En 1955 Robert Z. Leonard rodó una coproducción entre Italia y Francia que se llamó La mujer más guapa del mundo. Ella narraba la vida de la cantante de ópera Lina Cavalieri (1874-1944), de manera un poco romantizada como entonces se hacían lo que hoy suelen llamarse biopics. El filme fue un gran éxito e impulsó la carrera internacional de su protagonista, Gina Lollobrigida.
La Cavalieri había comenzado su actividad musical cantando en café-conciertos y otros espacios semejantes hasta convertirse en una diva operística. Salvando distancias, de época y de tiempo, otra cantante ahora española no italiana puede recordarnos esos inicios profesionales. Pilar Lorengar comenzó de manera parecida, cantando en cafés y en revistas, incluso protagonizando alguna que otra película. Como la dirigida por Antonio Román en 1952, Último día, donde compartía cartel con Enrique A. Diosdado y Elena Barrios.
Pero en el plano personal, aparte la belleza física que compartían, no existió correlación entre Cavalieri y Lorengar. Una, la italiana, vivió un tórrido romance con un príncipe ruso (en la pantalla Vittorio Gassman), muy a lo diva del momento, mientras que la española, hubo de conformarse con un matrimonio algo más corriente al casarse con un médico-dentista.
Después de haber grabado infinidad de zarzuelas (hoy modelos de referencia) fue Lorengar una primerísima soprano en los más decisivos escenarios internacionales, esos que dan prestigio a una artista de esta índole. Peo no abandonaría nunca la zarzuela que ofrecería intermitentemente en recitales, sola o acompañada.
Nacida en Zaragoza el 16 de enero de 1928, su nombre de nacimiento era Pilar Lorenza García Seta. De la mano del célebre director Ataulfo Argenta realizó su debut internacional en Francia de manera concertística.
La presentación operística fue, asimismo, francesa al cantar en el festival de Aix-en-Provence de 1955 Cherubino de Las bodas de Fígaro. Una velada, por cierto, que se conserva en disco.
Mozart fue su compositor de punto de partida (Pamina, Donna Elvira, Ilia, Ismene de Mitridate, Condesa Rosina). Para a continuación enfrentarse a un espacioso repertorio de ópera italiana, francesa, alemana, rusa y española. Cabe recordar que, en este último capítulo, estrenó en 1964 Pepita Jiménez de Albéniz en versión de Pablo Sorozábal.
Asimismo realizó una rica actividad como cantante de cámara y de concierto. Una carrera, pues, completísima que se extendió hasta su despedida, ofreciendo un recital en el teatro Campoamor de Oviedo en 1991. Quizás con ello recordando sus inicios profesionales en la ciudad asturiana donde había cantado en su café Cervantes cuatro décadas atrás.
La soprano murió en Berlín el 2 de junio de 1996.
Pilar Lorengar en 1961 protagonizó un Don Giovanni en la Deutsche Oper de Berlín convirtiéndose de inmediato en la cantante estrella de la compañía. Brillando allá como Callas lo haría en la Scala milanesa, Régine Crespin en el Colón de Buenos Aires y Eleanor Steber en la ópera metropolitana de Nueva York.
En ese Don Giovanni (felizmente conservado en imágenes), junto a un equipo de cantantes muy genuinos (Grümmer, Fischer-Dieskau, Greindl, Köth, Grobe, Sardi), Lorengar destacó especialmente como Donna Elvira. A partir de ahí en ese escenario cantó de todo, incluidas partes que parecerían ajenas a su voz o personalidad como la Tosca pucciniana.
La carrera discográfica de Lorengar fue tan activa como su presencia en escenarios y salas concertísticas. Tras grabar en Alemania discos variados, de pretensiones y difusión nacional, tal como fueron las selecciones de Mignon de Thomas (parte para mezzo de la protagonista), y Antonia de Los cuentos de Hoffmann.
Decca la contrató en exclusiva, registrando un amplio catálogo de obras completas y reciales. Uno de estos discos servirá para situarla con honores preeminentes en esta pinacoteca (Pilar Lorengar, Decca, 2006).
