En algún momento del último tercio del siglo XIX, un aterrado individuo, Cromwell Stone, llega a la apartada casa de un amigo con el que había acordado encontrarse. Afirma que le están siguiendo y pronto ambos constatan que el resto de colegas que debían acudir esa noche a la reunión anual, no llegará.
La razón de tal cita, como se revela más adelante, era conmemorar su supervivencia a un desastre marítimo años atrás. Sin embargo, poco a poco, todos han ido muriendo de forma misteriosa. Cromwell Stone ha averiguado el motivo y pasa a relatarlo a su camarada.
Días antes, acudió a casa de otro de sus compañeros respondiendo a su invitación de pasar unos días juntos antes de partir ambos hacia la reunión. Sin embargo, su llegada está plagada de detalles ominosos: una población desierta, grotescos paisanos, sombras fantasmales que le siguen, visiones… La residencia del amigo no sólo resulta estar deshabitada, sino que exhibe unas extrañas arquitectura y decoración así como una habitación cerrada de la que emana un inexplicable frío glacial. Stone decide alquilar la vivienda y tratar de dilucidar el misterio. Éste se halla relacionado con la existencia de una monstruosa raza alienígena de gran poder atrapada en la Tierra y dispuesta a todo con tal de recuperar la llave que le permita regresar al espacio.
Lo primero que llama la atención del álbum es su peculiar dibujo, entendido éste como un todo: trazo, estilo y composición de viñeta y página. Si de algo no se puede acusar a Andreas es de tímido a la hora de experimentar. Todas sus páginas son diferentes, con montajes imaginativos y variados en los que juega con el tamaño y disposición de las viñetas para manipular el tiempo narrativo y el tono emocional de la acción; o utiliza radicales picados, contrapicados y extrañas perspectivas que incrementan la tensión y la atmósfera enfermiza y amenazante. Es un trabajo personal, cerebral y cuidadosamente planificado cuyo fin, irónicamente y como en toda buena obra de terror psicológico, consiste en apelar a lo que de irracional acecha en la mente del lector, sugiriendo más que mostrando y dándole tanta importancia a cómo se cuenta la historia que a la historia en sí misma.
Es cierto, no obstante, que ese deseo de sobreponer la forma al fondo, de innovar y sorprender, le hace caer con cierta frecuencia al autor en el amaneramiento y en la confusión narrativa. Cada una de las escenas está extraordinariamente elaborada, pero su mismo abigarramiento obliga al lector a realizar un esfuerzo especial para centrar su atención en los imprescindibles detalles que aquellas esconden, volver atrás y tratar de retomar el hilo de la acción. Ello afecta negativamente al ritmo de lectura y convierte a ésta más en un ejercicio intelectual que emocional, algo poco recomendable para una historia de terror.
El particular estilo de Andreas es una amalgama de tres grandes nombres del cómic norteamericano: Neal Adams, Mike Kaluta y Bernie Wrightson. Del primero, Andreas imitó –sobre todo en la primera etapa de su carrera– los escorzos y perspectivas forzadas; la influencia del segundo se deja sentir en las elegantes y recargadas decoraciones de sus fondos, arquitecturas, mobiliario y todo tipo de objetos; pero es sobre todo del espíritu del tercero, gran maestro del terror gráfico, de quién más bebe.
Como sucede con Wrightson, es difícil no sentirse impresionado por el meticuloso trabajo de Andreas. Sus viñetas rebosan detalles perfilados con miles de líneas. No sólo las llena de objetos, sino que deja bien claro el material del que están hechos y el juego de sombras que proyectan. La iluminación expresionista y los escorzos forzados le sirven para potenciar el impacto de la escena, ya sea con el fin de transmitir terror, indefensión, poder, claustrofobia, inmensidad…. Pero su teatralidad responde también, según el propio Andreas admite, a su deseo de camuflar su incapacidad para plasmar satisfactoriamente escenas cotidianas, realistas. Ése es el motivo por el cual su obra siempre se ha decantado por el género fantástico.
