Una ghost story en toda regla es esta Una casa en propiedad. Canónico relato de un fantasma vengativo que posee a una joven trayéndola por la calle de la amargura en los días, claro está, de la Reina Victoria, en acomodada mansión -los aparecidos ingleses suelen llevarse mal con la pobreza-, su ambientación entre volantes, cofias y corsés de ballena no hace más que remitir a los iconos propios del género. Lo mismo que la comedida actitud de los protagonistas, más preocupados por no elevar la voz que por ser presa de cualquier ser de ultratumba.
Y es que estos caballeros y estas damas no pierden la compostura así les infecte la casa una legión de demonios. Nada de chillidos, nada de sustos, nada de carreras por los pasillos. Todo lo más un torcer de bigote, una pequeña tos y un lacónico «Hum, me temo que nuestra casa está encantada, querida», en las antípodas de los escandalosos yankis y sus traviesos poltergeist. No hay aquí sombras artificiales que potencien el misterio, ni se avistan ectoplasmas ni cualquier otro ente que se salga de tono: el fantasma se limita a silbar por la noche y a tocar el piano; la posesa guarda cama discretamente, sin histerismos ni alharacas.
Se agradece en principio esta irrupción de lo espectral tan pausada y tan discreta, como manda la tradición literaria, mas tal exceso de comedimiento acaba por pasar factura convirtiendo al filme en título idóneo para las biempensantes puritanas que toman su té con una nube de leche mientras los criados sirven y las damas, entre sombreros con plumas y meñiques tiesos, se despellejan educadamente. O sea, en un artefacto frío como un témpano de hielo que destierra la emoción como asunto de mal gusto… Y hay que ver en qué poca cosa queda una historia de horror sin pasión, por hermosa que sea su cáscara…
Director: Bernard Knowles. Con James Mason disfrazado de viejo, Margaret Lockwood, Denis Price el de Jesús Franco, Barbara Mullen. Gran Bretaña, 1945
Copyright del artículo © Pedro Porcel. Tras publicarlo previamente en El Desván del Abuelito, lo edito ahora en este nuevo desván de la revista Cualia. Reservados todos los derechos.