La cuestión es dramática. ¿Debemos convertir el pensamiento positivo en un paradigma social? ¿Cómo resolvemos el hecho de que se culpabilice o se margine a quien no pueda, o no quiera asumir esa regla? ¿Realmente la sonrisa obligatoria tiene algún beneficio demostrado por la medicina?
Tras padecer un cáncer, la bióloga Barbara Ehrenreich, experta en inmunología, fue conducida a ese mundo en el que debía responder a su enfermedad con ánimo, incluso con entusiasmo y gratitud, en lugar de expresar su rabia o su frustración. Fue entonces cuando ella descubrió el alcance y las contradicciones de la llamada psicología positiva. Un modelo de pensamiento que a uno le obliga a interpretar cualquier crisis como una oportunidad. En definitiva, como si los problemas de la vida fueran una experiencia decisiva y prometedora.
La psicología positiva ha puesto los pilares de una industria multimillonaria, en la que conviven los expertos en coaching, los oradores que motivan a su auditorio con charlas seudocientíficas y los escritores de libros de autoayuda. Para esos profesionales del enardecimiento y la satisfacción, cuya fama se ve hoy multiplicada por YouTube y las redes sociales, el corazón humano es como el acelerador de un vehículo de alta gama.
El asunto es que, desde hace décadas ‒en concreto desde los tiempos de Dale Carnegie y Norman Vincent Peale‒, una legión de vendehumos ha recuperado el pensamiento mágico y lo ha adornado con un marketing sumamente eficaz.
Para estos promotores del fervor ajeno, el éxito profesional, el prestigio, los logros sociales o incluso la salud ‒pensemos en la tasa de supervivencia durante una enfermedad grave‒ dependen de nuestra capacidad para soñar y sonreír. Si logramos desprendernos de pensamientos tóxicos, evitando la queja y la crítica ‒repiten estos gurús‒, nos convertiremos en personas virtuosas y recompensadas por el destino.
En el fondo, como nos descubre este libro, ese tipo de mentalidad es tan irracional como aquella creencia fomentada en el XIX por Mary Baker Eddy ‒fundadora de la secta de la Ciencia Cristiana‒, según la cual todas las enfermedades eran ilusiones curables por medio de la energía espiritual. Lo mismo vale para esos evangélicos estadounidenses que rezan para ser premiados con prosperidad económica y bienes materiales, o para esas corporaciones que promueven entre sus empleados una fidelidad inquebrantable, equiparando el éxito profesional con un don de la providencia.
Resulta estimulante el modo en que Ehrenreich analiza y desmonta todas esas patrañas. Por un lado, nos explica las raíces filosóficas, culturales y religiosas del pensamiento positivo en América, y por otro, analiza su impacto devastador en el mundo. No se trata aquí, por supuesto, de preferir el sufrimiento o el mal humor, sino de ir desmontando clichés sin base alguna por medio del sentido común y el escepticismo.
En este sentido, la obra de Ehrenreich, escrita con gran amenidad, ironía e inteligencia, nos proporciona un nítido retrato de la sociedad contemporánea, infantilizada, consumista y dominada hasta extremos lamentables por el pensamiento único.
Sinopsis
¿Ha perdido su trabajo? Qué gran oportunidad de cambiar su trayectoria. ¿Tiene una grave enfermedad? Quizá a partir de hoy disfrute de su vida como nunca antes. ¿No le gusta su casa? Recorte de una revista el hogar soñado, mírelo a menudo y… pronto estará viviendo allí. O pida un préstamo y cómprese todo lo que desee. Y sobre todo, no deje de sonreír, agradecer a la vida sus regalos y sentirse lleno de optimismo.
Alguien tenía que decir ¡basta! Y ha sido Barbara Ehrenreich, aguda e incisiva, protestona y escéptica, quien diga que el pensamiento positivo, la psicología positiva y hasta la economía positiva son una dictadura. Y una broma de mal gusto. Y un peligro.
En este libro desmitificador y realista, Ehrenreich pasa revista a la influencia que esta corriente de pensamiento ha tenido en la sociedad, la economía y la vida privada la “moda positiva”.
Barbara Ehrenreich es ensayista y activista social estadounidense. Desde 1991 hasta 1997 ha sido columnista habitual en la revista Time y ha escrito para publicaciones como The New York Times, Mother Jones, The Atlantic Monthly, Z Magazine. Desde agosto de 2005 escribe para el periódico The Progressive.
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