En el aspecto temático, Cromwell Stone es un nada disimulado homenaje al tipo de terror inventado por H.P. Lovecraft. Andreas afirma que desde muy joven fue un gran lector de fantasía, pero que cuando descubrió a Lovecraft ya no leyó nada más: había encontrado su autor. Primero le rindió homenaje en la etapa inicial de su primera serie, Rork, para volver de nuevo a él en Cromwell Stone. Multitud de detalles remiten a las obras del escritor de Providence: la narración referida en retrospectiva por uno de los protagonistas, la terrible amenaza que pende sobre la Humanidad, las casas misteriosas y de atmosfera malsana sitas en la América del cambio de siglo, el mar como custodio de terribles secretos, las arquitecturas imposibles, las criaturas cósmicas de inmensa perversidad, los hombres poseídos por seres extradimensionales, las torres en parajes aislados que actúan de portales dimensionales, los aldeanos degenerados física y mentalmente… Aunque Andreas decida conscientemente no dar el siguiente paso e introducir los elementos más violentos de los relatos lovecraftianos, sí triunfa a la hora de recrear gráficamente sus perturbadores entornos, tarea nada sencilla como cualquiera que haya leído sus relatos podrá constatar.
Sin embargo, más allá de su envoltorio, la historia adolece de algunos graves defectos que lastran su valoración final, especialmente la narrativa ocasionalmente confusa, que parece avanzar a trompicones hacia un final poco definido. El propio Andreas afirmó que no tenía una idea clara del argumento y que fue improvisando sobre la marcha. Y, sobre todo, los personajes carecen de fuste. Cromwell Stone es un mero instrumento del que se sirve el autor para hacer avanzar la historia, pero no muestra una personalidad reconocible ni un trasfondo biográfico que pueda aportarle mayor densidad emocional. Los secundarios no son más que eso, peones que guían a Stone en una u otra dirección, sin sustancia real tras su fachada inquietante.
Cromwell Stone fue originalmente serializado entre 1982 y 1983 en Le Journal Illustré y recopilado en álbum en 1984 por Michel Deligne. El final de la obra admitía claramente una continuación, pero ésta tardó en llegar. La quiebra del editor y la dedicación de Andreas a otras series y proyectos retrasó la nueva entrega nada menos que diez años, cuando Guy Delcourt publicó El regreso de Cromwell Stone (Le Retour de Cromwell Stone, 1994). La acción transcurre cuatro décadas después de los acontecimientos narrados en el álbum anterior. Es la época de los grandes transatlánticos que cubrían la ruta entre Norteamérica y Europa; y a bordo de uno de ellos embarcan el multimillonario Phil Parthington y su esposa Marlene, acompañados de un fornido guardaespaldas que custodia celosamente una caja. Parthington fue en el primer álbum un niño autista que, por casualidad, encontró la ansiada llave buscada por las siniestras criaturas ultraterrenas.
Treinta años después, la influencia del extraño objeto le ha convertido en un potentado financiero. Pero entre los pasajeros del barco hay quien desea hacerse con la caja, y la lucha por conservarla les acabará llevando hasta la misteriosa casa del primer episodio, donde los espera un envejecido Cromwell Stone…
Había pasado una década, pero volvemos a encontrar la misma pauta que había dominado el álbum anterior: un dibujo asombroso en su minuciosidad que embellece una historia poco clara al tiempo que entorpece su lectura. El propio Andreas admitió que llegó un momento en el que el dibujo se apoderó de la historia y que hubo páginas cuya elaboración le costó semanas de duro trabajo. A pesar de contar con un nuevo plantel de personajes, tampoco en esta ocasión encontramos ninguno con verdadero desarrollo emocional –aunque Marlene constituye un buen intento–, cediendo todo el peso a una acción más trepidante aún que en el primer episodio.
Es cierto que Andreas ha madurado como autor y modera sus excesos narrativos, pero no la complejidad de su trazo. Todo lo contrario, éste exhibe ahora un asombroso detalle fotográfico. Las escenas del puerto, del salón comedor del transatlántico, de la tormenta en alta mar con los monstruos rodeando la nave, de la imagen de Parthington rota en mil pedazos por un espejo… son sencillamente espectaculares. Su técnica de sombreado con plumilla, utilizando diferentes texturas de rayado para separar los planos y obtener todo tipo de matices (materiales, iluminación, fenómenos atmosféricos…) le aleja de sus iniciales inspiraciones americanas para acercarse más a los grandes ilustradores franceses del siglo XIX, especialmente Gustavo Doré. Un año y medio de trabajo intensivo le costó dibujar las cuarenta y seis páginas de que consta el álbum; y viendo el resultado, aún se antoja poco tiempo.
