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“Veinte mil leguas de viaje submarino” (1869), de Julio Verne

Tras su epopeya lunar, Verne continúa ampliando sus Viajes asombrosos. El primero de ellos, Cinco semanas en globo había sido un viaje por aire a través de África oriental; el siguiente, Viajes y aventuras del Capitán Hatteras, una dramática aventura en tierras polares bajo condiciones extremas; Viaje al centro de la tierra nos arrastraba a las profundidades del planeta, mientras que De la tierra a la luna y Alrededor de la luna nos expulsaban de él; Los hijos del Capitán Grant era una misión de rescate que recorre todo el hemisferio sur por mar y tierra, enfrentándose a todo tipo de peligros. Parecía lógico que la siguiente aventura nos trasladara a los abismos oceánicos.

La idea original del libro provino de la escritora George Sand, quien había disfrutado mucho con Viaje al centro de la tierra y De la tierra a la luna. Escribió una carta a Verne sugiriéndole que su siguiente novela se desarrollara en las profundidades marinas. Veinte mil leguas de viaje submarino comenzó a serializarse el 20 de marzo de 1869 en el Magasin d’éducation et de récréation, finalizando su publicación en 1870.

Comienza, como es típico en Verne, con un misterio: la desaparición de una serie de barcos, de la que se culpa a un monstruo marino. El oceanógrafo Pierre Aronnax, su criado Conseil, y el arponero canadiense Ned Land son contratados por el gobierno norteamericano para unirse a una expedición a bordo del Abraham Lincoln, cuya misión es resolver el misterio.

Tras meses de búsqueda infructuosa, el navío encuentra al «monstruo», que resulta ser un enorme submarino impulsado por energía eléctrica. Aronnax, Conseil y Land son llevados a su interior y hechos prisioneros por el excéntrico Capitán Nemo. Éste les permite vivir a bordo y moverse a placer como invitados, pero les advierte de que, para preservar su secreto, nunca los liberará. Desde ese momento y a lo largo de los tres libros en los que se divide la novela, el Nautilus recorre 80.000 km (una legua francesa equivalía a 4 km) por todo el globo dando la oportunidad a los tres invitados/prisioneros de presenciar una larga lista de maravillas submarinas, desde animales fantásticos hasta paisajes extraordinarios, como las ruinas de la perdida Atlantis. Al final, los tres cautivos consiguen escapar y el Nautilus es atrapado por un terrible remolino en las costas de Noruega. El libro finaliza de manera un tanto ambigua: “Pero, ¿qué le sucedió al Nautilus? ¿Sobrevivió a las garras del maelstrom? ¿Está Nemo aún vivo?”.

La estructura de casi todas las novelas de Verne sigue un patrón muy similar: un hombre de pensamiento racional (a menudo científico) viaja a algún lugar exótico (normalmente en la Tierra) y experimenta una serie de aventuras más o menos inconexas relacionadas con la búsqueda de algo o alguien, una persona, una misión, un objeto… El viaje, tanto literal como metafóricamente, es el núcleo de los trabajos vernianos. No es una coincidencia que la gran Edad de la Exploración estuviera, de hecho, llegando a su final en los últimos años del siglo XIX. El mundo había sido explorado casi en su totalidad y así, la ficción de Verne conectaba con el íntimo y muy humano deseo de que aún existieran lugares secretos y misteriosos esperando a ser descubiertos. Uno de ellos eran las profundidades marinas.

Se habían escrito aventuras submarinas antes de la de Verne. De hecho, el género puede rastrearse muy atrás en el tiempo. John Wilkins, obispo de Chester, había escrito la obra Magia Matemática en 1638 y uno de sus capítulos se titula “De la posibilidad de construir un arca para navegaciones submarinas”. Verne bautizó a su submarino con el nombre de una nave anterior, el Nautilus que el inglés Robert Fulton construyó para Napoleón I en 1800 y solo en Francia existen al menos tres libros de fantasías submarinas publicadas entre 1867 y 1889 (Las profundidades del marAventuras submarinas y El mundo submarino). Pero la historia de Verne atrapó la imaginación del público de una manera que no habían conseguido ninguno de sus predecesores.

