Es raro hallar a un escritor tan consistente inventando fantasías ligadas al gusto popular. Si uno considera el nivel medio de la pulp fiction y de su herencia, Richard Matheson se sitúa en un plano muy superior, y así queda de manifiesto en su novela Soy leyenda.
Hablamos de la mejor novela de Matheson. En cierto modo, condensa toda su sabiduría como narrador y como guionista. Por otro lado, además de la superproducción protagonizada por Will Smith en 2007, ya mereció dos versiones cinematográficas, The Last Man on Earth (1964), con Vincent Price en el papel principal, y El último hombre… vivo (1971), protagonizada por Charlton Heston. Ambas muy interesantes, pese a las muchas libertades que se tomaron sus realizadores con el material original.
El guionista y productor de la adaptación de 2007, Akiva Goldsman, no oculta su entusiasmo por la obra Matheson: “Richard Matheson es como un dios para los que somos fanáticos obsesivos de la ciencia ficción. Hay una tradición en la ciencia ficción seria que consiste en llegar hasta lo más profundo en las raíces del personaje para explorar los temas impactantes: la idea de utilizar la ciencia ficción como una alegoría. Esta película se desarrolla realmente a partir de esa ética”.
Es un punto de partida inteligente. Si por algo se caracteriza la obra de Matheson es por su densidad psicológica. The Last Man on Earth y El último hombre… vivo contaban con dos protagonistas sumamente carismáticos, capaces de transmitir esa profundidad de la que hablo. En cuanto a Will Smith, me limitaré a recoger el elogio del propio Richard Matheson. “Creo que Will Smith –dice el narrador– es el hombre perfecto para interpretar el papel de Robert Neville”. Y añade: “He visto casi todas las películas en las que ha actuado y es totalmente convincente en todos los papeles que ha interpretado. En esta historia, su personaje es clave y, por lo tanto, él es la clave”.
El tema de fondo de la novela es la supervivencia de un solo individuo en un entorno profundamente hostil. Es un tema que retomaría en El hombre menguante. Ambientada en un futuro cercano, la acción de Soy leyenda transcurre a finales de la década de 1970, unos veinte años en el futuro, ya que fue escrita en 1954.
El protagonista es Robert Neville, y la novela narra su existencia en un mundo poblado por vampiros. Neville es el último superviviente de la humanidad, diezmada por una plaga de origen desconocido, cuyos componentes se han extinguido o se han transformado en depredadores nocturnos, ávidos de sangre. Es decir, en vampiros.
Este drama postapocalíptico tiene lugar en los suburbios de Los Angeles, en cuyas desiertas calles Neville acomete el exterminio de los resucitados hasta la llegada del crepúsculo. Cuando avanza la oscuridad, los vampiros se tornan los amos y someten al último hombre vivo a un asedio en su casa fortificada.
Soy leyenda viene a ser una novela psicológica. En las distintas partes de la obra asistimos a los distintos estados de ánimo del protagonista y a su evolución íntima y personal. La caracterización del personaje es, sin duda, un de los puntos fuertes de la narración, que en algunos tramos tiene una deriva casi existencialista.
Neville es un hombre común: el trabajador de una fábrica que ha visto truncada su existencia junto a su mujer y su hija. Todo ello por culpa de la epidemia que ha provocado la extinción de la humanidad… No es un action hero al estilo Hollywood, es alguien que se enfrenta al abatimiento, al hastío y a la repugnancia que le producen sus batidas en busca de cuerpos yacentes. Cuerpos a los que clavar una estaca en el corazón.
Neville debe sobreponerse a la angustia de escuchar todas las noches a los seres que sitian su casa con intención de alimentarse de su sangre. Y eso lo convierte en un personaje que eleva los componentes de terror y ciencia-ficción que tiene el libro a un nuevo nivel.
