¿Es posible, a estas alturas, escribir algo nuevo sobre la saga Star Wars? Se suele hablar de George Lucas como el cineasta que reinventa la aventura espacial, pero yo lo veo más bien como el impulsor del Nuevo Hollywood. Lucas es el director indie que cambia de piel, y recupera el cine de aquellos viejos tiempos en los que sentarse frente a la pantalla equivalía a soñar.
Decir que fue inteligente o que supo ver el rumbo del negocio es quedarse corto. Lucas fue un visionario en una época en la que el resto de sus amigos y colegas –Coppola, Scorsese, De Palma…– estaban perdidamente enamorados del cine europeo, y mantenían una visión pesimista de la humanidad, muy acorde con las tragedias de la Guerra Fría.
El 3 de marzo de 1972 se había lanzado desde Cabo Cañaveral la Pioneer 10, la primera astronave capaz de superar el cinturón de asteroides existente entre Marte y Júpiter y abrirse camino hacia las fronteras del espacio conocido.
Esta idea según la cual el ser humano podía conocer nuevos horizontes más allá de los conocidos a través los telescopios espoleó la imaginación del joven cineasta.
Sorprende que el Lucas que finalmente crea el universo Star Wars fuera el mismo que había llegado a deprimir al mismísimo Francis Coppola con su primera obra, THX 1138 (1970).
Por fortuna, Coppola olvidó sus prejuicios –“Su cine es algo pedante”, había dicho– y, le apoyó durante el desarrollo de American Graffitti (1973). Al narrar el sueño de aquellos jóvenes de pelo engominado, exprimiendo la vida en 1962, antes de la pesadilla de Vietnam, Lucas maduró su proyecto definitivo: una ópera espacial con robots, cazarrecompensas y una princesa que viste de blanco.
Lucas y los cómics de Flash Gordon
En 1971, Lucas había llegado a un acuerdo con la firma United Artists que le obligaba a rodar dos largometrajes. Tras el éxito obtenido con el primero de ellos, American Graffiti, el realizador propuso su nueva idea: llevar al cine las aventuras de Flash Gordon.
A decir verdad, el californiano llevaba casi una década con esta cantilena, y todo a causa de un detalle financiero: no tenía suficiente dinero para adquirir los derechos del famoso cómic de Alex Raymond. Quien sí tuvo capital suficiente para comprar los citados derechos fue el magnate italiano Dino de Laurentiis, que primero quiso a Federico Fellini como director, y que años después puso al mando del proyecto a Mike Hodges.
En 1979, los agentes de De Laurentiis preguntaron a Dan Barry, uno de los más fecundos dibujantes de las tiras de Flash Gordon, quién podría encarnar un Flash ideal. Barry propuso a Robert Redford, pero los productores pensaron que el actor, además de ser muy costoso, estaba demasiado viejo para el papel.
Tras una larga búsqueda se eligió a un joven atleta cuyo mayor mérito profesional había sido ocupar la portada de la revista Playgirl. El muchacho en cuestión era Sam J. Jones, de quien Barry dijo que él mismo hubiera interpretado mejor el personaje de Flash.
Acaso fuera una suerte que Lucas no pudiera adquirir esos derechos de adaptación. En ese momento, ya atesoraba una cierta experiencia como realizador y guionista –fue el primero en desarrollar, junto a John Milius, el guión de Apocalyse Now–. Por otro lado, conocía bien los entresijos de la industria.
Había fundado junto a Coppola el estudio American Zoetrope: el mismo que financió THX 1138. Su experiencia con United Artists le había mostrado lo mejor y lo peor del negocio. No olvidemos que, aunque impulsaron American Graffitti, acabaron rechazando la idea de que Lucas se dedicara a la ciencia ficción.
Por suerte, al contar con el apoyo de Alan Ladd, Jr. en la Fox, el realizador aún podía elevar la ambición de su siguiente proyecto. Dado que no era posible llevar Flash Gordon a la pantalla, Lucas quiso crear su particular ensueño espacial con planteamientos nuevos, realmente originales. Al fin y al cabo, gracias a Ladd Jr., tenía asegurado un amplio presupuesto.
