La novela que me ha acompañado este mes en España: Los rufianes.
A Giovanni lo había leído a los doce años, pero por entonces prefería el sexo y la violencia de Manchette. Sólo cuando ya adulto empecé a ver un montón de polares magistrales escritos –y algunos dirigidos– por él (La evasión, A todo riesgo, Los aventureros, Hasta el último aliento, ¡Ho!, Dos hombres en la ciudad, Los rufianes (nada que ver con esta novela), Alias el gitano… me di cuenta de que era historia ineludible del género negro francés, tanto en cine como literatura, y que su melancolía nihilista molaba. Por eso cuando vi esta novelita en el mercado de San Antonio a un euro, pensé: «Coño, qué suerte tengo».
Ha sido una gozada leer Los rufianes: en mi puesta de escena mental ha sido una película triste del René Clément de El día y la hora, con coloridos insertos setenteros estilo Philippe de Broca para las muertes y el jolgorio; y encima he hecho que la protagonicen Lino Ventura, Jean-Paul Belmondo y Alain Delon en sus mejores tiempos. De hecho, ahora acabo de comprobar que Ventura protagonizó su adaptación a cine de 1983, que no he visto: le ajusta perfecto, me da que el autor le tenía en la cabeza a la hora de escribir.
Los rufianes es la historia de tres curtidos mercenarios que siempre pierden, pero que no pueden dejar de moverse y buscar el desastre, por «el gusto secreto de morir joven, cada vez más imposible por la acumulación de años».
Siempre me identificaré con los rufianes de Giovanni, Dios me libre de la «gente buena»…
Sinopsis
La amenidad es la virtud capital de Los rufianes. Las actividades de tres mercenarios franceses dedicados a la caza de nazis en Brasil forma aquí una línea argumental que impide al lector abanonar su lectura hasta pasar la última página.
La novela clásica de intriga y aventuras revive en esta obra con fuerza inusitada; y su prosa, dinámica, inteligente e irónica, revela un gran dominio del léxico del hampa.
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