El tema de la ciudad del futuro se utiliza muy a menudo en historias que tratan sobre los cambios motivados por un progreso continuado. A menudo usa un argumento convencional de intriga o una narración de revoluciones contra opresores tecnológicos. Cuando los escritores de CF especulan sobre el futuro de la vida en la Tierra, sus visiones están inevitablemente dominadas por las imágenes de la ciudad. La historia humana es sobre todo la historia de la fundación y crecimiento de ciudades: ése es el significado de la palabra civilización.
Cuando los escritores utópicos empezaron por primera vez a trasladar sus Estados ideales hacia el futuro, imaginaron las ciudades como algo perfecto, una imagen que respondiera a sus propios deseos. Louis-Sebastien Mercier transforma París en Recuerdos del año dos mil quinientos (1771); Edward Bellamy imagina Boston en El año 2000: una visión retrospectiva (1888); y en el caso que nos ocupa ahora, William Morris hace lo propio con Londres, aunque desde un punto de vista bastante diferente como veremos a continuación.
Fueron estos últimos años del siglo XIX tiempo de sueños, de utopías, de ilusiones por unmundo mejor gracias a los avances tecnológicos y sociales. Entre 1888 y 1895 se editaron más libros de este subgénero que en todo el siglo precedente. Sin embargo, lo cierto es que no se diferenciaban demasiado unos de otros en cuanto a sus aproximaciones al futuro. Muchos de ellos seguían los pasos de la obra de Bellamy, ya fuera recreando una utopía semejante u oponiéndose a ella, pero siempre intentando construir una estructura económico–social lo más justa posible. Y aunque el mundo completamente comunal que plantea Bellamy prácticamente desaparece en las obras del resto de sus seguidores/imitadores, el socialismo sí se plantea de forma directa como el sistema más adecuado en la búsqueda de esos nobles fines.
William Morris es el autor al que se le suele atribuir el origen del género de la fantasía heroica. Hombre de muchos talentos (poeta, novelista, artista e impresor) se le recuerda no sólo por sus diseños de muebles, tapices y objetos decorativos, sino como el autor de novelas situadas en mundos imaginarios de inspiración medieval. Sus cuentos influenciaron a muchos otros escritores de fantasía, como Lord Dunsany, C.S. Lewis o J.R.R. Tolkien. Sus historias de grandes aventuras, valerosos héroes, atractivas mujeres y paisajes de gran belleza, continúan gozando de popularidad como demuestran sus regulares reediciones.
Sin embargo es una novela de ciencia ficción, Noticias de ninguna parte (1890), el trabajo más conocido de Morris, un relato utópico de una sociedad comunista del futuro, directamente inspirado por Marx y Ruskin y escrito en respuesta a las utopías socialistas que Morris interpretaba como frías, mecánicas y carentes de alma. Escrito en los últimos años de su vida, Morris destiló aquí muchas de sus ideas sobre política, arte y sociedad, imaginando un mundo anarco–libertario en el que el capitalismo ha sido abolido por una revolución proletaria y donde naturaleza y sociedad se han convertido en entornos confortables para la humanidad.
William Guest se duerme tras volver a casa de una reunión de la Liga Socialista. Despierta para encontrarse en el futuro, en una sociedad basada en la propiedad comunitaria y un control democrático de los medios de producción. En esta sociedad no hay propiedad privada, ciudades, autoridad reconocible, divorcio, tribunales, prisiones o clases sociales… nada de lo que nosotros damos por sentado en la actualidad. El edificio del Parlamento sirve para almacenar estiércol –poco sutil ataque a los políticos–; en cambio, el palacio de Hampton Court ha sido reciclado como museo para objetos de una belleza singular, donde todo el que lo desee pueda disfrutarlos… Es, como dice Morris, una celebración de “la infancia del mundo”
Esta sociedad, basada en la agricultura, funciona simplemente porque la gente encuentra placer en vivir en contacto con la naturaleza y, por lo tanto, disfruta con su trabajo. Y esa es una de las diferencias más importantes con la obra de Bellamy, la cual había comentado Morris en 1889, discrepando con ella en cuanto al papel de la tecnología y las máquinas, central en Una visión retrospectiva. Según Morris, la multiplicación de máquinas sólo podía dar como resultado más y más máquinas. Él creía que en un futuro ideal no se debía reducir el trabajo al mínimo gracias a la maquinización, sino rebajar la molestia del mismo hasta tal punto que dejaría de ser algo indeseable, una condición sólo alcanzable estableciendo una total igualdad entre los hombres.
Este rechazo al avance tecnológico es, desde luego, un punto de vista un tanto inverosímil pero comprensible al fin y al cabo. Al comienzo del libro, el escritor describe un viaje en metro mientras Guest vuelve a su casa, una experiencia a todas luces desagradable y en claro contraste con la luminosa sociedad pastoral a orillas del río Támesis que imagina en el año 2101 (hay quien ha comentado con sorna que el clima inglés debía haber mejorado muchísimo en el futuro sin necesidad de utilizar sistemas de control ambiental).
El hombre se ha pasado miles de años esforzándose por crear una tecnología que le permita desvincularse de los caprichos y crueldades de una Naturaleza no siempre bondadosa; pero luego, cuando se da cuenta de que ha perdido el contacto con ella, añora una vuelta a un mundo natural idealizado y poco realista. Esto sucedía en el siglo XIX, época de grandes cambios tecnológicos en el que la gente quedaba confinada en ciudades cada vez más aisladas del campo. Hoy, en la era de los ordenadores y los viajes espaciales, se sigue respirando ese sentimiento de añoranza por un mundo pasado, menos tecnificado y con una mayor vinculación y comprensión de la Naturaleza.