Cómo empezó todo
En 1974, durante el proceso de negociaciones con 20th Century Fox, Lucas se aseguró el control sobre su producto. A cambio, aceptó unas condiciones económicas bastante limitadas: recibió cincuenta mil dólares por el guión y un salario total de cien mil dólares como realizador.
Lo que más inquietaba a Alan Ladd Jr. es la extraña sinopsis de doce páginas que George Lucas había presentado al estudio. Era un texto escrito a mano, titulado Aventuras de Starkiller. Primer Episodio de La Guerra de las Galaxias.
El primer párrafo era propio de un cuento de hadas: «Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana… Esta es la historia de Mace Windu, un sacerdote Jedi-bendu de Puchi, emparentado con Usby C. J. Thape, discípulo padawaan del famoso Jedi».
Buen admirador del cine de Kurosawa, Lucas introdujo el término Jedi como un homenaje al jidai geki, ese subgénero que en Japón se dedica a narrar las antiguas hazañas de los samuráis.
Las ilustraciones del dibujante Ralph McQuarrie permitieron a Lucas exponer todo su plan a los ejecutivos de Twentieth Century Fox, y hay pocas dudas sobre la eficacia que tuvo ese álbum a la hora de convencerlos.
En términos generales, el proyecto destilaba clasicismo. Algo que no sorprende en alguien como Lucas, cuya cultura y estilo se inclinan en esa dirección.
“Soy esencialmente un hombre victoriano –le diría, años después, a Orville Schell–. Me encantan los objetos y el mobiliario victorianos. Me gusta coleccionar arte. Adoro la escultura. En realidad, me gusta todo tipo de objetos antiguos. Pero el calificativo que más me cuadra es el de romántico. Me gusta la estética de la época victoriana, ese ambiente cómodo e íntimo, tipo Medio Oeste americano, con su aire cálido y aterciopelado. Por lo que se refiere a las historias que narro, creo que sugiere un enfoque humanista de ver las cosas: un punto de vista emocional”.
A comienzos de 1975, Lucas consiguió eliminar el exceso de referencias y entregó a Ladd un guión bastante pulido, cuyo nuevo título era Las aventuras de Luke Skywalker, tomadas del periódico de Whills. Saga primera: La Guerra de las Galaxias.
Probablemente fuera el propio Ladd quien convenció a Lucas de que lo mejor era reducir el título y aprovechar sólo su última parte: La Guerra de las Galaxias (hoy conocida como Star Wars Episodio IV. Una nueva esperanza).
A diferencia de los ejecutivos de la compañía, Lucas quería actores desconocidos para interpretar los principales papeles de ese guión que le había costado dos años de esfuerzos. En el primer borrador, según algunas fuentes, Han Solo era un lagarto de siete patas con enormes branquias. Una vez corregido el personaje, éste pasó a ser un piloto negro, por lo que el papel fue ofrecido al actor Glynn Turmann.
Los chismes y las habladurías van y vienen, pero lo cierto es que, en su momento, se asentó el siguiente rumor: uno de los primeros castings contaba con Will Seltzer en el papel de Luke Skywalker, Christopher Walken como Han Solo y la despampanante Terri Nunn, actriz y cantante del grupo new wave Berlin, en el papel Leia Organa. Con el tiempo, Lucas ha dado a conocer a otros aspirantes menos heterodoxos, como Kurt Russell (Solo), William Katt (Luke) y Amy Arving (Organa).
En realidad, por las audiciones también pasaron Paul Le Matt, Burt Reynolds, Nick Nolte y Jodie Foster. Para interpretar a Obi Wan Kenobi, Lucas llegó a pensar en Toshiro Mifune. Se sabe, además, que Leia iba a ser Sissy Spacek, y que sólo a última hora ésta cambió de proyecto y pasó a protagonizar Carrie, a las órdenes de Brian de Palma.
Por fortuna para el filme y para su legión de seguidores, Coppola aconsejó a Lucas que plantease mejor el reparto, y fueron finalmente Harrison Ford, Mark Hamill y Carrie Fisher los elegidos para ser, respectivamente, Han Solo, Luke y Leia.
La puesta en marcha del proyecto
Lucas ajustó severamente la financiación de La Guerra de las Galaxias. Disponía de un presupuesto inicial de tres millones de dólares, adelantados por la Fox. Lo que casi nadie imaginaba es que la película acabaría costando diez millones.
