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Sergio Pitol, explorador

Todo escritor es universal y ninguno escapa a su lugar en el universo. Si de situarlo se tratara, Sergio Pitol (1933-2018) no podría ser sino hispanoamericano. Para ello olvidémonos de selvas intrincadas, mágicos realismos y conjuros telúricos. Pensemos en una Hispanomérica portuaria —Veracruz, digamos—, o sea: punto de partida y punto de llegada. Una Hispanoamérica cuyas referencias a la cultura occidental están lejos y son objeto de una intensa codicia.

En este entramado, Pitol es un hispanoamericano cosmopolita y con cierto regusto enciclopédico. Un hispanoamericano de la tradición de Alfonso ReyesOctavio Paz y Jorge Luis Borges, por no entrar en ningún inventario.

Su fascinación por las literaturas eslavas, por la demoniaca caldera cultural de la Mittleeuropa y por la traducción como algo vocacional en todo escritror auténtico, así lo prueban. América fue una creación de viajeros. Por ello, el viaje es un destino histórico de los escritores hispanoamericanos.

En el caso de México, en buena parte debido a una política cultural fuerte de su Estado, el viaje instructivo supone siempre un retorno al lugar de arraigo. Digamos de nuevo, en el caso de Pitol, Veracruz. En otras latitudes, el viaje ha cobrado los perfiles dramáticos de la expulsión y el exilio. Si se tratara de metaforizar, acaso ningún escritor dejaría de ser un expulsado de paraísos perdidos y un exiliado de patrias imaginarias.

Pitol tiene, más bien, el perfil de un explorador. Sus viajes nunca comprenden un retorno con las manos vacías. Si de grandes ejemplos se trata, cabe pensar en los errabundos personajes de uno de sus maestros favoritos, Joseph Conrad. Pero hay otro viaje en el universo de Pitol: es el que va por dentro del propio viajero. Aquí la apelación es a otro maestro de su preferencia: Henry James.

Esta duplicidad de sus itinerarios puede ser una definición de su literatura. Nadie sale a recorrer el mundo si no imagina su intimidad como un mundo. En otro orden, su oscilación entre el castellano y las lenguas eslavas, su voracidad de lector políglota, también traza una suerte de duplicidad, como si su mundo tuviera, efectivamente, los dos hemisferios del mundo.

Esta experiencia mundana ha sido recogida en las novelas de Pitol con una doble y contradictoria cualidad: hacer grotesca la elegancia de una sociedad y hacer elegante sus aspectos más grotescos.

Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en ABC. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")