Ya hemos comentado en artículos anteriores la importancia que tuvieron los ilustradores de las revistas pulp en la formación de los iconos de la ciencia-ficción.
Es preciso tener en cuenta que en los años veinte no existían los comic-books (formato que nacería en 1933; sí existían tiras gráficas en la prensa, pero el género de CF no comenzó hasta 1929 con Buck Rogers), el cine era todavía incapaz de dar forma visual a las maravillas que los escritores describían en sus relatos y la mayoría de las ediciones en libro carecían de ilustraciones.
Así, el mérito de los dibujantes que volcaban su talento en aquellas publicaciones baratas, con un papel e impresión que no hacía justicia a su trabajo, es doble. Por un lado, carecían de referentes visuales sobre los que apoyarse a la hora de abordar la hoja en blanco, debiendo recurrir exclusivamente a su talento e imaginación para plasmar imágenes y conceptos nuevos. Por otro lado, fue su creatividad la que dio solidez visual a la ciencia-ficción, creando imágenes que, a su vez, inspirarían a escritores, cineastas y otros dibujantes.
Hoy, al escuchar o leer palabras como «robot», «nave espacial» o «alienígena», nos vienen a la cabeza imágenes que, directa o indirectamente, provienen de las ilustraciones de aquellas revistas.
Y no se trata solamente de que fueran pioneros en un género todavía marginal y que hubieran de trabajar en condiciones difíciles ‒con plazos de entrega muy ajustados y magras remuneraciones‒ sino que algunos de ellos, además, eran artistas de una inmensa destreza. Virgil Finlay se hallaba entre estos últimos.
Finlay nació en 1914 en Rochester, Nueva York. En el instituto destacó como deportista, poeta y dibujante y fue entonces cuando aprendió la técnica que más profusamente cultivaría en su futura carrera: el raspado.
Básicamente consiste en aplicar sobre el papel o el lienzo una arcilla blanca y sobre ésta una capa de tinta negra. Una vez seca, con un instrumento afilado se va raspando la tinta, dejando al descubierto la arcilla blanca que hay debajo, consiguiendo un efecto similar al de los grabados de Gustavo Doré.
Finlay mezclaba esta técnica con las más tradicionales (aplicación de tinta sobre el papel blanco) en el mismo dibujo, consiguiendo efectos de tramado, sombreado y textura.
A finales de los años veinte, Finlay quedó fascinado por los relatos de ciencia-ficción y terror y fantasía que publicaban respectivamente las dos revistas principales de esos géneros, Amazing Stories y Weird Tales.
En 1935, envió una muestra de su trabajo al editor de esta última. La calidad de las ilustraciones, la finura de sus líneas y puntos y los complejos contrastes hicieron albergar dudas sobre el resultado de la impresión en el papel de pulpa propio de la revista, pero las pruebas resultaron satisfactorias y en el número de diciembre se incluyeron cuatro de sus dibujos. Finlay tenía 21 años e instantáneamente se convirtió en uno de los artistas preferidos tanto por los lectores como por los escritores: H.P. Lovecraft le escribió cartas de felicitación e incluso un poema sobre su arte.
Inmensamente prolífico (firmó más de 2.800 dibujos y pinturas), fue uno de los ilustradores del género fantástico más conocidos del siglo XX. Cómo fue capaz de producir un volumen semejante de trabajo de gran calidad es un misterio, especialmente teniendo en cuenta la laboriosa técnica que utilizaba. Y es que, además del raspado, aplicaba en los dibujos el puntillismo: como la superficie sobre la que ejecutaba el raspado no se podía sombrear con un lápiz ordinario, para rellenar los huecos debía hacerlo aplicando una compacta trama de puntos de tinta, puntos que era necesario hacer uno a uno. Mojaba en tinta sólo la punta de una pluma ultrafina y dejaba caer en el lugar preciso esa gotita de tinta sin que la pluma llegara a tocar el papel, limpiando a continuación el exceso de tinta y repitiendo el proceso, una y otra vez, punto a punto.
Este procedimiento, increíblemente exigente en términos de tiempo, habilidad y precisión, daba como resultado y gracias a su talento, imágenes de gran profundidad y cualidad casi fotográfica.
Con echar un vistazo a las imágenes que acompañan a este artículo, se podrá entender que su reputación creciera rápidamente. Weird Tales publicaba ilustraciones suyas en cada número, consiguió un empleo fijo en el suplemento dominical de The American Weekly y siguió colaborando para multitud de revistas pulp de la época: Famous Fantastic Mysteries, Fantastic Novels, Startling Stories, Super Science Stories, Amazing Stories, Thrilling Wonder Stories, Fantastic Adventures, Argosy…
Ilustró portadas de libros e incluso dibujó un puñado de comic books para DC. Trabajó intensamente hasta la década de los cincuenta en unas condiciones terribles: los excelentes resultados que obtenía eran producto, como hemos dicho, de una técnica tremendamente lenta que le obligaba a dibujar dieciséis horas diarias, siete días a la semana, para conseguir entregar dentro de los estrictos plazos exigidos por las revistas pulp; y, aún así, tal era la demanda de sus ilustraciones que se vio obligado a trabajar con más prisas, con el consiguiente deterioro en el resultado final.
Cuando la estrella de estas publicaciones comenzó a declinar, las cosas se complicaron para Finlay. Siguió ilustrando portadas de libros y revistas de temática fantástica, pero por alguna razón los editores no consideraron su estilo adecuado para las portadas de libros de ficción no fantástica.
Su arte fue más apreciado en las revistas de astrología, de las que obtenía mejores tarifas y mayor número de encargos, aunque algunas veces no los suficientes para vivir, lo cual le obligó a dedicarse a trabajos totalmente insatisfactorios para su alma de artista, como el de reparador de lámparas.
Sin abandonar jamás el tablero de dibujo, Finlay murió en enero de 1971, a los cincuenta y siete años, de cáncer de pulmón.
La influencia y popularidad de Finlay fue inmensa. Durante los años que estuvo movilizado en la Segunda Guerra Mundial los editores contrataron a dibujantes a los que exigían que imitaran su estilo; ganó el primer premio Hugo que se concedió en la categoría de «ilustraciones interiores», en 1953; y desde los años cuarenta sus seguidores pudieron adquirir portafolios de su arte reproducido en un soporte de mayor calidad, algo inusual en aquella época.
Igualmente poco común era la carga erótica que destilaban muchas de sus imágenes, mezclando el realismo del cuerpo femenino con una cualidad etérea, mágica. Tal era la calidad de su trabajo que lograba superar el puritanismo de algunos de los editores.
Nadie antes de Finlay consiguió reflejar lo fantástico con tanta belleza, sensualidad y energía. Su personal trabajo, perfeccionista y original tanto en su concepto como en su ejecución, sigue fascinando nuestros ojos y nuestras mentes, invitándonos a traspasar el umbral de sus extraños mundos.
La ciencia-ficción hoy se encuentra presente en nuestro universo visual cotidiano: anuncios publicitarios, vídeos musicales, pósters, cómics, portadas de libros o videojuegos… Es una pena que el trabajo de uno de los que contribuyeron a crear esas visiones de lo «imposible pero verosímil» haya sido casi olvidado. Sirva esta modesta contribución para reivindicar su nombre y, sobre todo, su arte.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia-ficción. Reservados todos los derechos.