Vuelve Mari Trini, y lo hace justo a tiempo para llenar nuestras vidas a través de dos obras complementarias: la formidable biografía escrita por Miguel Fernández y el disco antológico que podemos considerar su banda sonora, publicado por Warner Music Spain.
Es evidente que los críticos musicales ‒los de aquí‒ no terminan de reivindicar el nombre de Mari Trini. Hay excepciones, claro, pero aún queda mucho por hacer. Precisamente por eso, la lectura de Yo no soy esa que tú te imaginas está especialmente indicada para los de mi generación, porque fuimos nosotros quienes, allá por los ochenta, dejamos de comprar sus discos.
Cuando yo era un quinceañero, demasiado joven e indocumentado, Mari Trini ya había cedido paso a la avalancha de artistas de la Movida. Aunque ella seguía luchando por renovar su repertorio, los medios, en su mayoría, habían empezado a decir lo contrarío de lo que defendían poco antes. Simplemente, negaron la evidencia y miraron para otro lado. Eran otros tiempos y el panorama sonoro debía cambiar. En consecuencia, los aficionados a la música ya solo hacíamos caso a unos prescriptores que preferían las variantes ibéricas del pop anglosajón.
El nuestro es un país ingrato, y ese silencio de la prensa derivó luego en el olvido, o aún peor, en la sensación de que Mari Trini pertenecía al pasado. Más o menos, como buena parte de los magníficos baladistas y cantautores que triunfaron en los sesenta y los setenta.
De ahí en adelante, sus LPs acabaron en la parte menos accesible de las tiendas de discos, a la espera de que los nostálgicos preguntaran por ella.
La auténtica Mari Trini
Con una insistencia admirable y una documentación abrumadora, Miguel Fernández nos revela en su libro lo equivocados que estábamos.
Mientras nos dejamos arrastrar por las modas, sujetos a una vertiginosa exposición de novedades, la figura de Mari Trini se ha ido desvaneciendo de forma tan injusta como, en apariencia, irrevocable.
Y sin embargo, en cuanto prestamos atención a cualquiera de sus discos ‒Amores (1970), Escúchame (1971), A mi aire (1980), Una estrella en mi jardín (1982), Quién me venderá (1986)…‒, sale a nuestro encuentro una intérprete fabulosa, para la que habría que inventar un diccionario entero de estilos: desde la balada italiana al funk, pasando por la chanson française, la canción contestataria, la copla, el bolero, el blues o el jazz.
Incluso en lo personal, las etiquetas póstumas que aplicamos a Mari Trini (referente LGTBIQ+, pionera del feminismo, etc.) no aciertan a definir esa independencia de criterio que el libro de Fernández resume en una cita de la cantante: «Para bien o para mal, las riendas de mi caballo las he llevado yo siempre. Si me han propuesto algo que se apartaba de mi conciencia, me he negado y punto. No me han podido la fama ni el dinero, solo la música y el respeto a la gente».
Desgarro, talento y poesía
Frente a las típicas canciones de amor que producen un ataque de hipoglucemia, Mari Trini siempre exploró sentimientos realistas, profundos, de un lirismo descarnado, que la hacían más humana y también mucho más cercana a su público.
Entre el desgarro, la sobriedad y la confidencia poética, el cancionero de la artista murciana se beneficia de los extraordinarios músicos, productores y arreglistas con los que colaboró, empezando por dos auténticos genios, Waldo de los Ríos y Danilo Vaona.
Resistir a pesar de todo
Ameno, emocionante y lleno de revelaciones, el libro de Miguel Fernández refleja lo que Mari Trini fue ‒una cantante inquieta y una mujer cosmopolita e indomable, que se rebeló frente a las convenciones de su tiempo‒ y también lo que pudo haber sido y no fue. Recordemos que su descubridor fue el cineasta Nicholas Ray, lo cual nos invita a preguntarnos qué hubiera pasado si su talento para la interpretación hubiese salido de la música para entrar en otros terrenos artísticos.
Desgraciadamente, el destino se lo puso difícil. Por ejemplo, esta leyenda de Ray como un Pigmalión benéfico se oscurece con otra declaración de Mari Trini. «Es lo clásico, lo que sucede siempre, aunque yo no me había dado cuenta, porque él tenía cincuenta y pico años y yo solo diecisiete. Lo comprendí el día en que no solo se insinuaba, sino que pretendió acostarse conmigo. A partir de ahí le dije que aquello no era así y desapareció nuestra relación y nuestro contrato».
A lo largo de su carrera, la cantante perfeccionó otra cualidad: la resistencia. Siempre tuvo que moverse en la cuerda floja. Lo hizo cuando, a pesar del éxito, desconcertaba a unos cuantos en la industria, y sobre todo, cuando esa misma industria, empeñada en meterle sangre joven a su catálogo, decidió apartarla de las salas de grabación y de los escenarios.
Ella nos dejó demasiado pronto: en 2009. Desde entonces, con una miopía típicamente española, solo se ha mencionado su nombre en segundo plano. Sin embargo, hablamos de una figura que merece regresar a lo más alto.
Nunca es tarde. Su música sigue siendo igual de estimulante y, como deja bien claro Fernández, la vida de Mari Trini aún es un ejemplo de lucha, resistencia, oficio y sensibilidad. Ojalá sean muchos los que echen un vistazo por el retrovisor y descubran la grandeza de esta intérprete y compositora. Tanto su obra como su figura lo merecen.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.
Copyright de la portada © Penguin Random House. Reservados todos los derechos.