Hay autores que encarnan un modo de hacer cómic, que simbolizan toda una forma de narrar historias. Su maestría se convierte en ejemplo e influencia para generaciones de artistas posteriores, que imitan su estilo o incorporan algunos de sus hallazgos a sus respectivas técnicas. Joe Kubert (1926-2012) fue uno de ellos.
Su extensa carrera en el mundo de las viñetas, el amor incondicional que siempre le profesó –y que se materializó en la apertura de una escuela en la que formó a futuros artistas de renombre– y su habilidad a la hora de narrar utilizando con inteligencia todos los recursos a su disposición, le han convertido en un paradigma de esa forma tan peculiar de narrar del comic-book americano: montajes dinámicos, dibujo naturalista (que no realista), trazo y argumento orientados a la acción…
Uno de los personajes en los que más trabajó y en cuyas historias se ejemplifica lo anterior, fue Tor. Este cavernícola, creado junto a su compañero de clase en la Escuela de Artes Norman Maurer, nació en septiembre de 1953 en el número uno de la colección titulada 1.000.000 Years Ago, editada por St. John Publishing, compañía para la que Kubert trabajaba entonces como editor. Tor era un hombre de las cavernas, un trasunto de Tarzán de la Prehistoria con elementos propios del género de Mundos perdidos que recorría un mundo primitivo plagado de peligros en forma de enormes y letales bestias.
El personaje protagonizó uno de los primeros experimentos en 3-D, convirtiéndose a este formato en su número 2 (noviembre de 1953), aunque regresaría en el siguiente a su bidimensionalidad al tiempo que cambiaba otra vez el título por el de Tor (mayo de 1954). La serie no se prolongó más allá del número 5 (octubre de 1954), pero se dio la circunstancia de que cuando St John dejó la actividad editorial le cedió los derechos de su personaje a Kubert, que quedó libre así para retomarlo o abandonarlo a su antojo.
Junto a Carmine Infantino, intentó relanzarlo en 1959 como cómic para la prensa, pero no tuvo éxito. A mediados de los setenta, cuando DC lanzó una serie de colecciones que trataban de alejarse del género superheróico y al amparo de otros títulos de temática fantástica (Atlas, The Claw Unconquered, Warlord …), Kubert tiene la oportunidad de recuperar a su hombre primitivo.
Tor era ahora un ser más adulto y experimentado, y Kubert un autor mucho más experto. Sus poderosas imágenes hicieron destacar a este título por encima de muchos otros. Tor recordaba en esta colección los años de juventud del protagonista y los desafíos de la madurez, desafíos que requerían de los instintos más primitivos del hombre.
Este revival sólo duró seis números (sólo el primero tenía material nuevo, el resto eran reediciones con nuevas portadas), pero como el autor seguía manteniendo sus derechos, pudo seguir trabajando con él en otras editoriales (Eclipse, Atomeka Press, Epic Cómics) o incluso autoeditarlo, como hizo en 1977 dentro de la revista Sojourn de su sello White Cliffs Publishing. En una industria en la que las compañías peleaban hasta el final por los derechos sobre sus personajes, en pocas ocasiones un autor norteamericano había tenido tal control sobre una de sus creaciones (otras excepciones notables fueron Will Eisner y su Spirit o Jack Kirby y Joe Simon y su Fighting American).
En la década de los noventa, cuando muchos de sus coetáneos ya se dirigían con paso firme a la jubilación, Kubert comenzó una nueva y excelente etapa a través de la elaboración de varias novelas gráficas y breves participaciones en comic-books. Creó Abraham Stone para Malibú y luego regresó a su cavernícola favorito, Tor, en una serie limitada de cuatro episodios para Epic en 1993. Aquella serie constituyó no sólo la prueba de que tras sesenta años frente a la mesa de dibujo el maestro seguía en plena forma, sino una auténtica lección que debería absorber todo aquel que quiera dedicarse a esto de las viñetas.
La acción transcurre en un pasado remoto –la coexistencia de humanos con dinosaurios y otras criaturas, fruto más de la fantasía que de la paleontología, no la incluye directamente en el género de la fantasía heróica–. Tor es el hijo del líder de una tribu asesinado por una partida de brutales forasteros. Huyendo para salvar su vida, se refugia en las laderas de un volcán activo, donde salva a una muchacha que iba a ser ofrecida como sacrificio por unos humanoides de aspecto bestial. Pero ambos son atrapados y Tor debe encontrar la forma no sólo de sobrevivir a la prueba a la que le someten sus captores, sino de llevar a cabo su venganza contra aquellos que asesinaron a su padre y sojuzgaron su tribu.
Es un argumento sin demasiadas sorpresas. Kubert crea un mundo primitivo propio de las antiguas narraciones pulp en el que lo que cuenta para sobrevivir es la fuerza física, el arrojo y la astucia. El héroe responde al arquetipo del joven despojado de su herencia y en busca de la venganza primero y de un lugar en el que hallar la paz después. Tor es un noble bruto capaz de actos de cruda violencia, sí, pero también de sentimientos más complejos, como la compasión o el desprecio. Está también el consabido tema del ansia de poder y el abuso del mismo. Es interesante, además, que Kubert no caiga en el erotismo vacío (siempre encuentra una solución gráfica para ocultar las desnudeces de la protagonista femenina) ni en el síndrome del final feliz. Tor consigue la venganza anhelada, pero no se queda con la chica ni puede permanecer entre unas gentes que le traicionaron por mucho que ahora le ensalcen como líder.
Sobre el esquema de una historia relativamente sencilla, lineal y conocida en sus líneas generales, Kubert construye una sucesión de escenas cargadas de energía y emoción gracias a su pericia no sólo en el dibujo, sino en el montaje.
Efectivamente, Kubert demuestra en Tor su talla como narrador integral. Domina la expresividad de la figura y el rostro, reflejando en ellos con gran intensidad pero sin aspavientos emociones como el odio, la sorpresa, el miedo, la tensión, la tristeza…Esas emociones y la acción que las acompaña hallan refuerzo en un montaje dinámico que aprovecha todas las soluciones a su alcance: travellings, angulaciones, viñetas alargadas, páginas viñeta, zooms… Es difícil encontrar a un autor que vierta tal excelencia en todas sus páginas. En ninguna de ellas se detecta aburrimiento, monotonía o trabajo mecánico. Son atrevidas en su diseño, perfectas en su ejecución y claras en su narrativa. Y esto es mucho decir en una industria que presiona a los autores para que llenen páginas y más páginas cada mes, empujándolos a tomar atajos y reciclar las mismas imágenes una y otra vez. Pero no importa cuántas veces se pusiera Kubert a dibujar la misma historia, siempre parece hacerlo por primera vez.
Su trazo es suelto y rápido, pero preciso y nada sobrecargado, sabiendo colocar en su lugar las líneas y las sombras para lograr el efecto deseado: movimiento, tensión, misterio…
Por todo ello, los textos sobran. No hay diálogos en Tor. No hacen falta. Y lo cierto es que habida cuenta de la claridad narrativa que despliega Kubert, tampoco harían falta la mayoría de los textos de apoyo, demasiado reiterativos respecto a lo que ya muestra el dibujo y quizá rémora de aquella vieja escuela que no entendía el cómic sin textos de ningún tipo.
Tor es, en definitiva, un relato de hazañas prehistóricas que discurre por lugares y tópicos bien conocidos, sí, pero cuya ejecución magistral lo hace absolutamente recomendable para cualquier amante del cómic de aventuras de impecable corte clásico ejecutado por uno de los maestros del género.
Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.