Hay un nuevo matarratas a este lado de la barra. Lo llaman “El Hartigan surcado”.
Para probarlo solo tendréis que imaginar que Arrugas hubiese tenido lugar en Sin City. Si podéis llevar a cabo ese ejercicio de abstracción habréis recorrido ya la mitad del camino. Porque si sois capaces de imaginar a Paco Roca desenvolviéndose en los mundos de Frank Miller, probablemente podáis ver en Frank Armstrong, el protagonista de Tumor, lo mejor de dos mundos. Una persona real hecha de tinta y papel, que trata de recomponer lo poco que queda de su vida, con tiempo prestado, como una versión de sí mismo que dejó de ser la mejor hace ya mucho tiempo, pero que sigue empeñada en hacer lo correcto una última –o quizás por primera– vez.
Joshua Hale Fialkov y Noel Tuazon nos proponen en Tumor una historia de redención y deudas imposibles, un paisaje crepuscular que parece rememorar aquellos clásicos de Otto Preminger o Jacques Tourneur en los que un tipo no demasiado bueno demostraba ser no obstante el mejor tipo posible dadas las circunstancias.
Pero aunque haya cierto placer en desordenar las palabras, y pese a que Tumor no dé ejemplo de ello, será mejor que nosotros sí empecemos por el principio.
Como su propio nombre indica, esta es una historia regida por la enfermedad con “T” mayúscula. No es una historia cómoda. No es una historia agradable. Antes de abordar este cómic nominado a los prestigiosos premios Eisner y Harvey, debéis saber que aquí el noir deja paso al análisis clínico, convirtiéndose en un ensayo médico que aúna el naturalismo de las descripciones y los síntomas narrativos pormenorizados con el impresionismo noir, siempre subjetivo, de emociones y sentimientos en decadencia.
¿Qué quiere decir esto? Pues ni más ni menos que Tumor: Joshua Hale Fialkov se mete en pleno centro del dolor, en medio de esa masa cancerígena y nauseabunda que amenaza con tragarse la vida de un hombre, para mostrarnos a mugre y saña cómo se siente uno al ponerse los zapatos de un muerto.
Mientras que otros podrían haberse limitado simplemente a plantear una excusa y alejarse de ella, retratando una sencilla premisa que explicara por qué su personaje actúa como lo hace en ese punto tan atractivo para el género negro como es ese en que el protagonista ha dejado de valorar su propia vida y no tiene nada que perder, Fialkov decide desnudar desde dentro la enfermedad que consume a Frank, acercándola al lector, tratando de no hacer de su personaje uno más de esos dinosaurios que beben bourbon en la parte más oscura de la barra mientras se desprecian a sí mismos.
Bueno, quizás haya algo de eso, pero detrás aguarda un trasfondo tan grande como la ciudad de Los Ángeles. Y un billete de primera fila para las tinieblas del recuerdo, dejando la narración a la mente dispersa y enferma de su protagonista, que incapaz de separar presente y pasado, realidad de ficción, nos revela un paisaje interior que va desarrollando la trama con suaves oleadas de dolor.
La narrativa visual del noveno arte se abre ante nosotros en todo su esplendor, palpando el medio, poniéndolo a prueba, masticando sus límites, como toda obra que aspire a dejar su huella en el cómic debería hacer.
La hora feliz de las últimas oportunidades acaba de empezar, y “El Hartigan surcado” pega como una mula en lo más profundo de las tripas.
Será mejor que vayas preparando el estómago.
Sinopsis
Frank Armstrong va a morir. Pronto. El mismo día en que le es diagnosticado un cáncer cerebral incurable, Frank recibe una oferta de trabajo: encontrar a la hija desaparecida de un mafioso y traerla de vuelta a su padre. Una misión que se convertirá en una carrera llena de confusión a causa de los síntomas provocados por el tumor, pero también en su última oportunidad de redención.
Joshua Hale Fialkov y Noel Tuazon renuevan el género negro con una historia de ritmo trepidante y grandes dosis de intriga que te enganchará desde la primera página.
Nominado al Premio Harvey y al Premio Eisner a la mejor obra recopilada de 2011.
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