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Quince minutos en la ciudad

La ciudad del siglo XX trajo un par de perdurables modelos urbanos. Uno es la Megápolis, una acumulación o, por mejor decir, un amontonamiento de gentes como si fueran las posibles piezas de un Meccano sin planes. Así México DF, Tokio, Calcuta. El otro es la Cosmópolis, la urbe donde caben todas las variedades de la especie: razas (en caso de haberlas), lenguas, vestidos, cocinas, costumbres domésticas y sexuales, los dos o tres sexos, las tres o cuatro edades de la vida y, si cabe, también la etcétera.

Estas extensiones han impuesto asimismo grandes desplazamientos y éstos, a su vez, grandes velocidades para compensar distancias y aglutinadas masas. Nuestras ciudades se vuelven, entonces, promiscuas y veloces, siendo que la promiscuidad y la velocidad se llevan mal. O bien nos pasamos la vida haciendo colas en los atascos o bien nos pasamos la vida en un vagón de tren metropolitano. En todo caso, suspiramos por las ciudades antiguas, su pachorra provincial, su lentitud y sus caminatas por calles y plazas, callejas y plazuelas.

Todos estos problemas que trae un progreso que los supera para producir, a su tiempo, sus propios y originales problemas, ha conducido a arquitectos, urbanistas y sociólogos a proponer la Ciudad de los Quince Minutos. Y lo exhiben a las puertas de la Megacosmópolis por excelencia que es París. En efecto, la llamada Periferia parisina, es decir la estricta superficie de la ciudad, dejando de lado su conurbano, tiene uno 2.200.000 habitantes, pero en días laborables y durante el horario de trabajo, la atraviesan entre cuatro y cinco millones de personas que van a sus actividades, distantes de sus domicilios y que, como antes dije, se pasan la vida en los etcéteras. Cuando vuelven a casa, los barrios donde están situados sus lugares laborales se quedan deshabitados como si fuesen grandes monumentos al abandono. Súmense los gastos en coches, combustibles, limpieza de calles y todo bajo un falso techo de esmog donde se alojan ruidos de motores, sirenas y bocinazos.

La Ciudad del Cuarto de Hora propone que tantos los lugares de trabajo como los servicios ciudadanos –salud, educación, abastos, distracciones, información, un conjunto sintetizado en la palabra cultura– estén cerca de las viviendas habituales, dejando los grandes hoteles y restaurantes para los turistas, a los cuales les encanta perder el tiempo. El proyecto suena a utópico pero en cuanto a la mayor parte de sus incisos, realizable. El gran escollo es el reparto espacial de la producción. Pensar en despiezar barrios industriales, centros financieros, almacenes de productos de consumo diario y demás utillaje urbano, todo ello exige reformular la Megacosmópolis de arriba abajo.

Ciertamente, la pachorrienta y caminante ciudadela de provincia tiene sus encantos. Los tiene también el barrio donde todos nos conocemos y nos llevamos tan bien y tan mal como las mejores familias. No deja de ser un encierro, más limpio y más tranquilo que el otro, el que nos obliga a una vida de coche y vagón. Si se trata de conciliar los dos modelos, se podría pensar en una salida liberal, es decir fundando un sistema de libre elección, de modo que podamos vivir unos en una Mega y otros en una Micro, viajar los unos por carreteras de gran velocidad y otros, por carreteras de gran lentitud, acaso reservada a jinetes, ciclistas y poéticos coches de posta. Corrijo: donde he puesto unos y otros, poner unos, unas, otros y otras.

Imagen superior: Pixabay.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")