Aunque su nombre brilla en medio de la competencia sopranil de su época, la calidad y cantidad de los compañeros discográficos lo corrobora. Van unos nombres únicamente centrados en la cuerda tenoril y que, de paso, demuestran su considerable versatilidad, siempre sin pasarse de sus posibilidades en un elogiable control de las mismas: Fritz Wunderlich, Anton Dermota, Jaime Aragall, Nicolai Gedda, Bruno Prevedi, Alfredo Kraus, James McCracken, Werner Krenn, Plácido Domingo, Stuart Burrows, Sandor Konya, Franco Bonisolli, Peter Schreier, Franco Corelli, James King, Carlo Cossutta, André Turp, Luigi Alva, Francisco Araiza, Richard Leech. Versatilidad extendida también a la generación de esos colegas de dos holgadas generaciones canoras, ya que Dermota era de 1910; Leech de 1952.
Puede considerarse que fue la principal docente de Lorengar la asimismo soprano Angeles Ottein (1895-1981). La Ottein, anagrama de su verdadero apellido que era Nieto, desarrolló una meritoria carrera, aunque fuera su hermana Ofelia Nieto (1900-1931) quien lograra mayor renombre a pesar de su prematura muerte. Sin duda la segura técnica vocal de la cantante zaragozana fue consecuencia de las directrices de su maestra.
Como cantante mozartiana Lorengar suele estar asociada a la mejor Elvira de su generación, pese a haber interpretado una Condesa Rosina de enorme categoría, presentándose con ella en la Scala en 1963. Junto a un equipo formado por Sesto Bruscantini, Fiorenza Cossotto, Mirella Freni, Wladimiro Ganzarolli, bajo la dirección de Hermann Scherchen y en montaje de Jean Vilar.
Y justamente el recital que la colocará en la presente pinacoteca de sonidos, comienza con el aria de presentación de este melancólico y extraordinario personaje, Dove sono. De inmediato la voz, algo más ancha y madura de algunos registros precedentes, conserva su colorido fresco y luminoso, pese a que l cantante ha entrado ya en la cuarentena. El disco se grabó en la Sofiensaal de Viena en diciembre de 1971, con la orquesta de su renombrada Ópera. Walter Weller (1939-2015) es la batuta acompañante, violinista y luego reputado director afecto a la Filarmónica de Viena que es la que se mete en el foso de la Ópera de la ciudad austriaca. O sea, que ambos aseguran una experiencia y profesionalidad puestas al servicio de la cantante.
El aria de la Condesa tiene una estructura que parece resumir lo que luego se convertiría en norma de una ópera italiana: recitativo, una parte lenta y otra repentinamente rápida. Lorengar con su personalísimo vibrato (finalmente característico y muy bien controlado) da a cada sección el esperado contenido, detallando en el primeo que es el más expresivo, la importancia del texto. Página que pulsa continuamente el registro central de la cantante, encuentra una intérprete de la elegancia aristocrática necesaria y con un canto de exquisita musicalidad que corresponde. Un Mozart reconocible de inmediato. Y, por cierto, muy “internacionalizado”, no deudor de los que llegó a llamarse la Escuela Vienesa impuesta entones tras finalizar la Guerra.
Las bodas de Fígaro se estrenó en Viena en 1786 y años más tarde en la misma ciudad, las varias versione del Fidelio de Beethoven. De esta ópera, Lorengar propone la arietta de Marzelline. Con su toque de una página típica de un Singspiel, la soprano sabe darle ese encanto, sencillez y dulzura correspondientes con la ingenua pero decidida muchacha que ama a Fidelio ignorando que se trata de una mujer. Un cambio de modales bien asumidos protagonista.
Agathe de Der Freischüz (conocida en español como El cazador furtivo) fue estrenada en Berlín en 1821. Es generalizada creencia, comprobable por lo demás, que la mejor soprano que en esa época hizo de Agathe un modelo imperecedero fue Elisabeth Grümmer.
Sin embargo, la interpretación de Leise, Leise por parte de Pilar Lorengar se sitúa a la altura de la de su colega alemana que dejo una ejecución al completo de ineludible referencia en 1958 dirigida por Joseph Kleiber (tiene otra previa con Furtwängler).
