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«Ven y enloquece, y otros cuentos de marcianos», de Fredric Brown

Como narrador, Fredric Brown lo tenía todo: ingenio, sentido del humor (negro), las mejores tramas y un estilo de relucientes influencias. Sin embargo, a pesar de todo ello, murió en 1972 sin haber dejado atrás su misantropía, sus problemas personales ‒que tantas veces masticó en solitario, con ayuda del alcohol‒ y su complicada búsqueda del éxito.

Leer estos maravillosos cuentos de Brown nos conduce a una época en la que la literatura popular tenía que lidiar con circunstancias incómodas. La Guerra Fría, la paranoia social y el reencuentro con la paz, tras la Segunda Guerra Mundial, configuraron el imaginario estadounidense en una dirección que estos relatos, como si fueran cápsulas temporales, recogen a la perfección.

En los cuentos de Brown entrevemos las inquietudes y los sueños ocultos de aquella época de esperanza, desencanto y temores soterrados. Un tiempo en el que la tradición debía asumir el empuje de la modernidad, expresada en la lucha por los derechos civiles y en esa incertidumbre que trajeron el avance tecnológico, la nueva geopolítica, y sobre todo, la opción de un botón rojo para desencadenar el apocalipsis atómico.

Es sorprendente que Brown, acostumbrado a los clichés implícitos en las revistas pulp, fuera capaz de transmitir toda esa inquietud en historias que se leen en un suspiro, tan simpáticas, ligeras o terroríficas ‒según se tercie‒ como una buena película de serie B.

Esa cualidad convierte a este escritor en uno de los autores de ciencia-ficción más apreciables de su tiempo. Un artista sin el aura de la fama y sin reconocimiento académico, pero dispuesto a convertir subgéneros en apariencia menores en literatura de primera división.

Profundo, gracioso, entrañable, ocurrente, amargo, divertido, oscuro… Brown es uno de esos raros narradores que merecen adjetivos contradictorios. Quizá por ello ‒por esa versatilidad tan posmoderna‒ ha envejecido tan bien. De hecho, no ha perdido nada de su frescura, como si sus relatos fueran una novedad recién salida de imprenta: una mezcla muy actual de sosa cáustica y fantasía desenfrenada.

Y por si esta recomendación no les basta, recuerden que Fredric Brown ha sido admirado por personalidades tan heterogéneas ‒en lo político y en lo literario‒ como Neil GaimanAyn RandMickey SpillaneRobert Heinlein y Robert Bloch.

La musculatura creativa de Brown fue inmensa, y créanme, así se aprecia en este volumen. Esa capacidad productiva le llevó a cultivar multitud de enfoques y estilos, sin perder en ningún momento la coordinación y la precisión a la hora de lanzar cada bola.

Está claro que hay autores de ciencia-ficción y fantasía más elegantes y quizá más carismáticos para los medios. Pero no todo van a ser sutilezas. Brown ejerció de artesano cuando era necesario, y también supo ser un autor con mayúsculas cuando le dejaron serlo. Y en ambas facetas demostró un enorme e inimitable criterio.

Sinopsis

La tremenda eficacia narrativa de Fredric Brown, un escritor que se curtió en el mercado de las revistas pulp americanas de ciencia ficción y policíacas, y la complicidad instantánea que logra establecer una y otra vez con sus lectores, lo convirtieron en uno de los escritores más populares de su época. Pero si su recuerdo perdura hasta hoy entre todos los que lo han leído es porque supo aportar, a ambos géneros, una visión honesta, sarcástica y deliciosamente pragmática de la vida, al tiempo que abrazaba con respeto las convenciones de la literatura popular.

Nos enorgullece presentar al lector de habla castellana la primera recopilación sistemática y cronológica de la ciencia ficción de Fredric Brown. En este primer volumen se recogen los relatos que publicó originalmente entre 1941 y 1949.

Fredric William Brown nació en 1906 en Cincinnati (Ohio, EE. UU.). Huérfano de padre y madre desde temprana edad, se licenció en periodismo en el Hanover College de Cincinnati. En 1929 contrajo matrimonio con Helen Ruth Brown, a quien conocía por carta y con quien tuvo dos hijos. Trabajó durante años como corrector de galeradas en el Milwaukee Journal, hecho que se refleja en algunos de sus relatos y se traduce en un estilo pulcro y cuidado. En 1937 publica “Monday’s Off Night”, el primero de los relatos de misterio que en los años siguientes aparecerían en revistas como Detective TalesBlack MaskThrilling Detective Ellery Queen’s. En 1941 aparece su primer relato de ciencia ficción, “Armagedón”. Se dedica a escribir a tiempo completo tras la publicación de su primera novela policíaca, La trampa fabulosa (1947), que inicia la serie protagonizada por Ed y Am Hunter, y con la que gana el premio Edgar.

Tras divorciarse de Helen, contrae matrimonio con Elizabeth Charlier, reside tres años en México y se instala en Tucson (Nuevo México, Estados Unidos), un lugar idóneo para sobrellevar sus crisis asmáticas. Allí labra fama de viajero incansable, siempre embarcado en autobuses Greyhound como mecanismo de inspiración. En los años sesenta reduce su ritmo de escritura y se traslada a California, donde colabora en la creación de guiones para series televisivas como Alfred Hitchcock presenta. De regreso a Tucson, sus problemas respiratorios y de alcoholismo se agravan, y fallece en 1972, tras permanecer dos años ingresado en un hospital.

Autor de más de veinte novelas policíacas y cinco novelas fantásticas, Brown es ampliamente recordado entre los lectores de ciencia ficción como uno de sus autores iniciáticos por excelencia y como maestro absoluto del relato ultracorto.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos. 

Copyright de imágenes y sinopsis © Gigamesh. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.