Nemo puede viajar a donde le plazca sin dejar su hogar que, por otra parte, cuenta con todo tipo de comodidades. Todo lo que necesita lo extrae del mar, ya sea alimento o materias primas con las que manufacturar diversos objetos. Está en un movimiento continuo y, sin embargo, de alguna manera no se mueve. Es el sueño de un burgués, de un príncipe rico y acomodado.

Los protagonistas de la novela son, una vez más, arquetipos muy queridos por Verne. Aronnax es el sabio curioso y moderado, cuyo corazón se encuentra allá donde pueda descubrir nuevas maravillas para la ciencia. Encarna el elemento intelectual, el personaje que con sus observaciones y comentarios aporta peso científico a la obra. Acompañándole y resolviendo todas a quellas cuestiones de índole practica de las que el científico no se preocupa, está Conseil, el fiel sirviente, bueno para todo, tan simple y austero en sus necesidades personales como honrado y leal. Y, por último, el hombre de acción, Ned Land, valiente e impulsivo, quien compensa su falta de templanza con habilidad y fortaleza física. En resumen, un reparto casi idéntico al que ya había utilizado Verne en su primera novela, Cinco Semanas en Globo.

Aronnax, Conseil y Land han quedado superados por el tiempo. Los héroes de las novelas actuales son más humanos, se ajustan menos a un modelo ideal y el lector encuentra más sencilla la identificación con los mismos. Por eso, el protagonista oficioso de Veinte mil leguas de viaje submarino y el que ha logrado la inmortalidad ha sido el carismático Capitán Nemo. Su nombre es una alusión a un episodio de la Odisea de Homero, aquél en el que el cíclope Polifemo pregunta a Ulises su nombre. Éste le responde que es «ουtις,» que significa algo así como «No hombre» o «Nadie», en latín «Nemo». Igual que Ulises, el capitán Nemo se ve obligado a vagar por los mares, exiliado y atormentado por las muertes que pesan en su alma. Angustiado por un trágico pasado que Verne sólo nos deja entrever, oscila entre el idealismo y la personalidad tiránica e intolerante.

Sin embargo, el oscuro y misterioso comandante del Nautilus no puede ser calificado claramente como villano ‒tal y como aparece retratado en algunas adaptaciones cinematográficas‒. Su profundo resentimiento contra el mundo y los actos que lleva a cabo son comprensibles en el marco de su sentido del honor y estricta lealtad a los principios que rigen su vida. O eso es lo que parece, porque cuando Nemo hunde sin compasión un navío de guerra de una potencia imperial ‒que no llega a especificarse‒ el lector se pregunta si su idealismo no es sino un deseo de venganza por la muerte de su mujer e hijo, ante cuyas fotos se postra. Es esa complejidad la que lo ha convertido en su creación más famosa y sobre la que volvería en más ocasiones… aunque no exactamente.

Y es que, como ocurrió con De la tierra a la luna y Alrededor de la luna, la concepción que Verne tenía de la historia cambió desde el momento de publicación de la primera a la segunda parte.

En Veinte mil leguas de viaje submarino el misterioso comandante del Nautilus era un aristócrata polaco revolucionario cuya familia había sido asesinada por los rusos al participar en el alzamiento de enero de 1863. El editor de VerneHetzel insistió en que se retirara la mayor parte de las alusiones directas a su identidad por considerarlo demasiado ofensivo para la Rusia zarista, entonces aliada de los franceses.

En la secuela del libro, La isla misteriosa (1874), se revela que Nemo es un noble indio, el príncipe Dakkar, cuya animosidad es contra los imperialistas británicos (enemigos tradicionales de Francia) por matar a su familia durante el Motín de 1857. Tal cambio, sin embargo, haría que muchos detalles referentes a su edad y biografía no concordasen con el primer libro. En otra novela posterior, Viaje a través de lo imposible (1882) coescrita con Adolphe d’Ennery, Nemo, el idealista radical y amigo de los oprimidos, se ha convertido en un reaccionario intolerante. En resumen, Nemo, como muchos personajes de ficción, es una especie de concepto en movimiento continuo, modelado por las exigencias particulares de cada historia.

