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Boileau-Narcejac: La maravilla plausible

“El amor y sobre todo esta clase de amor como el tuyo no es más que cuestión de amor propio y éste no piensa más que en sobrevivir” (Los ilusionistas, 1957, de Boileau-Narcejac).

“De todo aquel enredo, iba resultando que el único canalla era yo, y sólo yo” (Los viudos, 1970, de Boileau-Narcejac)

Lo bueno de las novelas del tándem clásico Boileau-Narcejac ‒Pierre Boileau (1906-1989) y Pierre Ayraud, alias Thomas Narcejac (1908-1998)‒ es que se leen en tres o cuatro horas, a todo trapo, y se extrae un jugo de ingenio harto sustancioso, con un ligero regusto metalingüístico que seguramente pueda aplicar a posteriori en alguna de mis obras.

Lo que me fastidia del best-seller moderno es que, en su mayor parte, me tengo que tragar el doble y triple de páginas sabiendo que no voy a obtener ningún placer literario (si acaso cinematográfico, tal es la inclinación de muchos híbridos) y que, quizá, el final me decepcione. Y que, seamos justos, obviamente en contemporaneidad siempre es más difícil juzgar.

Esta semana me he tragado Los ilusionistas Los viudos, sendos tour de force de estos señores que fueron los autores originales de la novela que Hitchcock convirtió en Vértigo y también de la que Clouzot adaptó en Las diabólicas.

Para mí, el principal mérito de Boileau-Narcejac, que apreciaba de niño y continúa sosteniéndose en una lectura adulta, es su capacidad de conjurar lo sobrenatural y lo maravilloso en tramas que después siempre recompensan con una explicación “verosímil”.

Ciertamente ocurría en Vértigo, y también en Las diabólicas: ese momento en que James Stewart descubre a Kim Novak rediviva o en que el difunto se asoma a la ventana de la escuela, respectivamente, provocan escalofríos de placer en el espectador, asomado por un instante al vacío del más allá, a sabiendas de que una mano desconocida pero amiga lo está sujetando firmemente por la espalda al mundo de lo racional. Otro ejemplo pagano, por no partir de ellos, lo aportó el cineasta barcelonés Guillem Morales en la injustamente ignorada El habitante incierto (que supongo será justamente apreciada cuando se haga efectivo su remake anglosajón): el momento en que el escondido protagonista ve surgir en torno suyo una docena de inesperadas sombras en el salón en penumbra, responde canónicamente a un “momento Boileau-Narcejac”: cuando el lector/espectador se pregunta, invadido por la sensación de lo mágico, si está pisando el terreno de lo real o lo fantástico.

En Los ilusionistas Los viudos ocurre igual. Ambas son características de la época que las ve nacer: la primera es muy de los años 50, impregnada de un romanticismo decadente, intensificado si cabe por su ambientación casi circense en el mundo nómada de los magos profesionales. Precisamente lo que sus autores hacen es eso: hacer creer en la maravilla, crear la ilusión de lo imposible. En este caso, la historia de amor loco de un bala perdida por dos gemelas perfectas alcanza niveles conceptuales exquisitos, ya que Boileau-Narcejac las pinta tan iguales, que él se enamora de ambas y se ve obligado a herirlas para diferenciarlas por sus marcas.

Los viudos pertenece más a los descarnados 70, a su violencia, su erotismo, su rabia, su descreimiento, incluso también se huele la incomodidad del escritor de corte clásico en una época en la que se advierte cierto desfase formal: le ocurrió a casi todos los autores preponderantes en los 50, anegados en los 70 por el tufo a sangre y sexo.

Ésta de Los viudos es una novela más menor (vamos a llevar la barbaridad expresiva a sus extremos paradójicos), más propia de novela de a duro, donde un asesino aficionado a escribir (o más bien debería decir al revés: un escritor aficionado a asesinar), ve cómo gana el más importante premio literario y le llega la fama justo cuando se ve obligado a mantenerse oculto de la vida pública para que los testigos de sus crímenes no le reconozcan. Es además un tratado modesto sobre los celos extremos: o más bien sobre cómo interpretamos las cosas siempre equivocadamente y a dónde conduce tal equívoco perpetuo.

Ambos libros son juguetes que no piden más que unas horas de juego antes de desvelar su truco. Y que te hacen creer de nuevo en el poder de una trama con ingenio.

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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