Leer a Zygmunt Bauman es una permanente gimnasia para el espíritu, sobre todo en estos tiempos en los que el pensamiento fuerte se ha desplomado en el sofá de la frivolidad digital.
En este sentido, Bauman conoce el sustrato de la sociedad contemporánea, y sabe analizar, en casi todas sus facetas, esa tensión entre el ciudadano de la era Twitter y los altos ‒y viejos‒ conceptos del alma humana.
Como su título indica, Retrotopía es la historia de una decepción. La felicidad ya no está en el porvenir, sino en un pasado que se idealiza y se recompone, como si el fulgor o la intensidad no fuesen posibles en el futuro, sino en un recuerdo que luce todas sus galas.
La modernidad líquida ‒otro aporte de Bauman‒ dificulta y llega a impedir la visión de las cosas que hay que hacer para que la grandeza humana reaparezca a la vuelta del camino. En su lugar, cobra protagonismo un sentimiento universal: el desencanto. Y es esta inclinación por el desencanto la que se apodera de nuestras decisiones, de nuestras creencias y de nuestra ideología.
Las promesas no están en el mañana, porque desconfiamos de él o lo atisbamos con melancolía. En su lugar, encajamos nuestras aspiraciones en las pautas de una utopía pretérita, entendida en el sentido más convencional, romántico e idealizado.
En ese suelo fértil de la nostalgia, afloran hoy comportamientos que nos suenan a déjà vu, como si el mito del eterno retorno ‒aquel que estudió con tanta profundidad Mircea Eliade‒ fuera una certeza en estos días en los que el miedo a la soledad ‒ay‒ se traduce en adicción a las redes sociales, y el miedo apocalíptico a lo que está por venir se traduce en un permanente adanismo.
Esto último también explica una clara necesidad de líderes protectores, al viejo estilo, que confirmen todos los prejuicios que rumiamos en nuestra burbuja personal.
«Se nos presiona ‒escribe Bauman‒ para que nos adaptemos y ansiamos que nos presionen. El hecho de que nos guíen aplaca nuestro temor a perder el rumbo. La familiaridad consuela y tranquiliza, o, mejor dicho, nos mantiene a una distancia segura de situaciones que exigen consuelo y tranquilidad».
En realidad, oponemos a la esperanza el sentimiento de pérdida. Y frente a la idea de progreso, planteamos la recuperación de todo aquello que hemos perdido o creemos haber perdido. El mundo, visto así, nos parece incorregible, y aturdidos por esa perplejidad, aspiramos a revivir antiguas verdades.
El caso es que Bauman se detiene en este decaimiento y saca partido de sus contradicciones, completando así un análisis revelador, objetivo y con unas conclusiones de gran envergadura intelectual. En definitiva, Retrotopía es una lectura que atrapa el espíritu de nuestra época y lo sitúa meticulosamente bajo el microscopio.
Sinopsis
Hace tiempo que perdimos la fe en la idea de que las personas podríamos alcanzar la felicidad humana en un estado futuro ideal, un estado que Tomás Moro, cinco siglos atrás, vinculó a un topos, un lugar fijo, un Estado soberano regido por un gobernante sabio y benévolo. Pero, aunque hayamos perdido la fe en las utopías de todo signo, lo que no ha muerto es la aspiración humana que hizo que esa imagen resultara tan cautivadora. De hecho, está resurgiendo de nuevo como una imagen centrada, no en el futuro, sino en el pasado: no en un futuro por crear, sino en un pasado abandonado y redivivo que podríamos llamar retrotopía.
Fiel al espíritu utópico, la retrotopía es el anhelo de rectificación de los defectos de la actual situación humana, aunque, en este caso, resucitando los malogrados y olvidados potenciales del pasado. Son los aspectos imaginados de ese pasado —reales o presuntos— los que sirven hoy de principales puntos de referencia a la hora de trazar la ruta hacia un mundo mejor.
Zygmunt Bauman (Polonia, 1925 – Leeds, 2017) premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades junto a Alain Touraine en 2010, fue catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Varsovia. Su carrera académica lo llevó a ejercer la docencia en las universidades de Leeds, Tel Aviv, The London School of Economics, entre otras.
Desde sus inicios en la década de 1970, su visión de la sociología ha reivindicado para esta disciplina un papel menos descriptivo y más reflexivo. Sus aportaciones a la conceptualización de la posmodernidad, a la que él denomina «modernidad líquida» han sido plasmadas en diversos ensayos que le valieron el reconocimiento internacional.
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