En su documentadísimo, estricto y muy ordenado libro Historia de la criptografía. Cifras, códigos y secretos desde la antigua Grecia a la Guerra Fría (La Esfera de los Libros, Madrid, 2020), Manuel J. Prieto cita un curioso pasaje del Kama Sutra que merece, al menos, una pequeña glosa. El tópico halla en este texto hindú que data del siglo IV, unos consejos y paradigmas de tipo sexual. La lejanía en el tiempo y el espacio le añade, para la gente occidental, una cuota notable de exotismo. Prieto, en cambio, señala que respecto a la educación de la mujer el libro ni es distante ni pintoresco.
En efecto, a ellas se les adjudican como artes a aprender nada menos que sesenta y cuatro. Entre éstos figuran algunos previsibles como el ajedrez, el canto y la cocina pero uno, al menos, sorprendente: la criptografía. De ésta incluye dos métodos, no por sencillos menos eficaces. Se trata de sustituir una letra por otra o jugar con similitudes fonéticas. Ambas son relativamente fáciles de criptoanalizar, es decir de que los terceros descubran la clave y el código. Por ello, Prieto se inclina por concluir que este lenguaje secreto se usaba en ámbitos privados, entre una mujer y otra o entre una mujer y un amante. El secretismo evitaba que el mensajero pudiese leer su contenido, que permanecía defendido por su encriptación.
Hechas todas las reservas, sin embargo salta a la vista la dualidad de esta enseñanza en relación con la cultura femenina. En cierto sentido, vemos a una mujer hábil en secretos, alguien que acostumbra a ocultar información, la convenida imagen de la mujer como disimuladora, como seductora a partir del engaño. Pero, por otra parte, se la ve accediendo a la escritura, una disciplina que en el Occidente dominado por las religiones semíticas, estuvo clásicamente reservada a los varones. Las mujeres debían susurrar en cámaras, alcobas, burdeles y serrallos, pero sus palabras las llevaría el viento porque no quedarían escritas dado que ellas eran analfabetas.
Quede todo esto dicho y tal vez redicho en la cercanía del Día Mundial de la Mujer, con la cual ya compartimos en la actualidad las palabras memorables y olvidables, orales y escritas, secretas y manifiestas.
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