Un fantasma recorre Europa desde hace siglos preguntándose dónde están los límites de la gloriosa Ecumene occidental. Todo parece claro: el Atlántico por el Oeste, los Urales por el Este y el Mediterráneo por el Sur. Pero la cosa se enturbia cuando la Ecumene se expande y llega a América, se despliega por Asia y alcanza África apenas se cruza el Mare Nostrum. Es una minucia geográfica la que repite la pregunta: Tánger. Explorarla desde la historia es la tarea que cumple el libro de Fernando Castillo Un cierto Tánger (Confluencias Editores, España, 2019, 234 páginas).
En efecto, Tánger no es un puerto más en la confluencia de mares, un puerto que, según corresponde, mira lejos y da la espalda al hinterland, la trastierra. Digamos Barcelona, Trieste, Nápoles, Lisboa, Marsella. Es la Última Thule europea y la primera de África. No una frontera que aparta sino un confín que junta. Y aquí reaparece el fantasma pues, según va mostrando Castillo en su exhaustiva deriva, Tánger lo es desde siempre, desde cierta fatalidad física que se vuelve geopolítica y genera una peculiar sociedad, hecha de todos los mundos hasta configurar un mundo propio, un cosmos tangerino. Una ciudad romana, luego visigótica, donde llegan caravanas asiáticas, donde anidan tribus norteafricanas, donde interviene España y quiere intervenir Marruecos, donde llegan los franceses, los ingleses, los alemanes y los norteamericanos, donde hay contrabando, prostitución de ambos sexos, religiones de Oriente y Occidente, arquitecturas de toda procedencia y toda época, pacífica convivencia de los distintos, episodios de mestizaje, espías, coletazos y escenas de las guerras europeas y norteafricanas, en fin: un desafío para el historiador que es, además, como Castillo, viajero y fotógrafo.
Sólo un paciente recolector de informaciones y un ordenado archivero de la memoria podía atreverse a un recorrido por las callejas tangerinas sin correr el riego de quedar encerrado en un laberinto. Desde luego, cuenta con una copiosísima bibliografía porque nadie que haya pasado por Tánger parece haber renunciado al deber de testimoniarlo. Pero la empresa requiere mucho cuidado, de manera que el torrente documental no sofoque al investigador. Así es que Castillo nos pone en contacto con las etapas del viaje, desde la nave fenicia hasta el Jet, con amenidad, fluencia y el punto novelesco de la aventura y el enigma del agente secreto. Una suerte de Baedecker que se hace cargo de aquel fantasma, lo pasea por los siglos y se pasea con él, haciéndole compañía desde el documento y la imaginación hasta culminar en una estampa de melancolía. Ya aquel Tánger no existe pero el nuevo Tánger insiste en ser punto de confluencias: emigrantes bereberes, yihadistas, multinacionales, rufianes, traficantes de drogas, armas y mano de obra barata. Quizá, la promesa de un segundo volumen con las nuevas aventuras del sempiterno fantasma.
Imagen superior: «El Zoco Grande» (1879), de José Gallegos y Arnosa.
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