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Susurros históricos

El propósito de Julian Barnes en su libro El hombre de la bata roja (traducción de Jaime Zulaika, Anagrama, Barcelona, 2021) es retratar las sociedades europeas al final de la llamada Belle Époque, es decir en las décadas anteriores a la guerra de 1914. Plena y decadente, esta población de personajes muy afilados en sus llamativos retratos, parecen ignorar la que se les viene encima o, por el contrario, lo saben y por ello acentúan la intensidad de su trámite vital para compensar los malos presagios. Así, Barnes pone en primer término a dichas figuras, partiendo de los retratos que hicieron de ellos eminentes pintores del género como Sargent, Boldini, Gándara y Whistler. Precisamente, el retrato de uno de ellos, el médico Samuel Pozzi, vertebra el relato. Los demás –escritores, pintores, actores, filósofos, políticos– aparecen en tanto tienen que ver con él, un ginecólogo y cirujano eminente a la vez que coleccionista de arte, viajero y lector de bellas letras.

Me detengo en un aspecto peculiar de este ameno y documentado libro y que hace al propio método histórico. En efecto, junto a las fuentes convenidas, Barnes abunda en textos en principio privados como las memorias, las autobiografías y los carteos. En ellos abundan, a su vez, las confidencias y los cotilleos. Los autores de tales discursos no sólo cuentan lo que han visto sino lo que le dicen que han visto otros y, finalmente, lo que se dice que se ha visto, así en tercera persona, una suerte de persona ninguna y de todos. Por usar una metáfora teatral, tan propicia a la época, diría que estamos oyendo no ya la alta voz de la historia, lo proclamado por los grandes dirigentes, sino el susurro histórico, la vocecita del pasado que transmite chismorreos acercando sus labios al oído del memorioso.

Profesionales hay que se han concentrado en estas maniobras. En el barroco español escritores como Pellicer y Barrionuevo se encargaron de recoger las especies que circulaban en los mentideros públicos de Madrid para enviarlas a buen precio como avisos a sus comitentes de provincia. Barnes acude a menudo a los diarios de los hermanos Gomcourt, ilustres chismosos de las elites francesas, cuyos dichos frecuentemente no resisten la zaranda de la verosimilitud. Sus lectores lo sabemos y gozamos de lo lindo leyendo ese registro del susurro memorable.

Verosímil o inverosímil, la cotilla forma parte de la realidad de una época. Otro memorialista monumental de Francia es el duque de Saint-Simon, que cuenta intimidades cortesanas sólo creíbles si imaginamos el equipo de espías, de pequeños correveidiles que merodeaban por palacios y jardines en busca de “trascendidos”. Él solo no habría tenido tiempo ni espacio para cosecharlos. Los historiadores han echado mano de sus cuantiosas memorias para describir la sociedad francesa de los siglos XVII y XVIII. Lo que valida a tales singulares documentos es un principio notoriamente sólido del saber que hurga pretéritos. Es que la historia no sólo cuenta lo ocurrido sino también lo que las gentes de antaño creían que estaba ocurriendo y esta circulación del se dice que tiene la realidad de toda creencia porque fundamenta nuestras conductas. Por regla general, el historiador sabe del suceso más que sus actores porque, justamente, para él no es una acción ni una conducta, sino un objeto. En buena medida, un objeto imaginario, algo que en parte el historiador debe imaginar a la manera como nuestros antepasados imaginaban la realidad de sus vidas en el maremagnum en medio del cual las estaban viviendo, mayormente entretejido de ignorancias, enigmas y misterios. Es entonces cuando el cotilleo nos dice su verdad al oído.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")