Los espectadores de Call me by your name admiramos en Luca Guadagnino su refinada manera de recontar la clásica relación entre maestro y aprendiz de la épica clásica griega –dicho en plan pedante: la Paideia–, el idilio amoroso y erótico del erastés y el erómenos, que hoy consideraríamos homosexual pero que se trata de una categoría ajena a la paganía politeísta.
La pareja vuelve en Queer donde ambos están a cargo de Daniel Craig, el antiguo 007, y Drew Starkey, admirable por su capacidad, estrictamente cinematográfica, de mantener firmemente su personaje en los momentos en los cuales carece de letra. Craig es un actor solvente pero no puede aquí pasar de discreto, ya que su parte no se le encaja del todo.
Una narración fragmentaria
La índole de la historia, con ser la misma, es muy distinta. Se basa en una novela tal vez autobiográfica -¿qué novela no lo es?– de William Burroughs, escritor emblemático de la generación beat de los años sesenta, bastante incompatible con la Grecia clásica. Se diría lo contrario que es lo mismo pero patas arriba: una enseñanza en la que el maestro nada tiene que enseñar y el discípulo, en consecuencia, nada que aprender. O, dando una vuelta más en el aire: todo es así porque ya no hay nada que enseñar ni nada que aprender.
En vez de narrarnos algo matizado y ordenado, Guadagnino nos ofrece un muy prolongado montículo de fragmentos que juegan a ser de distintas narraciones de las cuales nunca tendremos noticia. El desafío es audaz y cabe leerlo con distintos códigos.
El código vulgar dice que esta película intenta contar una historia y no lo consigue, pues sus partes, con ser inteligibles por sí mismas, no se hilvanan en una estructura global.
El código exquisito sostiene que esto es así porque la épica clásica ordenaba los episodios gracias a un hilván que los conducía desde el comienzo hasta el final, mediando el medio, según la ley de Pero Grullo. La épica ha muerto y ni siquiera asistimos a sus funerales. La ignoramos como si jamás hubiese existido. Estas son lentejas, las tomas o las dejas.
Ni compañero ni amante ni pareja ni amado
Un código queer de sesgo moral diría que la imagen que ofrece esta fábula de la homosexualidad –afinemos: sólo de la masculina– es deplorable y está hecha desde la leyenda negra del represor. En efecto, el maestro es, aparte de un problemático queer, alcohólico, drogadicto, afecto a las relaciones venales, propulsor de la promiscuidad y la prostitución. Hasta el posible que juegue en él una fantasía de homicidio, que los celos lo lleven a matar a su buen acompañante. Ni compañero ni amante ni pareja ni amado: nada categorizable, todo es posible en la libertad libertaria.
Un código justamente malditista aprobaría lo que el ético condena. Justamente porque el protagonista es todo eso que acabo de citar, es un héroe o, por mejor decir, un antihéroe maldito que lleva a los éxtasis del gozo supremo: la alucinación tóxica y la muerte violenta.
Es posible poner en fila estas lecturas. No tan posible, armonizarlas. Dan la impresión de según quién ha visto este filme ha visto otro filme que yo o tú o el de la butaca de la derecha. Lo que quizá nos ponga de acuerdo es observar que sí estamos en una ausencia de épica porque la épica de los últimos milenios, que va desde las rudas epopeyas nórdicas hasta la moderna novela psicológica, sí que relacionaban sus episodios mediante el hilván del epos.
Lo épico no estaba en el episodio, que podía ser un accidente vulgar como un encuentro con alguien desconocido, un loco amor o un apacible adulterio: lo épico estaba en el hilván. Y algo más. Esto de la derogación de la épica tiene, al menos, un antepasado más que ilustre: Franz Kafka. También sus personajes –un procesado que ignora qué ley lo puede condenar, un agrimensor que debe entrar en un recinto inabordable– carecen de épica porque ignoran qué ley los rige. Pero en Kafka esto es fuente de angustia por la pérdida. Alguna vez tuvo épica nuestra vida y la hemos perdido y ahora elaboramos su duelo. Desde luego, no es el caso de Guadagnino, que nos incita a entretenernos en la madeja de la pesadilla, a seguirle sus extraviados pasos, a interesarnos o a prescindir de la épica y sumirnos en el hastío.
Sinopsis
En 1950, William Lee, un expatriado estadounidense en la Ciudad de México, pasa sus días casi completamente solo, excepto por algunos contactos con otros miembros de la pequeña comunidad estadounidense. Su encuentro con Eugene Allerton, un exsoldado expatriado nuevo en la ciudad, le muestra, por primera vez, que puede ser posible establecer una conexión íntima con alguien.
Queer supone un encuentro de Luca Guadagnino con William S. Burroughs. La película adapta la novela homónima del escritor estadounidense, considerada pieza clave de la literatura gay transgresora y de la generación Beat.
El cineasta italiano reconoce que la obra de Burroughs le encandiló cuando era joven: «Leí el libro con 17 y era un chico solitario. Diverso. Sentí muy cerca la profunda conexión que describe entre los dos personajes, la falta de juicio, la idea del romance como una aventura… me transformó y cambió para siempre. Quería ser leal con ese chico joven llevándolo a la gran pantalla».
La sexualidad, la libertad, el deseo, la soledad… En Queer, Luca Guadagnino se aferra a la mirada de Willliam Burroughs para continuar con la reflexión acerca del deseo homosexual que inició en Call my by your name. Pero, en este caso, el affaire entre Guadganino y Burroughs nos lleva al reverso oscuro, crepuscular y salvaje de ese luminoso despertar romántico y sensual que nos hechizó en Call my by your name.
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