Al final de la película El halcón maltés, el policía, con el halcón en la mano, pregunta: “¿Qué es? Y Humprey Bogart le contesta: “El material con el que se forjan los sueños». La cita procede de La tempestad, de Shakesperare, y no aparece en la novela original. Se trata de una licencia de John Huston.
Dashiell Hammett (1894-1961) publicó El halcón maltés en 1930. Es una novela en la que aparece Sam Spade, un duro detective privado que, situado en el centro de una intriga, sale airoso de una forma tan despiadada que su propia secretaria se lo reprocha. En 1929, Hammett había publicado Cosecha roja, con el detective de la Continental (un trasunto de la agencia de detectives Pinkerton) haciendo de demiurgo destructor en una ciudad dominada por las mafias.
Imagen superior: Union Station, Chicago (Jack Delano, 1943).
El otro gran representante de la novela negra es Raymond Chandler (1888-1959), que en su ensayo El simple arte de matar (publicado por vez primera en The Atlantic Monthly en 1944) se refirió al género como «duras crónicas de malas calles, con un elemento superficial de misterio, colocado como la aceituna en un martini».
Al contrario que Hammett, Chandler estructura relatos más costumbristas, tal vez menos oscuros. En El sueño eterno(1939) aparece el detective Philip Marlowe, y a través de varias novelas, su trayectoria culmina en El largo adiós (1953). Esta última obra está protagonizada por un Marlowe honrado e incluso idealista.
Imagen superior: Lauren Bacall y Humphrey Bogart en «El sueño eterno» (Howard Hawks, 1946). «Por diversas razones ‒escribe Chandler‒, el relato policíaco rara vez se puede promocionar. Suele girar en torno al asesinato y por lo tanto le falta el elemento edificante. El asesinato, que es una frustración del individuo y en consecuencia una frustración de la gente, puede poseer, y de hecho posee, una buena cantidad de implicaciones sociológicas. Pero existe desde hace demasiado tiempo para que sea una novedad. Si la novela de misterio es algo realista (que casi nunca lo es), estará narrada con cierto espíritu de distanciamiento; de lo contrario, nadie salvo un psicópata querría escribirla o leerla».
Cuando he leído novelas de Hammett, siempre he tenido la sensación de que se me proporcionaban el ambiente y algunos datos, y que con ello tenía que seguir la trama, imaginando y construyendo el resto por mi cuenta. Por su lado, aun siendo apasionante, Chandler ofrece un relato más convencional.
Imagen superior: Times Square, Nueva York (John Vachon, marzo de 1943). Cortesía de la Biblioteca del Congreso.
En todo caso, ambos escritores ponen en escena a individuos solitarios y desarraigados. Durante esa misma época se estaba forjando, tanto en la literatura como en el cine, el mito heroico del hombre de la Frontera (el Far West). En contraposición a ese arquetipo, Marlowe, Spade y el Agente de la Continental son antihéroes urbanos: la cara oscura del “sueño americano”.
Imagen superior: «Washington, D.C. Girl sitting alone in the Sea Grill, a bar and restaurant waiting for a pickup» (Esther Bubley, abril de 1943). Cortesía de la Biblioteca del Congreso.
Hammet retrata ese ambiente corrupto, en el que proliferaban las mafias, propio de la época de la Ley Seca (desde 1920 hasta a 1933) y de la Gran Depresión (de 1929 a finales de los treinta). En cambio, en el escenario que describe Chandler ya empezamos a vislumbrar la opulencia, y cierto grado de optimismo, del imperio norteamericano.
Las obras de Hammet adquieren una perspectiva coral. Los individuos a veces se desdibujan. Incluso el agente de la Continental no tiene nombre. Marlowe, en cambio, posee entidad propia.
Recientemente, he vuelto a ver El sueño eterno, de Howard Hawks, y he descubierto que en el insuperable guión participó William Faulkner. Tiene diálogos dignos de los Hermanos Marx.
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