El personaje evoluciona. Atraviesa etapas autodestructivas en las que consume elevadas cantidades del alcohol, o en las que se lamenta de su celibato forzado, acompañadas de alguna tentación levemente suicida. También es víctima de sus propios descuidos y de su temeridad, que casi le cuestan ser pasto de los vampiros.
En medio de estos periodos, hay momentos en los que consigue sobreponerse y emprender la búsqueda del origen de la plaga y un remedio para esta. Neville descubre que hay dos tipos de vampiros. En primer lugar, seres que han muerto y han vuelto de la tumba como chupadores de sangre. Y por otro lado, personas a las que la enfermedad no ha matado. Seres que han mutado, adquiriendo una condición similar a la de los primeros. Se trata de infectados que, tras morir, vuelven de la tumba como no-muertos.
Para estos es para los que intenta conseguir una cura. Aunque está por ver cómo la aplicará en caso de encontrarla. Hay que recordar que este Neville literario, a diferencia de lo que plantean las adaptaciones cinematográficas, no posee conocimientos técnicos ni de cómo seguir un procedimiento científico.
Otro de los puntos fuertes de la novela es la caracterización de los vampiros, totalmente alejada de los modelos existentes hasta el momento. A años luz de la imagen del aristócrata vampiro del siglo XIX. Matheson muestra a unas pálidas criaturas espectrales, de ojos ávidos. Merodeadores de ademanes lupinos, que no dudan en devorarse entre ellos cuando no han conseguido una presa humana.
Pese a que pueden hablar (recordemos los Sal fuera, Neville del recalcitrante vecino que encabeza a los sitiadores nocturnos), nunca hablan entre ellos y el protagonista atribuye a los resucitados daños mentales o cerebrales derivados de la traumática experiencia de regresar de entre los muertos.
Ya hemos mencionado los dos tipos de vampiros existentes, a los que el autor sumará una variedad más inquietante al final de la trama, a los que también hay que añadir animales, perros, que se han infectado y han desarrollado sed de sangre.
Los vampiros de Soy leyenda carecen de los poderes sobrenaturales que ciertos mitos o autores les han otorgado. No obstante, conservan ciertos atributos que les atribuye el folklore. Son vulnerables al ajo y a la luz solar… Ah, y mueren si se les clava una estaca. Su fobia a los espejos o a los símbolos religiosos es debida a una mera cuestión psicológica, condicionada por las creencias que sobre los vampiros posea el infectado. Ese es otro de los valores de la obra: cómo Matheson racionaliza la leyenda del vampiro. A lo largo de la trama Neville, y los personajes que aparecen en flash-backs, conjeturan sobre el origen de la epidemia.
Se sugiere que los vampiros pueden ser fruto de las armas bacteriológicas empleadas en una hipotética Tercera Guerra Mundial en la que ha vencido Estados Unidos. O que acaso sean los vampiros quienes, desde tiempos inmemoriales, han estado propagando el mal. Finalmente, Matheson establece una causa patológica que lo explica todo: desde los puntos débiles del vampiro hasta el modo en que regresa de la muerte.
Todo un tour de force en una obra que casi podría calificarse como cuento largo o novela corta, y donde el lector puede especular con algunos pasajes. Los últimos días de la humanidad. Cómo el pánico y las supersticiones van haciendo mella. El ejercito y la policía disparando contra quienes no entregan a sus muertos para ser incinerados en piras. La negativa de Neville a entregar el cuerpo de su esposa, y cómo ésta vuelve de entre los muertos. El intento de convivir con alguien que ha pasado ser una amante esposa a un ser cuyo interés por el protagonista se limita a matarlo para alimentarse de su sangre… Y ahí me detengo, por citar sólo algunos de los pasajes más sugerentes.
Me resisto a tratar sobre la última parte del libro, pensando en quienes no lo han leído o van a ver la nueva versión cinematográfica. Sólo un apunte: hay un giro que cambia el signo de los acontecimientos, y que permite expresar una metáfora muy inquietante. Una metáfora que explica la última frase de la obra.
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