El argumento de la película es sobradamente conocido, pero no está de más repetirlo aquí.
Veamos: Luke Skywalker (Mark Hamill) recibe en su planeta natal, Tatooine, la llamada de auxilio de la Princesa Leia (Carrie Fisher), prisionera del malvado Darth Vader (David Prowse, con la voz de James Earl Jones), jefe militar del Imperio Galáctico.
Ayudado por los robots que le trajeron casualmente el mensaje y por el anciano caballero Obi Wan Kenobi (Alec Guiness), verdadero destinatario de la llamada de auxilio, Luke se dispone a rescatar a la princesa.
Para poder llegar a la Estrella de la Muerte, contratan al piloto Han Solo (Harrison Ford) y a su compañero, el wookiee Chewbacca (Peter Mayhew), y a bordo del Halcón Milenario, emprenden una aventura que cambiará las tornas en la lucha entre la Alianza Rebelde y el Imperio Galáctico.
Memorable, ¿no es cierto? Pero hay detalles en este argumento que nos suenan. Situaciones, diálogos de los que disfrutamos en anteriores oportunidades. El cine es reiteración, lo sé, pero…
Mucho se ha hablado acerca de las deudas de esta cinta con Akira Kurosawa, en particular con esa entretenidísima cinta que es La fortaleza escondida (Kakushi toride no san akunin, 1958).
También se ha mencionado la fidelidad de los estereotipos de Star Wars a los motivos del relato heroico fijados por el antropólogo Joseph Campbell. Según el esquema propuesto por Campbell, Luke Skywalker sería un héroe arquetípico, muy similar a los paladines de las clásicas novelas caballerescas.
Lucas no oculta su admiración por una utopía aristocrática: “La Guerra de las Galaxias –le dijo a Orville Schell– trata de héroes que tienen los ideales que a nosotros nos gustaría tener. Es terrible, pero hay una parte de esa sociedad a la que le gustaría que todo el mundo fuera cínico. Sin embargo, hay otro sector que necesita tener héroes. Estados Unidos, y especialmente los medios estadounidenses, se están devorando a sí mismos. Tienen una forma de medirlo todo por el mismo rasero que no es nada buena para una sociedad. No hay ningún respeto hacia la Oficina del Presidente. No es que necesitemos un rey, pero hay una razón para que los monarcas construyeran grandes palacios, se sentaran en tronos y se cubrieran de piedras preciosas. Es toda una necesidad social; no hay que oprimir a las masas, pero sí impresionarlas y hacer que se sientan orgullosas de su cultura, de su Gobierno y de sus dirigentes, para que crean que tienen derecho a mandar sobre ellas y lo acepten de buen grado. Los medios trabajaban básicamente para el Gobierno, y su misión era crear cultura. Ahora, en algunos casos, obviamente, han utilizado su poder de forma equivocada y han acabado con el equilibrio existente. Probablemente no hay ninguna forma mejor de gobierno que un déspota bueno”.
Leyendas, ciclos míticos y space opera
Es verdad que la cinta de Lucas es y será recordada por toda una generación como un título indispensable, pero no es menos cierto que lo es por dos razones que no suelen ir ligadas: encanto y calidad. Con todo, son sus referencias mitológicas las que convierten a la cinta en una experiencia memorable.
La Guerra de las Galaxias figura en casi todas las monografías como la película que revolucionó la ciencia-ficción de los setenta, y a la vez, se cita como el largometraje predilecto de millones de espectadores.
Esta es, en suma, una película de películas: cine en estado puro, pastiche de géneros en el que el espectador reconoce retazos de Ford, Curtiz y Walsh, así como el recuerdo de los clásicos del pulp novelesco.
Por otro lado, el subtexto de Star Wars es igualmente rico en significados. La Alianza Rebelde es antiautoritaria, y trasluce los valores de la contracultura. En contraste, el Imperio puede identificarse con la administración de Nixon y con las grandes corporaciones financieras.
Con la misma clave, Luke y Darth Vader llegan a encarnar dos arquetipos freudianos, y su relación puede estudiarse de acuerdo con la doctrina del psicoanálisis.
