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¿Qué es eso de los libros?

Había una vez unos editores que solían ser escritores, lo cual suponía que eran lectores. La Nouvelle Revue Française fue fundada por un grupo de escritores, y editores de libros fueron Ortega y GassetBenedetto CroceVirginia Woolf con sus amigos y colegas, Guillermo de Torre, suma y sigue.

Es una costumbre lamentablemente perdida y que se recupera con Roberto Calasso, quien da cuenta en entrevistas y en su libro La marca del editor, de lo que ha de saber cualquiera que aspire a editar libros. Haber de saber, por su lado, no está de moda. En plan optimista, diré que creo en el retorno de lo anticuado que se retransforma en moda. Veremos.

Hay varias puntualizaciones de Calasso que me permito subrayar. Una es que el lector es actor de la vida intelectual que empieza y recae en la lectura. En buena medida, la actual situación de la producción libresca es obra de una masa de lectores desatentos. Esto restringe el ámbito de la tarea editorial y, en el mejor de los casos, la restricción llevará a la estrictez y mejorará la calidad. Veremos.

También hay responsabilidad editorial en el fenómeno. La historia de los editores que arriesgaron/no arriesgaron en relación con la literatura del siglo XX lo corrobora. Acertaron los que, a menudo, apostaron por lo no factible y lo convirtieron en hacedero. Quizá la experiencia se repita. Veremos.

Por fin, la red, esta que me atrapa en estas líneas. Sin duda, hay un cúmulo de información con una suprema facilidad de consulta que no han conocido los siglos. Pero esta situación no es por sí misma una adquisición cultural. Lo que hace a la cultura no es el instrumento, sino la demanda del instrumento. En su momento, el historiador Johann Huizinga nos explicó que la memoria objetiva de la humanidad puede ser enorme y no ser la memoria de ningún ser humano. La red es estupenda, aunque para pescar con red mas hacen falta pescadores. Veremos cuántos se asoman a la costa.

Por fin, Calasso opina sobre el libro electrónico y sostiene algo que me interesa aunque no puedo dilucidarlo: es técnicamente inferior al libro de papel. Soy “papelero” y libresco, salvo para obras ortopédicas a la lectura, los diccionarios en primer lugar. De todos modos, no apuesto a favor ni en contra de esos libros que en vez de papel tienen páginas de temblorosa luz y juguetones pixeles. Veremos. En cualquier caso, quien edita libros porque sabe escribirlos y porque sabe leerlos, tiene un plus de calidad que merece, al menos, una atenta escucha. Oiremos.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")