Otra década transcurrió hasta que Andreas pudo, de nuevo con la editorial Delcourt, cerrar lo que se convirtió en una trilogía con el álbum El testamento de Cromwell Stone (Le Testament de Cromwell Stone, 2004).
En las últimas páginas de El regreso de Cromwell Stone, justo antes de morir, éste le había encargado a Marlene una misión: devolver un cofre a su Escocia natal. Ahora nos encontramos con que la joven ha llegado a su destino, pero sufriendo un accidente de aviación de la que es la única superviviente. Acogida por el matrimonio de Joe y Mary Achacon, quienes habían perdido una hija en misteriosas circunstancias, Marlene se enfrentará a una serie de apariciones, sueños y símbolos que la conducirán hasta una solitaria torre donde la saga alcanzará su clímax.
Hasta cierto punto, El Testamento… es un álbum autónomo de los precedentes, aunque inserto en el mismo universo fantástico. Su resolución remata la historia iniciada por Andreas veinte años atrás, pero se diría que su interés ya no reside tanto en el misterio que envuelve a aquéllas como en los personajes y la metafísica. Por fin, aparecen protagonistas con los que poder empatizar y cuyo lado humano constituye el anclaje de una historia por lo demás muy abstrusa. El sentimiento de pérdida del matrimonio Achacon y el afecto que desarrollan por Marlene está plasmado con delicadeza y emotividad, como también el desconcierto de aquélla al penetrar en su propio pasado y descifrar los signos que apuntan a su futuro.
Los paisajes escoceses, su tradición folklórica y sus símbolos mitológicos y religiosos (círculos, cruces, menhires, lechuzas…) suponen un cambio sustancial respecto a la línea temática de los dos primeros álbumes. Los ambientes claustrofóbicos, las construcciones barrocas y las criaturas inhumanas de origen extraterrestre dejan paso a los espacios abiertos, los valles y llanuras desiertas azotadas por el viento, los cielos inmensos… La tradición americana del relato de terror se ve desplazada por el tono elegíaco más propio de autores europeos y el horror lovecraftiano del primer álbum, que ya había quedado matizado en el segundo, es sustituido aquí por un subtexto metafísico: la naturaleza de lo real, nuestra posición en el universo, los límites del conocimiento, la memoria, el carácter cíclico de la existencia…
Andreas vuelve a demostrar su evolución como autor no sólo a través de la mutación temática de la obra, sino en su resolución gráfica. El tupido trabajo de líneas que caracterizaba los álbumes anteriores es aligerado aquí de acuerdo al tono de la narración, e incluso elimina la tinta de aquellas escenas que narran sueños o delirios, dejando que el sombreado a lápiz evoque un ambiente difuminado a mitad de camino entre la ilusión y la realidad. Aunque las composiciones siguen incluyendo planos con fuertes angulaciones y soluciones narrativas magistrales, éstos tienen carácter más puntual y su inclusión responde a exigencias de la historia. Una narrativa más contenida y un dibujo más liviano y luminoso ayudan a hacer de éste el álbum más accesible de la saga.
Cromwell Stone es una obra que, a mi juicio, es sólo parcialmente exitosa. Los mundos imaginados por Andreas son sugestivos e intrigantes, pero sus historias resultan en exceso alambicadas y sus enigmas sólo acaban parcialmente resueltos (aunque hay quien puede interpretarlo como algo deliberado, el deseo de dejar al lector el trabajo de reflexión que llene los huecos existentes) y cuyos personajes, tras su apariencia enigmática, no ocultan sustancia humana. Todo ello, unido a su rupturista dibujo, quizá sean las razones que expliquen por qué Andreas no ha conseguido nunca despegar del todo en España.
Pero así y todo, mi opinión es que, con todos sus defectos, Cromwell Stone merece una lectura por todo aquel que guste del cómic y quiera ver las posibilidades que esconde su lenguaje en manos de alguien con ganas, talento y osadía. Y, por supuesto, a todos aquellos amantes del cómic de terror bien dibujado y, particularmente, de la obra de Lovecraft.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus entradas aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.