Eso por no hablar de los ingredientes de los que George Lucas se apropia en el relato: la mitología celta y grecorromana, los viejos cuentos celtas, la Biblia, la tradición novelesca del Rey Arturo, las antiguas leyendas japonesas…
“Una de las razones por las que hago así mis películas, y por las que me atrae tanto la mitología –le confesó Lucas a Schell–, es porque me ofrece una oportunidad de hacer arqueología psicológica. Es muy interesante poder explorar las culturas, retroceder 3.000 años y descubrir que los centros neurálgicos de la emoción son los mismos entonces que ahora, que hoy se tocan los mismos acordes que ayer”.
“Aunque La Guerra de las Galaxias sea una historia completamente nueva –añade–, utiliza los motivos de siempre. Quiero decir que existe todavía el héroe de las mil caras [en alusión al famoso libro del antropólogo Joseph Campbell]. El héroe tiene mil rostros, y éste es uno de ellos. Obviamente, personalizo mis historias y las sitúo en el tiempo actual. Lo que digo en mis películas es: estos son los aspectos emocionales que me interesan, que son de mi época, de los cincuenta, sesenta y setenta. Pero representan temas intemporales, son la destilación de las distintas mitologías de todo el mundo. Lo más divertido es que he tenido la oportunidad de trabajar para un mercado mundial, y La Guerra de las Galaxias funciona en todas las culturas”.
“Tomé los personajes de Star Wars del folklore, y traté de jugar con temas universales. Me gusta tratar con la necesidad humana de amistad, de cariño, de agruparse para ayudarse y de unirse contra algo negativo”.
Si hay una característica común en la mayoría de largometrajes de ciencia-ficción rodados durante los años ochenta, ésa es la consolidación de los efectos especiales como razón de ser del género.
Pocos títulos manifiestan sus valores más allá de un buen uso de las maquetas o de los trucos de maquillaje. Los guiones, cada vez más inconsistentes, en raras ocasiones eluden el riesgo de convertirse en una mera disculpa para desarrollar un pueril artificio.
Dicen los que de esto saben que el culpable es George Lucas. Una vez puesta de moda la space opera, nadie quiso contradecir sus convenciones: intrigas de escaso alcance, héroes a la vieja usanza y villanos observados a contraluz.
Con todo, Lucas consigue que su obra trascienda ese nivel, y penetre en el imaginario colectivo con la fuerza de un relato ancestral, que merece ser contado una y otra vez.
Si observamos la película desde un plano más positivo, hay otra conclusión por extraer: Star Wars no sólo escenifica, una vez más, la lucha entre la Luz y las Tinieblas. También cambió el modo de producir cine y revitalizó los géneros populares por medio de todo ese trasfondo mitológico. Es más: tuvo una consecuencia que muchos prefieren ignorar, y es que proporcionó un nuevo cauce al cine independiente.
“La gente olvida –le dice Lucas a Peter Biskind– que hay una ecología, unas relaciones simbióticas en la industria del cine; es necesario hacer películas que recauden mucho dinero para financiar las que no hacen dinero. De los mil millones y medio de dólares que recaudó La Guerra de las Galaxias, más de la mitad, setecientos millones, fueron para los propietarios de las salas. ¿Y qué hicieron con esa pasta? Construyeron multicines. Cuando tuvieron todas esas salas, tenían que llenarlas con algo, y entonces, las películas artísticas que se pasaban en salas pequeñísimas en el quinto pino, de repente empezaron a proyectarse en salas convencionales y a ganar dinero. Y en cuanto empezaron a ganar dinero, tuvimos Miramax y Fine Line, y los estudios se interesaron; por eso ahora existe una próspera industria americana de películas artísticas que no existía hace veinte años”.
Desde luego, hay más antecedentes por explorar. Lucas no oculta su fascinación por títulos como ¡Hágase la oscuridad! (1950) de Fritz Leiber, novela en la que aparecen unas espadas de rayos semejantes a las espadas láser de los Jedi, o La legión del espacio (1947) de Jack Williamson, obra cuyos personajes se corresponden como gotas de agua a los de la epopeya galáctica.
La película contiene asimismo homenajes a las revistas pulp de las viejas edades del género; sirva como ejemplo la Estrella de la Muerte, fiel trasunto del Gernsback Space Flyer diseñado por el dibujante Frank Paul en 1915.