A Lorengar no hubo sello que le ofreciera grabarla en estudio, pero se conserva desde el Met neoyorkino una lectura bajo la batuta de Leopold Ludwig y con un equipo que reúne a Sandor Konya, Edith Mathis (luego una Agathe asimismo notable) y Gerd Felhoff, o sea, una compañía acorde con la soprano. Esta interpretación, avalada ya por la pureza tímbrica que de inmediato se asocia a la joven bohemia, es desde cualquier posible punto de vista para juzgarla, memorable. La musicalidad, el canto sereno y delicado, la perfección del legato, el control del fiato, un cierto tono de resignada tristeza que impregna todo su recorrido, son cualidades que, unidas a la belleza del sonido sopranil, hacen de su escucha un placentero, inigualable momento. Esta especie de nocturno en forma de plegaria es típicamente romántica y Lorengar, quiñen lo duda, encuentra si esencia.
Como cantante wagneriana, Lorengar destacó en Elsa de Lohengrin y Eva de Los maestros cantores. Dos partes que parecían hechas a medida suya. Con Elsa, increíblemente, hizo su muy tardío debut en el Liceo de Barcelona en 1986. Quien redacta recuerda cómo llegó exhausto al acto III su compañero tenoril, Siegfried Jerusalem, mientras que ella mantenía su frescura, su seguridad, incólumes como si acabara de comenzar a obra.
En el disco incluye la entrada de Elisabeth, su presentación escénica nada más iniciarse el acto II de Tannhäuser, obra que nunca cantó en escena. Pese a que, por voz y temperamento, le iba adecuadamente.
El aria Dich, teure Halle la canta Elisabeth al entrar en la sala donde va a celebrarse el concurso de canto en el que va a intervenir su amado Tannhäuser un tiempo desaparecido de la corte para entregarse a los placeres carnales ofrecidos por Venus. Es un entusiasmo ya anunciado por la introducción orquestal y que recorre la mayor parte tan hermosa página, rubricada por un formidable agudo. Todo ello a través de un ímpetu vocal que Lorengar realiza de manera ejemplar. Traduciendo sin fisuras esa incontrolable satisfacción, ese entusiasmo reflejado en la luminosidad del timbre y en las generosas intenciones, una expresividad medida, elegante, como corresponde a una noble y virtuosa enamorada. Elisaberh es el modelo, para Wagner, del amor puro al contrario de la carnalidad de Venus, los dos motores que mueven al algo indeciso y voluble Tannhäuser.
El programa del disco sigue un orden cronológico de estrenos. Y la guinda principal del mismo viene en el corte siguiente: su número cinco. En su momento, cuando se adquirió el LP original, llamó muy poderosamente la atención esa página de una ópera hasta entonces poco conocida y siempre por referencias. Se llamaba Die tote Stadt (La ciudad muerta). Su autor: un músico muy conocido por las bandas sonoras de algunas popularísimas películas, quizás la más destacad la de Robin de los bosques por la que en 1938 consiguió un Oscar.
Erich Wolfgang Korngold, con poco más de veinte años estrenó la citada ópera que es, sin duda, una de las mejores del siglo XX. Lorengar nos despertó el interés sobre ella hasta que en 1975 se difundió una lectura al completo en el catálogo RCA. Protagonizada por la fabulosa Carol Neblett y con la suntuosa dirección de Erich Leinsdorf.
Basada en la novela de Georges Rodenbach narra la turbulenta historia de Paul obsesionado por el recuerdo de su esposa muerta, Marie, que cree revivid en una bailarina de poca monta Marietta. Al contrario del novelista, Korngold le da un final más beneficioso: todo lo que ocurre, incluso el asesinato de Marietta, es sólo un sueño del alucinado Paul.
La bellísima canción de Marietta en el primer acto es en realidad una página a dos voces y como tal ya en 19124 fue objeto de grabación por parte de dos mitos del cano operístico: Lotte Lehmann y Richard Tauber.
Es curioso comprobar que dos años antes, de esta partitura de Korngold, Puccini estrenara La Rondine donde incluye asimismo una canción para soprano y tenor, Chi il bel sogno di Doretta, que se ha convertido también en el momento más difundido de la partitura. Coincidencia.
La versión que hace Lorengar de Glück, das mir berblieb es de tal magnitud que se ha convertido en modelo comparativo para intérpretes posteriores, bien aisladamente o en versiones completas de tan magnífica obra.
