidad narrativa y descriptiva en la que es difícil separar los diferentes momentos. En este caso, ¿qué es lo que percibe Romeo? Tal vez una ventana que se ilumina, la voz de Julieta en la habitación, Julieta que se acerca a la ventana y mira, la mano en su rostro (“¡ved como apoya la mejilla en su mano!”), quizá una criada con la que habla, todo ello mezclado con una complicada metáfora en la que Julieta compite con los dioses paganos, con el sol y las estrellas. Copio aquí el pasaje entero para que el lector calibre el desafío y observe ese avanzar paralelo descriptivo, narrativo y emotivo propio del monólogo shakesperiano:

“¡Pero calla! ¿Qué luz brota de aquella ventana? ¡Es el Oriente, Julieta es el sol! Alza, bella lumbrera y mata a la envidiosa luna, ya enferma y pálida de dolor, porque tú, su sacerdotisa, la excedes mucho en belleza. No la sirvas, pues que está celosa. Su verde, descolorida librea de vestal, la cargan sólo los tontos; despójate de ella. Es mi diosa; ¡ah, es mi amor! ¡Oh! ¡Que no lo supiese ella! Algo dice, no, nada. ¡Qué importa! Su mirada habla, voy a contestarle.

‒Bien temerario soy, no es a mí a quien se dirige. Dos de las más brillantes estrellas del cielo, teniendo para algo que ausentarse, piden encarecidamente a sus ojos que rutilen en sus esferas hasta que ellas retornen. ¡Ah! ¿Si sus ojos se hallaran en el cielo y en su rostro las estrellas! El brillo de sus mejillas haría palidecer a éstas últimas, como la luz del sol a una lámpara. Sus ojos, desde la bóveda celeste, a través de las aéreas regiones, tal resplandor arrojarían, que los pájaros se pondrían a cantar, creyendo día la noche. ¡Ved cómo apoya la mejilla en la mano! ¡Oh! ¡Que no fuera yo un guante de esa mano, para poder tocar esa mejilla!”

Shakespeare, que no en vano era también actor, director y empresario teatral, no escribe en el aire, sino que imagina y anticipa las dificultades y los detalles precisos del montaje sobre las tablas del escenario. Sabe, como sabemos todos los que hemos dirigido actores, que no hay nada más inquietante que tener a un actor en escena que no sabe qué hacer mientras el otro habla y habla. Desde el momento en que la ventana de Julieta se ilumina hasta que Romeo termina su largo parlamento, ¿qué acciones suceden en esa casa de Verona? Podemos arriesgar una reconstrucción: se ilumina la ventana, se oyen voces de mujeres, una de ellas es la de Julieta, la criada es la otra, que enseguida se va, Julieta se queda sola y se acerca a la ventana, mira hacia el exterior, suspira quizá, se lleva la mano a la mejilla. Mientras tanto, Romeo habla y habla, para sí mismo y para nosotros, los espectadores.

Conviene, en cualquier caso, no afirmar de manera dogmática que la lectura de un pasaje ambiguo ofrece el verdadero significado de la obra de Shakespeare, o al menos lo que él pretendía decir. Gran parte de la riqueza interpretativa que nos ofrece Shakespeare se debe a las escasas acotaciones al texto, a la falta de división de actos y escenas (que es posterior) y a los errores de los copistas. Por ello, muchas de nuestras interpretaciones sin duda no tienen nada que ver con las intenciones de Shakespeare. Ahora bien, el propio autor de un texto no es necesariamente el juez último del significado de un texto, que se convierte, una vez publicado o puesto en escena, en una entidad con vida propia, sujeta al escrutinio de propios y extraños.

Antes de concluir, debo aclarar que no soy de los que creen en el “significado”. La obsesión de  los críticos por encontrar el significado de novelas, dramas, poemas o películas es un error que casi se convirtió en la única seña de identidad de la crítica de la segunda mitad del siglo XX, y en especial de ciertas escuelas francesas que a veces aportaron más aburrimiento que comprensión. Pero, aunque no creo en el significado, sí creo en los significados. Una obra de arte significa no una, sino muchas cosas, plantea no sólo una conclusión más o menos trivial, sino muchas interpretaciones, paradojas, curiosidades, respuestas y preguntas, respuestas sin preguntas y preguntas sin respuesta. Por otra parte, no hay que olvidar que en esta misma escena el balcón, un poco más adelante, es Julieta quien dice algunas de las cosas más interesantes que se han dicho nunca acerca del lenguaje, en el célebre pasaje “¿Qué hay en un nombre?”.

A continuación trascribo los versos de Shakespeare en inglés, para que se pueda apreciar  la riqueza de sentidos casi inmanejable del texto shakesperiano.

ROMEO

But soft! What light through yonder window breaks?
It is the East, and Juliet is the sun!
Arise, fair sun, and kill the envious moon,
Who is already sick and pale with grief
That thou her maid art far more fair than she.
Be not her maid, since she is envious.
Her vestal livery is but sick and green,
And none but fools do wear it. Cast it off.
It is my lady; O, it is my love!
O that she knew she were!
She speaks, yet she says nothing. What of that?
Her eye discourses; I will answer it.
I am too bold; ‘tis not to me she speaks.
Two of the fairest stars in all the heaven,
Having some business, do entreat her eyes
To twinkle in their spheres till they return.
What if her eyes were there, they in her head?
The brightness of her cheek would shame those stars
As daylight doth a lamp; her eyes in heaven
Would through the airy region stream so bright
That birds would sing and think it were not night.
See how she leans her cheek upon her hand!
O that I were a glove upon that hand,
That I might touch that cheek!

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, y 'Manual estoico de vida', una reinterpretación de los textos de Epicteto.
Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guion del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guion, literatura y creatividad en España y América.