Darth Vader, el malvado de la película, guarda importantes similitudes con dos personajes de cómics: el Doctor Muerte, considerado el peor enemigo de los Cuatro Fantásticos, y Darkseid, el villano ideado por Jack Kirby para DC Comics, cuya presentación tuvo lugar en Superman’s Pal Jimmy Olsen # 134 (noviembre de 1970).
Un rodaje infernal
Con la idea de ahorrar presupuesto y estar lejos de los ejecutivos de la Fox, George Lucas se traslado a Elstree, en Londres. Ni Lucas ni su productor, Gary Kurtz, supieron entender al equipo inglés.
Casi podría decirse que los problemas comenzaron el primer día de rodaje, el 25 de marzo de 1976.
Todos sus amigos anticipaban a George Lucas un desastre profesional. Una calamidad que, por cierto, casi acaba con su salud en Londres, donde el equipo local, empezando por el operador jefe, perdió el respeto al joven director y estuvo a punto de malograr todo el proyecto.
Cada vez más tenso, Lucas tenía que ir completando fases del rodaje sin el apoyo de su entorno. Aunque los estudios Elstree disponían de técnicos bien formados, su ambiente se convirtió en casi irrespirable para el realizador.
A ello hay que añadir la complejidad de escenarios como el triturador de basuras de la Estrella de la Muerte. Rodeados de agua estancada y desperdicios, Carrie Fisher, Harrison Ford, Mark Hamill y Peter Mayhew (Chewbacca) tuvieron que aguantar malos olores, desperfectos en su vestuario y más de un accidente.
Con una infección, agotado por el insomnio y desesperado ante los problemas que presentaban ciertas partes del guión, Lucas necesitaba, más que nunca, el apoyo de sus colegas.
Spielberg se ofreció para dirigir la segunda unidad, pero Lucas no quiso que su estilo se dejase ver en la película.
“Cuando volvió de Londres –escribe Peter Biskind–, Lucas estaba deprimido, disgustado y amargado; sus amigos nunca lo habían visto tan mal. El director decía que había filmado un tráiler de diez millones de dólares”
Claro que las dificultades no se limitaban al metraje filmado en Elstree.
Aunque Lucas no quería rodar en el extranjero, el equipo se trasladó al oasis de Tozeur, en Túnez, escogido para ambientar el desértico planeta Tatooine. Tozeur es un bellísimo lugar, y figura entre los destinos turísticos más atractivos de Túnez, sobre todo por su exuberante naturaleza y sus mezquitas, pero también por sus peculiares viviendas construidas de adobe, idénticas a las que habitaban los lugareños en el siglo XIII.
Lo que atraía a Lucas no eran los palmerales, sino los mares de sal de Tozeur, idóneos para recrear los páramos de Tatooine. Pese a que el enclave resulta espectacular, el equipo comprobó desde el primer día de rodaje que las temperaturas iban mucho más allá de lo soportable. No conviene olvidar que desde la colina de Belvedere ya quedan a la vista las dunas del Sáhara.
Rodar en un desierto era complicado para los operadores, que debían limpiar constante las cámaras, invadidas por la arena. Pero quien se llevó la peor parte fue Anthony Daniels, el actor que da vida a C3PO. Bajo un sol de justicia –40º C a la sombra–, sufrió más de una lipotimia. Había que hidratarle constantemente para que su traje metálico no se convirtiera en un artilugio de tortura.
Ni siquiera la recién fundada Industrial Light & Magic funcionó como es debido. Lean a Biskind (Moteros tranquilos, toros salvajes) y comprobarán de qué les hablo: por ejemplo, de unos efectos especiales que fallaron en todas sus facetas y que alargaron la agonía del realizador hasta lo indecible.
Si hemos de ser justos, el cineasta californiano hizo bueno aquel adagio de las últimas campañas napoleónicas: de derrota en derrota, hasta la victoria final.
Los efectos especiales de La Guerra de las Galaxias
Hablar de los trucajes de La Guerra de las Galaxias equivale a contar la historia de Industrial Light & Magic, la compañía de efectos visuales más prestigiosa del mundo. Claro que, en sus comienzos, no todo fue fácil. Es más: la ILM se curtió a través del fracaso.