En cuanto a los elementos de ciencia-ficción (que hoy ya han dejado de serlo puesto que se han transformado en una realidad que a nadie sorprende), destaca ciertamente el maravilloso Nautilus. El desarrollo de submarinos era un campo en el que ya existían considerables avances y en el que se venía trabajando desde el siglo XVII. En 1859, Narcís Monturiol había botado su primer submarino, el Ictineo I; Cosme García probó el suyo en 1860; los norteamericanos usaron un submarino, el Alligator, en la Guerra de Secesión y los franceses inventaron el primero no impulsado por fuerza humana, el Plongeur, en 1863.

Así, la creencia popular de que Verne «inventó» o «profetizó» el submarino no puede estar más alejada de la realidad. Sin embargo, sí se le pueden atribuir otros méritos, como el uso de la electricidad como fuerza motriz e incluso medio de defensa (electrificando el casco e impidiendo que nada ni nadie se acercara) y la generación de esa electricidad a partir de una misteriosa fuente de energía que Nemo muestra a Aronnax ‒aunque no se lo explica‒ y que bien podría ser algo parecido a la energía nuclear. La necesidad de emerger periódicamente para renovar el aire, la velocidad desarrollada y el aire furtivo de sus movimientos son destellos proféticos de Verne. El submarino cuenta además con laboratorios de procesamiento, biblioteca y todo lo necesario para vivir durante meses de forma autónoma, como un gran submarino nuclear moderno.

Otras características del Nautilus, sin embargo, revelan que Verne desconocía los efectos que sobre el casco de un submarino podía tener la presión. De hecho, los personajes salen de la nave a pasear por el lecho marino sin más protección que un traje de buzo y un aparato respirador, cuando en realidad hubieran resultado aplastados por la diferencia de presión.

Acabamos de mencionar el aparato respirador. Los equipos autónomos de buceo moderno serían inventados por Jacques Cousteau tras la Segunda Guerra Mundial pero ya en 1865, los también franceses Benoit Rouquayrol y Auguste Denayrouze habían desarrollado un primitivo aparato con tanques de aire y que se llevaba a la espalda mientras el buzo caminaba ‒no nadaba‒ por el lecho marino. Como hizo con el submarino, Verne cogió la idea de un invento preexistente y la perfeccionó.

De nuevo nos encontramos aquí con la aproximación ambivalente de Verne a la ciencia, la tecnología y los nuevos descubrimientos: el triunfo de la máquina alberga un lado oscuro. El Nautilus, un estimulante prodigio de la ingeniería que permite acceder a los misterios de la ciencia oceanográfica y domar el desconocido mundo submarino es, al mismo tiempo, un arma en manos de alguien que pretenda, bien buscar el lucro personal bien atacar a aquellos que no comulguen con la propia ideología. En tiempos de Verne, la invención de la navegación a vapor, más segura y rápida que los navíos a vela, había convertido a ese medio de transporte en un pilar fundamental del comercio, la economía y el entramado colonial de los países. Al comienzo del libro, la gran preocupación es el efecto que ese «monstruo» está teniendo en el comercio y la economía.

Por tanto, el planteamiento del submarino como arma fue algo más novedoso que el diseño del mismo. Al fin y al cabo, veinte años después de la publicación de la novela de Verne, en 1888, Isaac Peral puso en marcha su submarino, el primero verdaderamente moderno y cuyo diseño aún se mantiene vigente. En cambio, el escenario político/económico imaginado por Verne, el hundimiento por submarinos de navíos de carga y transatlánticos, no haría su aparición hasta la Primera Guerra Mundial.

Ciertamente, Verne no escapa aquí a sus defectos, el más molesto de los cuales quizá sean las largas listas de criaturas marinas y detalladas indicaciones sobre las localizaciones geográficas que va glosando a medida que el Nautilus pasa de un océano a otro. “Educación” y “diversión” conforman el espíritu de la obra de Verne: emocionantes aventuras entremezcladas con extensos fragmentos de hechos científicos o geográficos, a menudo copiados literalmente de libros especializados. Así, los textos combinan el didactismo enciclopédico con aventuras de altos vuelos para formar narraciones poderosas, a menudo estructuradas alrededor de un viaje iniciado e impulsado por fuerzas externas (escapar de alguien, la búsqueda de una respuesta a un misterio o alguna otra misión específica. Muy raramente el motivo es la exploración pura y dura).

