Si existen preguntas estúpidas, ésta parece la más estúpida de todas. Todo el mundo sabe que la guerra de Troya la ganaron los griegos y la perdieron los troyanos. Todo el mundo conoce la historia del célebre caballo inventado por Ulises y de la conquista a sangre y fuego de la ciudad. Todos saben que ese es el final de los épicos combates que se cuentan en la Ilíada. Todos lo saben, excepto el autor de la Ilíada.
En la Ilíada, en efecto, no se cuenta el final de la guerra de Troya. La historia termina en los funerales de Héctor. Es cierto que de vez en cuando escuchamos profecías que anuncian la caída de Troya, como cuando, durante los sacrificios propiciatorios de los griegos en Aúlide, tuvo lugar un prodigio: “Un horrible dragón de roja espalda, que el mismo Olímpico sacara a la luz, saltó de debajo del altar al plátano. En la rama cimera de éste se hallaban los hijuelos recién nacidos de un ave, que medrosos se acurrucaban debajo de las hojas; eran ocho, y, con la madre que los parió, nueve. El dragón devoró a los pajarillos, que piaban lastimeramente; la madre revoleaba en torno de sus hijos quejándose, y aquél se volvió y la cogió por el ala, mientras ella chillaba. Después que el dragón se hubo comido al ave y a los polluelos, el dios que lo había mostrado obró en él un prodigio: el hijo del artero Crono lo transformó en piedra, y nosotros, inmóviles, admirábamos lo que ocurría.” (Ilíada, Canto II)
El adivino Calcante interpreta que esa es una señal de los dioses que indica que Troya será conquistada: «El próvido Zeus es quien nos muestra ese prodigio grande, tardío, de lejano cumplimiento, pero cuya gloria jamás perecerá. Como el dragón devoró a los polluelos del ave y al ave misma, los cuales eran ocho, y, con la madre que los dio a luz, nueve, así nosotros combatiremos allí igual número de años, y al décimo tomaremos la ciudad de anchas calles.”
¿Y por qué no interpretar lo contrario? Que el ave y los polluelos son los griegos (Agamenon y sus aliados) y que el dragón es la prodigiosa fortaleza de Troya con sus muros rojos y sus almenas afiladas?
La de Calcas, en cualquier caso, es sólo una profecía más, y el autor de la Ilíada nunca nos llega a confirmar que se cumpla, y hay que tener en cuenta, como veremos en otras homéricas, que a los dioses les gusta engañar a los humanos y anunciarles cosas que no sucederán o que sucederá de una manera insospechada.
No es el autor de la Ilíada sino el de la Odisea quien nos cuenta el saqueo de Troya con la artimaña del caballo, por boca del cantor Demódoco, pero, como también veremos en otras homéricas, los expertos no sólo se preguntan si hay un autor individual detrás de laIlíada y la Odisea, sino acerca de si, en caso de haberlo, se trata de la misma persona. Si concluyéramos que el autor o autora de la Odisea no es el mismo que el de la Ilíada, tendremos que admitir que el de la Ilíada no nos llega a contar quién gano la guerra. ¿Lo sabía? ¿tenía una versión diferente que la que se cuenta en la Odisea?
Cómo dudar de lo indiscutible
Pero, ¿qué argumentos existen para dudar de algo tan admitido como que los griegos conquistaron Troya?
El primero es que cuando los caudillos griegos regresan a sus hogares, casi todos pierden su reinos: Agamenón es asesinado por su esposa y el amante Egisto; Menelao pasa por Egipto y según algunos se queda allí, sin regresar a Esparta; Diomedes emigra a Italia tras ser también mal recibido en su reino; el hijo de Aquiles, Neoptolemo, también es expulsado de su tierra. El propio Odiseo (Ulises) llega, tras largos años de navegación, a su Ítaca natal y, aunque recupera el reino, debe enfrentarse a los usurpadores.
Está claro que no es lo que se llama un regreso triunfal para unos conquistadores. Más bien parece todo lo contrario: es como la huida dando tumbos de un lado a otro de unos derrotados. A esto se une el extrañísimo hecho de que la historia y la arqueología parecen confirmar que las ciudades griegas fueron destruidas coincidiendo con la guerra de Troya o poco después y que allí pudo iniciarse la llamada época oscura, que duró tal vez cuatrocientos año. Esa época oscura separa la época contada por Homero de la época en la que vivió el propio Homero (o quien escribiera la Ilíada y la Odisea).
Pero hay otros detalles interesantes que nos hacen dudar de la versión oficial. Tras conquistar Troya, los griegos se embarcan a toda prisa, discuten y pelean entre ellos, incluso Menelao con su hermano Agamenón, y se echan al mar precipitadamente, enfrentándose a tormentas, en vez de esperar, en una tierra ya conquistada, el momento propicio. Parece de nuevo más una huida que una triunfante expedición de regreso.