Mientras preparaba el rodaje de Star Wars, George Lucas comprobó que la 20th Century Fox, el estudio productor de la película, ya no disponía de un departamento de efectos visuales. Empeñado en conseguir que La Guerra de las Galaxias tuviera unos trucajes deslumbrantes, Lucas fundó Industrial Light & Magic en mayo de 1975.
La firma era parte de su productora, Lucasfilm, y tenía su sede en Van Nuys, California (Con el tiempo, la ILM se trasladaría a San Rafael, y más tarde al Letterman Digital Arts Center, en lo que antiguamente fue el Presidio de San Francisco).
Desde el punto de vista estructural, ILM fue la primera subdivisión de Lucasfilm, antes de que el cineasta abriera un departamento de sonido, Skywalker Sound, otro de videojuegos, Lucasfilm Games (actualmente LucasArts), y un estudio digital, Graphics Group, que posteriormente conformó Pixar, el famoso estudio de animación por ordenador.
A pesar de todos esos avances, George Lucas siempre ha insistido en que sus gustos no se inclinan del lado de la tecnología. Tampoco le obsesiona rodar una película atiborrada de efectos. En su opinión, de nada sirve un trucaje si detrás no hay una historia.
“La única película de este tipo –le dijo Lucas a Schell– que la gente ha visto una y otra vez ha sido Titanic. Pero Titanic es todo menos una película de ciencia ficción. Es un filme realizado utilizando alta tecnología y con grandes efectos especiales, exactamente igual que La Guerra de las Galaxias; la original tenía unas 500 tomas con efectos especiales, y Titanic también. Por lo que se refiere al guión, es una historia muy romántica, en línea con la de La Guerra de las Galaxias”.
“La mayoría de la gente –añade en la misma entrevista– me conoce por mis trabajos con la tecnología. Pero creo que, viendo mis películas, se puede decir que tengo un punto de vista muy romántico acerca de ella. No la odio, pero al mismo tiempo soy muy consciente de sus peligros. Cualquiera que me conozca un poco sabe que no estoy precisamente loco por la tecnología punta. Quiero decir que me gusta, y disfruto utilizándola, pero para mí sólo es una herramienta. No es algo que me intrigue u obsesione. Prefiero sentarme debajo de un árbol y leer un libro que hacerlo frente a un ordenador”.
Hablar hoy de todo ello sin mencionar la palabra éxito es casi imposible. Sin embargo, en marzo de 1977 las cosas eran muy distintas.
Desde un punto de vista técnico, el uso de computadoras fue la gran aportación de Star Wars al mundo de los efectos especiales. Para rodar la película, Lucas quiso contratar a Douglas Trumbull, el técnico que había llevado a término los efectos visuales de 2001: Una Odisea del espacio. Trumbull no aceptó la oferta de Lucas, pero le sugirió que contase con su joven ayudante, John Dykstra.
Dykstra no venía solo. En su equipo se reunieron talentos como Dennis Muren, Ken Ralston, Richard Edlund, Joe Johnston, Phil Tippett, Steve Gawley y Jeff Mann.
Otro veterano de 2001, Stuart Freeborn, accedió a realizar los efectos especiales de maquillaje. Freeborn es el autor de los homínidos que aparecen en la cinta de Kubrick, y asimismo, el creador del inolvidable Chewbacca.
El grupo de maquilladores se completó con otros colaboradores, jóvenes y veteranos: Rick Baker, Doug Beswick, Rob Bottin, Nick Maley, Charles E. Parker y Christopher Tucker.
Una noche de frío y niebla
Lucas fundó la ILM para desarrollar los 365 efectos especiales de la película. Contrató a numerosos técnicos jóvenes y puso al mando de cada equipo a un especialista de mayor experiencia. Dennis Muren trabajó en los laboratorios y Richard Edlund se convirtió en supervisor y diseñador de efectos.
Para realizar las maquetas de las naves espaciales, los técnicos adquirieron numerosas maquetas de aeromodelismo, y las fueron ensamblando hasta completar unos imaginativos diseños que hoy son ya legendarios.