Verne pasó miles de horas en las bibliotecas, empapándose de datos, con los que elaboró un amplio archivo. Su didactismo, no obstante, resulta hoy cargante e innecesario aunque también es verdad que el lector puede saltarse esos aburridos párrafos y continuar leyendo la aventura sin que la narración se resienta en absoluto (las innumerables adaptaciones y versiones mutiladas de la obra cortaban inmediatamente esos pasajes).

Carente de un argumento estructurado, la novela no es más que un largo diario de viaje a bordo, hilando una tras otra aventuras bajo las cuales no discurre ningún desarrollo temático. Desde el punto de vista estilístico, su tiempo ya pasó y aunque la prosa no es particularmente brillante y su estilo pueda resultar indigesto para un adolescente acostumbrado a Harry Potter y los videojuegos, la fuerza de las imágenes que describe no han sufrido el desgaste del tiempo: el ataque del gigantesco Kraken, el funeral submarino, la visita a las ruinas sumergidas de Atlantis, el bloqueo del submarino en los hielos antárticos mientras las reservas de oxígeno se van consumiendo, la huída de los caníbales, el ataque del Nautilus a la fragata Abraham Lincoln, la masacre de cachalotes, los pecios hundidos en la bahía de Vigo o el final del sumergible tragado por el maelstrom.

A mediados de la década de los setenta del siglo XIX, el éxito de Verne aún tenía mucho que ver con Veinte mil leguas de viaje submarino. La secuela de esa novela, que ya hemos mencionado, La isla misteriosa sólo revela su condición de segunda parte hacia el final de la historia. Es, de hecho, una doble secuela, puesto que también continúa con una línea argumental planteada en Los hijos del Capitán Grant (1868). El libro comienza con la huída de Richmond, en plena guerra civil norteamericana, de cinco hombres usando un globo. Los vientos los empujan fuera del rumbo pretendido y acaban cayendo en la isla del título. La mayor parte del relato se centra en los esfuerzos y éxitos de los náufragos a la hora de sobrevivir en la isla. El que no mueran a pesar de las hostiles condiciones ambientales y el ataque de unos piratas, es debido a la misteriosa ayuda que les llega en los momentos cruciales de un desconocido que permanece oculto. Al final se nos descubre que este benefactor no es otro que el capitán Nemo, que ha atracado su submarino en un escondido rincón de la isla.

Verne retomaría la figura del capitán de submarino, esta vez ya un villano sin escrúpulos, en Ante la bandera (1897): Ker Karraje es un pirata que sólo busca su propio beneficio y que carece de la sabiduría y el código moral de Nemo. Como Nemo, Karraje captura a unos franceses pero sus fechorías terminan cuando éstos se rebelan y, además, ha de enfrentarse a una fuerza internacional.

Otro personaje similar a Nemo, si bien menos atractivo, sería el científico rebelde Robur, sólo que en esta ocasión en vez de un submarino comanda una aeronave. Sobre él y las dos novelas que protagoniza, Robur el conquistador (1896) y El amo del mundo (1904), hablaremosen un artículo posterior.

Veinte mil leguas de viaje submarino ha recibido innumerables ediciones en todos los idiomas y diversas adaptaciones cinematográficas desde los primeros pasos de ese arte. Incluso la marina norteamericana dio el nombre de Nautilus a su primer submarino nuclear, que realizó la primera travesía bajo los hielos árticos. Conviene señalar, sin embargo, que a menudo lo que se puede ver en las librerías y bibliotecas son adaptaciones, no traducciones íntegras del manuscrito original. Se han eliminado pasajes, infantilizado el estilo, acortado la narración, aligerado el vocabulario… Conviene intentar hacerse con una edición decente para poder entender por qué esta novela no sólo es uno de los títulos más famosos –si no el que más‒ del escritor galo, sino un clásico de la literatura universal que ha conseguido mantener su popularidad durante los 144 años que han transcurrido desde que el primer lector pudo conocer a Nemo y su Nautilus. Hoy, hayan leído o no el libro, todo el mundo conoce al capitán Nemo tal es su grado de integración en la cultura popular. Y eso es el mejor elogio que Verne puede recibir.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia-ficción y publicado en Cualia por cortesía del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".