Por otra parte, los troyanos, supuestamente vencidos, fundan reinos: el dardanio Eneas llega a Italia y su hijo Ascanio funda Alba Longa, origen de la futura Roma; Antenor también llega a Italia, funda Padua y con sus hombres, los eneti, da nombre a la región del Véneto. Finalmente, Heleno, el hijo del rey Príamo de Troya, se convierte en rey de los molosos y del Epiro, es decir de una importante región griega. ¿Cómo es posible que un descendiente de la ciudad arrasada hasta sus cimientos se convierta en rey en Grecia? No parece tener mucho sentido.
Tampoco tiene mucho sentido que, como cuentan las leyendas oficiales, cuando muere el raptor de Helena, el príncipe Paris de Troya, ella no es devuelta a los aqueos, sino que se casa con otro de los hijos de Príamo, Deífobo. Parece más una alianza entre el pueblo de Helena (Esparta) y el de Troya que un rapto.
¿Sólo un ejercicio dialéctico?
Algunos de los argumentos que he ofrecido a favor de la victoria de Troya en la guerra pertenecen al Troico o Discurso sobre Troya de Dión Crisóstomo. Se trata probablemente de un ejercicio retórico para ejercitarse en el estilo y en la argumentación, uno de los llamados progymnásmata (“ejercicios previos”). En el que emplea Dión, que es una refutación o aneskeué, la dificultad consiste en demostrar lo contrario a lo más creído y aceptado, a lo más evidente incluso. En otras ocasiones, la aneskeué es una refutación sin segunda intención, como la que hace Orígenes en Contra Celso, donde, para refutarlo, casi nos trasmite entero el texto del anticristiano Celso.
La verdad es que Dión Crisóstomo demuestra una gran habilidad y puede llegar a hacernos dudar si creía sinceramente o no que Homero era un embustero, porque da buenos argumentos para dudar de lo que nos cuenta Homero. Algunos incluso coinciden con lo que hoy en día piensan los historiadores, lingüistas y arqueólogos: “Él compuso sus poemas muchas generaciones después de los sucesos reales, cuando los que habían conocido los hechos había fallecido junto con sus descendientes, y sólo sobrevivió una tradición oscura e incierta, como es de esperarse en el caso de eventos que han ocurrido en el pasado distante.”
Por otra parte, nos dice, Homero quería complacer a sus lectores u oyentes griegos, así que cambió la historia: “Además, Homero tenía la intención de recitar sus poemas a las masas y la gente común, por lo que exageró los logros de los griegos, de modo que incluso las personas más sabias no lo refutaran.”
Y concluye: “Así sucedió que se fue tan lejos como para representar lo opuesto a lo que realmente ocurrió.”
Pero, ¿puede haber algo de verdad en este juego retórico de Dión Crisóstomo? ¿Puede haber sucedido que en el largo trascurso desde los acontecimientos hasta su trasmisión en época griega se hubiera olvidado el verdadero desenlace de la guerra y se hubiera llegado a creer que ganaron quienes habían perdido?
Parece difícil creer algo así, pero hay ejemplos similares, como la célebre batalla de Kadesh entre egipcios e hititas. Durante dos mil años se ha creído que vencieron los egipcios, porque así lo contaron ellos, por ejemplo en el Poema de Pantaur, pero ahora algunos creen que la victoria fue para los hititas y otros que se produjo una especie de empate técnico. En otras homéricas veremos si pudo suceder algo parecido en Troya.
Notas dispersas
El de los regresos o nostoi es uno de los temas más interesantes relacionados con los textos homéricos y la tradición legendaria griega. Son los regresos de los héroes griegos tras conquistar Troya. El más célebre es, por supuesto, el de Ulises a Ítaca.
Hablé de cómo Orígenes salvó el texto de Celso al intentar refutarlo en Elogio de la infidelidad: “Se me perdonará, por quienes perdonan y castigan estas cosas, el uso de la cursiva y el abuso de Chesterton. En realidad, incluyo citas de Chesterton en todo lo que escribo con la secreta esperanza de que si sus libros no sobreviven por sí mismos puedan hacerlo en el interior de los míos. Así es como ha llegado hasta nosotros el Discurso verdadero contra los cristianos, de Celso: el cristiano Orígenes quiso refutarlo por hereje y lo copió casi entero en Contra Celso, mandándolo directamente a la posteridad.”
De las incertidumbres acerca de la batalla de Kadesh hablé en Las paradojas del guionista: “Aunque muchos historiadores pretenden contar los hechos tal como sucedieron, no es una tarea tan sencilla como parece. La batalla de Kadesh, que enfrentó al faraón Ramsés II con el rey hitita Muwatali hacia el año 1290 a.C. se puede considerar un hecho histórico, pues es el primer conflicto bélico bien documentado. Sin embargo, los historiadores no acaban de ponerse de acuerdo acerca de quién ganó la batalla. Tanto Muwatali como Ramsés afirmaron que el triunfo era suyo, y el faraón egipcio incluso hizo grabar espectaculares murales en Abu Simbel, en los que se le podía admirar destrozando al ejército hitita. Aunque se ha considerado que el resultado fue un empate, los historiadores discuten si las consecuencias a medio y largo plazo fueron beneficiosas para los hititas o para los egipcios. Éste es un buen ejemplo de lo difícil que es interpretar un «hecho» histórico.”
La batalla de Kadesh y los hititas, por supuesto, aparecerán en otras homéricas.
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