Sin haber completado los trucajes, George Lucas invitó a varios amigos a su casa de San Anselmo. Quería proyectar para ellos parte de la película. “Los efectos especiales –escribe Peter Biskind– no estaban terminados y George había insertado unos combates aéreos en blanco y negro de viejos filmes de la Segunda Guerra Mundial, pero, aparte de eso, puede decirse que lo que tenía ya daba una idea general de lo que podía llegar a ser la película”.
A San Anselmo llegaron, entre otros, Spielberg, Alan Ladd Jr. y Brian de Palma. “Cuando terminó la proyección –añade Biskind–, no se oyeron aplausos, sólo un bochornoso silencio. Sin los efectos, la película era ridícula. (…) Lucas sintió que había fracasado, que no había conseguido conectar con el público adulto”.
Horas después, cenaron en un restaurante chino. Brian de Palma comenzó a criticar la película con incontrolable furor. Más relajado, Spielberg defendió Star Wars, e incluso dijo a Lucas que llegaría a recaudar cien millones de dólares. Los demás pensaron que este elogio era un puro disparate.
Después de aquella dramática reunión, Lucas mejoró algunas partes del guión y se volvió obsesivo con el tema de los efectos especiales. Sobre todo porque, después de haber gastado cientos de dólares, y tras innumerables horas de trabajo, la ILM apenas había logrado terminar una toma de pocos segundos.
Para empeorar las cosas, esa toma era francamente mediocre. Con un esfuerzo sobrehumano, el equipo consiguió completar los efectos visuales, y lo cierto es que obtuvo un prodigioso resultado. Tanto es así, que la predicción de Spielberg sobre el éxito de Star Wars se cumplió con creces.
Pese al resultado final, Lucas no estaba contento con la labor de los técnicos. Muy molesto por la actitud del realizador, John Dykstra decidió salir por aquellas fechas de ILM y montar su propia compañía.
Habría mucho más que contar sobre el proceso de rodaje y postproducción. En todo caso, es inevitable citar a dos creadores cuya genialidad contribuyó al triunfo final de la empresa: el compositor John Williams, autor de la magistral banda sonora del film, y el diseñador de sonido Ben Burtt, responsable de los numerosos efectos sonoros que configuran el universo de Star Wars.
«En cualquier lugar del mundo ‒confiesa Williams‒, los niños conocen a los personajes de George Lucas. Es un logro asombroso. Y de paso, todos ellos conocen la música, que es algo que tengo que agradecer a Lucas«.
Otro detalle sin el cual la cinta hubiese naufragado es el montaje, que permitió corregir errores e imprimir ritmo allí donde el director no lo había plasmado. Esta hazaña fue obra de Richard Chew, de Paul Hirsch y de la esposa del realizador, Marcia Lucas.
Sinopsis / El legado
La Guerra de las Galaxias abrió de par en par las puertas de un mundo nuevo a las posibilidades reales del cine», dice Peter Jackson, director de la trilogía El Señor de los Anillos. «Era la película perfecta para maravillar al espectador».
En principio, puede parecer insólito que el director de una trilogía cinematográfica que muchos comparan con Star Wars confiese públicamente su devoción por la saga intergaláctica de George Lucas. En realidad, es un testimonio del atractivo, al parecer intemporal, de Star Wars.
«‘¡Darth Vader vive!» proclamaba una popular insignia en 1977, y se diría que continuará viviendo en el corazón y la mente de los aficionados a Star Wars de todo el mundo durante muchos más años.
Hay muchas películas de éxito. Hay muchas películas que son enormemente populares y han sido vistas por millones de espectadores en todo el mundo. Pero son muy pocas las que se han hecho un lugar en el imaginario colectivo como el que ha conquistado la saga Star Wars.
Para bien o para mal, personajes públicos de toda índole, desde artistas hasta políticos, hablan de «la Estrella de la Muerte», «la Fuerza», «el Imperio del Mal», y de viajes realizados a la velocidad de la luz… y el público comprende inmediatamente a qué se refieren.
Es indudable que Star Wars sigue presente en muchos aspectos de nuestra vida. En el cine, donde directores y productores de películas tan distintas como E.T., el extraterrestre, American Pie, Toy Story, Austin Powers y Robots no pierden ocasión rendir homenaje (en ocasiones irónico) a las películas de la saga Star Wars. En la televisión, donde Los Simpsons, The O.C. y Saturday Night Live aprovechan las aventuras y personajes de Star Wars para arrancar sonrisas a su público.