En los primera etapa de su carrera, Lorengar fue en el Festival de Glyndebourne Eco de Ariadne auf Naxos de Richard Strauss, bajo la dirección de John Pritchard y en montaje de Carl Ebert. Extrañamente, no cantó más a este compositor ni siquiera su amplio repertorio liederístico (apenas Zweignund en ocasiones). Hubiera sido una excelente Mariscala, la misma Ariadne y sobre todo Arabella. Y de esta última suma en el disco su Aber der Richtige. Cuenta con la Zdenka de la deliciosa soprano Arleen Auger muerta prematuramente en el mejor momento de su actividad. Las dos cantantes, cada una en su exacta cuadratura vocal, combinan en canto y expresividad ofreciendo de este delicioso pasaje una lectura extraordinaria. Se sitúa hacia la mitad del acto I y en él Arabella habla del hombre que como esposo le conviene. La inspiración straussiana es aquí sorprendente y las dos cantantes hacen de ese melodismo tan propio del compositor un delicado reflejo.
Tras un soberbio recital contemporáneo en el antiguo Teatro Real, Lorengar fue preguntada por la posibilidad de que grabara esta ópera de Strauss. Suspirando, se encogió de hombros irónica. Decca, su sello de cabecera, por entonces contaba con una versión modélica de Arabella, protagonizada en 1957 por una de sus mejores protagonistas, Lisa della Casa. Luego, en otra de la década de los setenta prefirió encomendársela a Gundula Janowitz.
El CD de Lorengar, conforme a su título de una Prima donna en Viena, no podía faltar un género tan identificativo con a capital austriaca: la opereta. La cantante nunca cantó en escena una obra se este carácter, pero por las interpretaciones aquí seleccionadas se comprueba su disposición para ello.
Son cinco fragmentos elegidos entre títulos de varios representantes del género, o sea, Lehár, Zeller, Kálman y Johann Strauss II.
Lorengar despliega todo su bagaje canoro y musical para ofrecer lecturas impecables, donde el buen gusto se complementa con la musicalidad y disposición apropiada, añadiendo es tono de alegría por la vida, el selecto desparpajo que parecen subyacer en la mayoría de estas deliciosas páginas. Como si se tratara de su repertorio habitual.
Aunque merecerían destacarse las zardas de Safi en El barón gitano de Strauss hijo o el vals de Eva de Lehár, sin duda lo más llamativo de estos fragmentos se hallen en las otras zardas, las de El amor gitano del mismo Lehár. . La voz suena tan hermosa, el canto tan exquisito y las intenciones tan oportunas que acaban por lamentar que nunca hubiera registrado una opereta al completo. Quizás se eche en falta el estilo “local· asociados a las intérpretes habituales del género, peor la suntuosidad de los medios y la perfección canora suplen esas `posibles carencias, dando al repertorio una inusitada novedad.
Completando el cuadro profesional de la soprano zaragozana, hay que citar que, al mantener una actividad prolongada y sustanciosa, cantó también Regina de Matías el pintor de Hindemith, Mélisande de Debussy, Euridice de Gluck, Atlántida de Falla, Jenufa de Janácek, Lisa y Tatiana de Chaikovsky, Olimpia de Spontini, Marguerite de Gounod, Micaela de Bizet. A las ya recordadas heroínas mozartianas habría que añadir Donna Anna y Fiordiligi. De Puccini, además de la ya citada Tosca, Suor Angelica, Manon, Butterfly, Mimì, Liù y Lauretta. De Verdi, Violetta Valéry, Alice Ford, Elisabetta y Desdemona. Algunas de ellas conservadas en disco oficial o live.
Unicamente para el disco fue la Iphigénie de Tauride de Gluck y la Glauce de la Medea de Cherubini así como Nedda de Pagliacci de Leoncavallo.
En territorio religioso y orquestal tuvo generosa oferta. Interpretó a Charpentier, Bach, Beethoven, Brahms, Haendel, Dvorák, Verdi, Rossini, Pergolesi, Alessandro Scarlatti, Schubert, Mozart, Haydn, Gounod, Bruckner, Mendelssohn, Honegger así como la Cuarta sifonía de Mahler y esa cosa híbrida llamada Carmina burana de Carl Orff.
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