El libro va recorriendo diversos aspectos de la sociedad, su organización y las relaciones humanas. Como sucedía en la novela de Bellamy, aparece aquí la figura del mentor–guía, el viejo Hammond, que muestra y explica al protagonista el funcionamiento de ese mundo postrevolucionario del futuro; Dick y Clara se convierten en buenos amigos de Guest, a quien ayudaran en su aventura; Ellen es el interés romántico del libro, una mujer trabajadora emancipada gracias al socialismo.
En realidad, las mujeres no están tan liberadas como quiere hacernos ver Morris. Se las respeta como madres y como compañeras, pero la división del trabajo permanece inalterada. Aunque no están confinadas a las labores domésticas, el número de tareas y oficios que pueden realizar es menor que el de los hombres y la función de ama de casa es, al fin y al cabo, la que se considera más adecuada para ellas de acuerdo con un original argumento: “Los hombres ya no tienen ninguna ocasión para tiranizar a las mujeres o éstas a los hombres (…) las mujeres hacen lo que se les da mejor y lo que más les gusta y los hombres no están celosos por ello ni se sienten heridos”. “Es un placer para una mujer inteligente llevar una casa con habilidad y, al tiempo, hacer que a sus compañeros les agrade el aspecto de ella. Ya sabes que a todo el mundo le gusta recibir órdenes de una mujer hermosa”.
Esta actitud machista parece contrastar con el hecho de que en ese Londres del futuro no hay tribunales, divorcio o contratos matrimoniales. Las relaciones entre hombres y mujeres son totalmente libres y flexibles. Hammond explica a Guest: “debes comprender de una vez por todas que hemos cambiado en lo referente a todos esos asuntos o, más bien, nuestro punto de vista sobre ellos es diferente. No nos engañamos ni creemos que podemos liberarnos de todos los problemas que acosan a los sexos, pero no estamos tan locos como para acumular degradación e infelicidad comprometiéndonos en sórdidas riñas sobre nuestro sustento y posición y el poder para tiranizar a los niños producto del amor o de la lujuria”. En Ninguna Parte la gente vive en una especie de comunas de tamaño variable; la familia nuclear ya no es necesaria. La monogamia sigue siendo lo habitual, pero la gente es libre de seguir sus sentimientos cuando éstos aparezcan, puesto que no existe un contrato matrimonial propiamente dicho que les imponga una serie de obligaciones legales, morales o financieras.
El mismo delirio libertario aparece en el campo de la educación, donde no existe un sistema reglado, sino que la gente elige su propia forma de aprender. Los niños “suelen organizar fiestas y juegan durante semanas en los bosques durante el verano, viviendo en tiendas. Les animamos a hacerlo; aprenden las cosas por sí mismos y terminan conociendo a las criaturas salvajes; y se comprueba que cuanto menos permanezcan dentro de las casas, mejor para ellos”. En definitiva, el aprendizaje a través de la naturaleza le parece a Morris la forma idónea de educación para una sociedad agrícola.
Unos años antes, en 1886, Morris había conocido al famoso anarquista ruso Peter Kropotkin y le había invitado a escribir para el diario que editaba, The Commonweal, una tribuna en la que (además de serializar Noticias de ninguna parte) ocasionalmente servía para manifestar sus simpatías comunistas, aunque nunca llegó a calificarse a sí mismo como anarquista. Éstos, sin embargo, siempre gustaron del genio de Morris y lo respetaron como alguien cercano a sus planteamientos ideológicos.
Así, aunque la utopía futurista de Noticias de ninguna parte describe su sistema social como comunista, en realidad se acerca mucho a lo que los anarquistas propugnaban como sociedad ideal. El capítulo XIII, “Sobre la política” nos da una prueba de ello: sólo tiene doce líneas, “porque no tenemos ninguna”, escribe el autor.
Por su parte, los anarquistas siempre tuvieron gran aprecio por el libro de Morris. En una carta publicada en la revista del movimiento, Libertad, en 1891, un escritor anónimo afirmaba: “El camarada Morris no es un anarquista por convicción, pero su carácter es el de un anarquista de nacimiento y en mucho de lo que ha escrito –por ejemplo Noticias de ninguna parte – el más puntilloso de los anarquistas tendría que buscar con microscopio para encontrar puntos de desacuerdo”. El propio Kropotkin afirmó en 1896 sobre este mismo libro que era “quizá la más profunda y completa concepción de una sociedad anarquista del futuro que se haya escrito jamás”.
Ciertamente, Noticias de ninguna parte le debe demasiado a El año 2000: una visión retrospectiva de Bellamy. El tema, el desarrollo de la historia y la ambientación son demasiado parecidos, y ello le impide tener la misma relevancia que su predecesora. Pero no son en absoluto obras gemelas en su trasfondo ideológico: mientras Bellamy veía con simpatía lo urbano, Morris optaba por lo pastoral; mientras el primero alababa la Revolución Industrial y el poder de las máquinas, Morris suspiraba por una vuelta a una vida más orgánica en la que las máquinas sólo se utilizaban para aliviar las peores cargas; mientras Bellamy veía un Estado todopoderoso como salvador y protector del hombre, Morris deseaba un futuro sin gobierno.
Por otra parte, el optimismo de escritores como Bellamy o Morris respecto a lo que nos aguardaba en el futuro no era ni mucho menos universal. En aquellos años las ciudades crecían tan rápidamente a la sombra de la revolución industrial que aparecieron barriadas pobres afectadas por la enfermedad, la pobreza y el crimen y muchos escritores del momento encontraron un futuro horrible al que mirar. De ellos hablaremos en futuras entradas.
Existen varias ediciones de esta novela en español. Las dos más recientes son de Abraxas (2000) y Minotauro (2004).
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.