En el deporte, donde los Boston Red Sox han llamado a su archienemigo, los New York Yankees, «el Imperio del Mal», mote que los Yankees han adoptado con alborozo. En el cómic, donde Star Wars ha sido tema favorito de tiras cómicas de todo tipo, desde Daniel el travieso y Hi and Lois hasta Doonesbury y Boondocks, y ha aparecido en infinidad de libros.
En los colegios, donde los educadores utilizan cada día a los personajes de Star Wars para enseñar matemáticas, ciencia y lengua; y en los museos que atraen a grandes multitudes para ver exposiciones basadas en Star Wars.
El propio George Lucas opina al respecto: “Estoy sorprendido de que la gente no se haya dado cuenta. Creen que es toda esa alta tecnología y los efectos especiales lo que hace que los espectadores quieran ver estas películas una y otra vez. Lo más interesante para mí es que, después de La Guerra de las Galaxias, se han hecho muchas películas de ciencia-ficción y con efectos especiales…, pero nadie ha querido volver a verlas una vez tras otra”
Incluso en los parques temáticos, donde los Star Tours han sido una de las atracciones preferidas en los parques temáticos de Disney en todo el mundo.
El universo de Star Wars va más allá de la pantalla y lo encontramos en nuestros hogares presente en múltiples tipos de soporte. Cuando se publicó, en 2004, la Trilogía Star Wars fue el estuche de DVD más vendido de la historia en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia, Japón, Australia y muchos otros países de todo el planeta.
La venta de productos LEGO basados en Star Wars experimentó un aumento sin precedentes, y millones de personas acceden cada día a los videojuegos de la saga.
Los videojuegos de Star Wars son extraordinariamente populares, y las novelas que versan sobre el universo expandido de Star Wars acceden periódicamente a lista de libros más vendidos del New York Times.
El legado de Star Wars también ha influido en el modo de hacer cine. Para lograr los asombrosos efectos visuales de Star Wars, George Lucas fundó Industrial Light & Magic. Desde entonces, ILM ha recibido 14 Premios de la Academia a los mejores efectos visuales por su trabajo en una amplia variedad de películas, y continúa abriendo nuevas vías a la industria de los efectos visuales.
Star Wars Episodio IV. Una nueva esperanza fue decisiva para mejorar la tecnología del sonido cinematográfico, popularizando el sistema Dolby de reducción de sonido y dando lugar a la creación del sistema THX y la introducción del sonido digital, ahora presente en la mayoría de los cines.
Lucasfilm Ltd. también fue pionera en el uso de los sistemas de montaje digital no lineal, que, además de abrir nuevos horizontes a los montadores de sonido e imagen, condujeron al desarrollo del sistema Avid, la herramienta de montaje cinematográfico más utilizada en la industria del entretenimiento.
Los experimentos de Lucasfilm en el campo de la animación infográfica fueron posibles gracias a los beneficios generados por las películas de la saga Star Wars y condujeron a la creación del ordenador Pixar. Y éste, a su vez, dio lugar a la fundación de los estudios independientes Pixar Animation, enormemente populares, y responsables de películas como Toy Story y Buscando a Nemo.
Uno de los avances más significativos y de más trascendencia aportados por la saga Star Wars fue el uso pionero de técnicas de producción cinematográfica digitales.
El Ataque de los Clones fue el primer gran largometraje creado con videocámara y videocinta digitales de alta definición de 24 cuadros por segundo.
Para La Venganza de los Sith se desarrolló una tecnología nueva, llamada ‘444’, que graba imágenes con una cámara de alta definición con una resolución mucho mayor que la que podía obtenerse anteriormente. Y a medida que los cineastas de todo el mundo optan por el uso de cámaras digitales, cada vez son más las salas de cine que instalan sistemas de proyección digital.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero Peña. Reservados todos los derechos.
Copyright de la sinopsis / El legado de Star Wars: TM & © Lucasfilm Ltd. 2009. Twentieth Century Fox Film Corporation. Cortesía de Hispano Foxfilm. Reservados todos los derechos.
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