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«The Breaking Point» (1959), de Daphne du Maurier

Nunca me han interesado los escritores que se esfuerzan en ser ejemplo público de algo, los que en tiempos maquillados hacen su agosto: por eso a menudo me pregunto cómo se desenvolvería en la actualidad una escritora deliciosamente retorcida como Daphne du Maurier.

¿Podría seguir desarrollando su obra venenosa sin intromisión de los moralistas? ¿Cómo introduciría sus fijaciones personales, su obsesión incestuosa con su padre, su misantropía sin concesiones ‒mucho más invulnerable que la agónica de Highsmith‒, su posición a favor del monstruo?

Creo que ella no tendría problemas: el grueso de su obra abarcó cinco décadas (de los 30 a los 70) y bajo las «buenas maneras» de la literatura oficial de entonces logró filtrar prístinamente todos esos motivos perversos. Es más: la estereotipación de la época la convirtió ‒¡cuánta ceguera!‒ en la escritora romántica del momento, gracias a una novela gótica, Rebeca, donde una protagonista mediocre ‒que somos todos nosotros, de ahí su éxito‒ se enfrenta con el fantasma de una mujer vendaval, que paga su libre albedrío y su poliamor con la condena a representar el papel de villana: una villana por muerta, onmipresente. ¡Y qué miedo sigue dándonos el fantasma de Rebeca!

Hoy, al menos, las connotaciones bisexuales de sus pasajes ya no serían solapadas…

He bebido lentamente su libro de cuentos The Breaking Point (1959) (1), otra entrega de juguetes acerados y crueles, escritos según ella misma confesó en un período al límite de su cordura, del punto de quiebre mental (de ahí el título). Como es habitual en su producción, hay cierta irregularidad en los relatos, pasa de la perfección letal de unos a la ramplonería formal de un par. Pero el cómputo final vaya si cunde.

Reviso someramente estos ocho cuentos:

«La coartada» («The Alibi»)

Un tipo dice basta y abandona a su mujer en medio de la calle para emprender una nueva vida. Se mete en un vecindario extraño y alquila un cuarto haciéndose pasar por pintor, con la intención de matar a cualquier desconocido por el placer de hacerlo, en este caso a su casera: pero dado que ya compró los aperos, le pilla el gusto a eso de pintar y ella se anima a posar como modelo…

Este cuento es brillante y desmonta como un reloj el funcionamiento de esa sociedad puritana que ha vuelto con redobladas fuerzas: cómo alguien con pensamientos terribles pero acciones inanes terminará acusado de un aberrante delito que no sólo no cometió ¡sino que ni siquiera llegó a imaginar!

Tiene delito…

La otra obra maestra del libro es «Los lentes azules» («The Blue Lenses»), el cuento de terror perfecto, que ya reseñé en otro artículo.

«Ganímedes» («Ganymede»)

La Muerte en Venecia de Daphne, con menos lirismo y más realidad: un intelectual pedófilo ingles queda prendado durante sus vacaciones venecianas de un quinceañero que ejerce de camarero en una frecuentada plaza. Por darle coba, el chico se deja invitar a paseos y ser objeto de regalos y lisonjas. Pero después, se suma a los paseos toda la familia del muchacho, unos granujas que lo usan sin reparos para chantajear al baboso turista hasta sacarle sus impuestos, incluso en la más trágica circunstancia…

Leyendo el aplomo de la narradora en este cuento feroz y jocoso, no puedo evitar pensar que conocía más de un caso como el que desgrana: Eloy de la Iglesia hubiera superado a Visconti con este material.

«El estanque» («The Pool»)

Una niña de vacaciones en una casa del bosque se aburre con los juegos tontos de su hermano y, extraviada frente a un estanque, descubre un mundo de fantasía ligeramente más oscuro que el de Disney… La Alicia de Daphne promete aportar unas cuantas pinceladas siniestras, si bien se conforma con pintarnos una atmósfera convincente.

«La archiduquesa» («The Archduchess»)

Adoptando las hechuras del cuento popular tradicional, la autora apuntala su visión cínica del mundo moderno: cómo la preocupación por participar de la política te convierte automáticamente en un ser preocupado. Me gusta corroborar que comparto muchas de sus ideas civilizadas y salvajes sin término medio, pero la forma no acompaña.

«La amenaza» («The Menace»)

La más desconcertante de las ocho piezas es este interesante pero errático cuento de ciencia ficción, en el que se plantea la introducción de un nuevo tipo de películas: las feelies, que al igual que las talkies, aportarán un mayor aliciente al público, al permitirles sentir mediante la tecnología toda la capacidad de emocionar de los actores. La graciosa premisa parte de que el protagonista ‒un exitoso actor de carácter cuyo rasgo principal consiste en encarnar galanes duros e inexpresivos‒ no transmite en verdad absolutamente nada, ni una emoción… Seguirá un plan de emergencia capitaneado por su esposa y mánager para despertar en él pasiones «transmitibles», que pasarán por llevarlo a insólitos espectáculos de cabaret (si se puede definir así una coreografía sexual protagonizada por artistas africanos de 17 años), con el fin de excitarle y exprimirle algún sentimiento. El encuentro con una vieja amiga de la infancia cambiará la situación…

Todavía no sé qué pensar de esta historia. Me parece fascinante por un lado y absurda por otro, lo cual en mi cuenta suele arrojar una impresión positiva.

«El rebeco» («The Chamois»)

En el original, «The Chamois», pero no puedo sustraerme a la felicidad de sustituirlo por un equivalente castellano que convierte en masculino el título más famoso de Daphne. Sin duda, el tercer cuento del libro que alcanza en intensidad a los dos primeros, aunque no sea tan redondo.

Un empresario británico arrastra a su infeliz pareja a las montañas de Grecia, llevado por su sed insaciable de cazar una nueva variedad de gamuzas, el raro antílope de los Alpes. El simbolismo campa allí a sus anchas cuando la rara especie cornuda se convierte para él en una mofa a su impotencia sexual y para ella en un sátiro que le dedica morbosos silbidos ‒concepto basado en el silbido real del animal y que probablemente desencadenó en la cabeza de Daphne toda la trama‒. La caza resulta emocionante y el ahondamiento en las miserias de una pareja insatisfecha agrega la carga psicológica requerida.

Relato intenso, muy bien ambientado, que podría haber adaptado Polanski perfectamente en su etapa polaca.

«Los señoriales» («The Lordly Ones»)

Otra fábula extraña: un niño discapacitado para comunicarse huye de su nuevo hogar y de sus padres tras recibir azotainas y desprecio por parte de ellos, y se une a una supuesta familia nómada y errática con aura sobrenatural, sólo para descubrir desencantado que aún son más crueles que la suya. Muerto de hambre, nuestro Oliver Retwist forcejeará con otro niño por chupar leche de la teta de su «madrastra», entre otras escenas ligeramente desquiciadas… Al contrario que en «La Archiduquesa», lo que se cuenta aquí es mucho más vaporoso y surrealista, pero la forma compensa.

Como veis, Daphne du Maurier no parece la autora que nos vendieron unos cuantos críticos miopes ‒yo creo que con cierto menosprecio a su magisterio‒ como una creadora naïf de grandes historias románticas…

(1) The Breaking Point (Victor Gollancz / Doubleday, 1959) fue traducido España con el título Los lentes azules (Ediciones G.P., Colección Reno, nº 374, 1971). En Argentina se editó una edición anterior, Los lentes azules y otros relatos (Ediciones Selectas, 1961).

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Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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