Dice el filósofo Hegel que lo cotidiano es lo desconocido. Y dice el filósofo Heidegger que nuestra existencia, en la que se manifiesta el ser, está en lo cotidiano. Juntando estas dos grandes Haches alemanas resulta que el animal humano es alguien que desconoce aquello que lo define. No está mal como para definir la angustia que nos produce vivir cada día, a la vez que tampoco está mal que la soslayemos para no sucumbir por tanto desasosiego.
Que no cunda el pánico. Estas líneas no van de ontología ni existencialismo. Van, más bien, de una sufrida profesión, la del periodista. Justamente, es el periodista quien debe decir a sus lectores que sí sabe cumplidamente lo que está aconteciendo cada día. Aún más: debe decir lo contrario de lo evidente y que es la expectativa que tenemos los vivientes de que la vida continúe en el hoy lo más parecido que pueda ser a la vida que era ayer y que sí/no ha dejado de ser. El periodista debe decir que está ocurriendo algo inédito, único, extraordinario, algo que por todo ello ni es reiteración ni tampoco lo será.
A veces, estas constataciones resultan llamativas. Hace un tiempo debí revisar periódicos españoles del año 1932. Lo que buscaba no apareció pero, entre tanto, fui anotando algunas noticias más que curiosas. Hitler, desazonado por sus malos resultados electorales, se retira de la política. En la China, Mao Tse Tung hace lo mismo en cuanto al comunismo. Paul Valéry recibirá seguramente este año de 1932 el Premio Nobel de Literatura. Según sabemos todos, nada de esto ocurrió pero, sin embargo, para los redactores que urdieron esas novedades, sí que estaba ocurriendo.
Un par de apuntes, esta vez ideológicos, subrayan lo anterior. Se refieren a dos políticos republicanos españoles de cierta importancia como Álvaro de Albornoz y Salvador de Madariaga. El primero define como tarea de la reciente república la de restaurar el orden y la jerarquía, en tanto el segundo aquilata su definición de la democracia orgánica. Casi literalmente, serán fórmulas muy características del régimen franquista, que de republicano tuvo poco y nada. No juzgo, no hago más que recordar algunas piruetas de lo cotidiano como conformador de la vida histórica.
Parece una perogrullada aunque alcanza importancia existencial, si se me concede la pedantería, decir que la historia humana se alimenta de lo memorable, lo cual equivale a sostener que evita las comidas y bebidas tóxicas, amontonándolas en el olvido. Exagerando un poco la figura: es el olvido el que da forma a la memoria porque le fija términos, la determina, le pone límites. De ahí que recordar nos ofrece estas jugarretas porque es viajar hacia lo cotidiano de ayer, lo que fue presente y pasó de largo, convirtiéndose en pasado. Es en este punto del tiempo cuando nos preguntamos qué nos ocurrió realmente, qué nos pasó en realidad. Será por eso que la llamada memoria histórica (¿hay alguna memoria que no sea histórica?) da lugar a tantas discusiones y no pocas peloteras. Entre tanto, los periodistas deben seguir hurgando en el curso ordinario de los días para hallar lo extraordinario que merezca un titular.
Imagen superior: periodistas en Radio-Canada/CBC, 1944 (Bibliothèque et Archives nationales du Québec, CC).
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