Lector: simplemente una pregunta… ¿Quieres perderte en un libro ingenioso, sofisticado e inteligente? En tal caso, la respuesta, más allá de lo que a continuación vuelque en el folio, se reduce a la portada que ilustra estas líneas.
Decía Ernest Hemingway en París era una fiesta que los que atraen a la gente de mundo por su felicidad y su talento acostumbran a tener poca experiencia. No es, desde luego, el caso de Julio Camba, un periodista junto al que nos podemos sentir confiados, tanto por la certidumbre de su talento como por su condición de hombre de mundo, con la mochila repleta de razones, anécdotas y recuerdos, consciente en todo momento de que la vida hay que tomarla como viene.
En esta época en la que la carrocería desportillada del periodismo nos lleva a pensar en los peores aspectos del gremio, la prosa de Camba se convierte en un antídoto contra el fatalismo. Algo verdaderamente insólito en días como los que corren: un articulista muerto en 1962 vuelve a la actualidad como si fuera un joven valor del Nuevo Periodismo.
Hagan la prueba. Seguro que si a más de uno, en lugar de decirle que este columnista se lució en ABC, La Tribuna y España Nueva, le engañamos presentando a Camba como un excelso colaborador del New Yorker, no notará la diferencia. A veces, cuesta ascender los escalones cuando uno es español. Esto de ser profeta en la propia tierra puede resultar incómodo. Llevo pensando en el escaso reconocimiento de don Julio desde que lo leí por vez primera en los volúmenes de la vieja colección Austral.
Que el dios íbero nos ilumine de una vez para que, a la hora de superar la crisis que hoy aplasta a la prensa, tomemos como modelo a periodistas como Camba, capaces de ordenar y desordenar las palabras con un talento luminoso, añadiendo a cada párrafo una pizca de humor, sin un ápice de pedantería ni de mala uva.
Sobre casi nada reúne artículos de un estilo claro y seductor. La de Camba no es una prosa planchada y almidonada, sino libre, ligera y personal. Entretejida con esa facilidad que solo está al alcance de muy pocos.
A propósito de Colette, decía P.J. O’Rourke –famoso cultivador del periodismo gonzo– «utilizaba el lenguaje con gran belleza pero no tenía nada que decir». Julio Camba, además de ser mejor escritor que el propio O’Rourke, tiene mucho que decirnos. Basta con leer las primeras páginas de Sobre casi nada para comprobarlo.
Sinopsis
Camba fue un articulista de pulso vibrante, ocurrente como pocos, divertido como poquísimos, melancólico como buen gallego. […] Sus artículos son en realidad pompas de jabón: Camba no intentaba adoctrinar ni dilucidar incógnitas sociológicas pasadas o presentes, sino juguetear -igual que un gato juega con un ovillo de lana- con la realidad, reducirla a un chascarrillo ameno, con la atención puesta en el detalle y no en la panorámica. Practicó con maestría indolente el arte de la reducción al absurdo, que suele ser la consecuencia de un procedimiento lógico. […] Por lo demás, su prosa -tan tersa, tan naturalmente concisa- presenta la virtud de la diafanidad, de la difícil transparencia: nunca se le embrolla, jamás se le desdibuja.
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