En 1492, poco más de un centenar de hombres, en dos carabelas y una nao capitana, salían de Palos de la Frontera, rumbo a lo desconocido. ¿Objetivo? Alcanzar las míticas islas de las especias, el lugar donde crecían la pimienta, el jengibre, la canela, la nuez moscada, el anís estrellado, el cardamomo… las especias exóticas, que llenaban las plazas y mercados europeos. Fuente de riqueza, para quienes comerciaban con ellas. Fuente de placer, para quienes las consumían.
No sabían, aquellos hombres, que se iban a encontrar con un muro infranqueable. Un muro que, con los años, reconocerían como un nuevo mundo, le darían un nuevo nombre y lo adaptarían al viejo. Nuevo mundo con mil naciones propias, cada una con su propia cultura y su propia lengua.
Aquella aventura fue un rotundo fracaso para sus protagonistas, al no lograr alcanzar el objetivo propuesto de antemano. Fracaso que intentaron suavizar con falsos oropeles, imaginando que veían lo que querían ver. De ahí que muchos historiadores planteen que la historia natural del Nuevo Mundo, en aquellas primeras noticias, sea una historia de sucedáneos: aquellos aventureros fracasados querían regresar con las bodegas de sus barcos repletas de especias, pero no conseguían encontrarlas. Así que las inventaron.
Habrían de pasar décadas hasta que un europeo, un sevillano de origen italiano ‒ Nicolás Monardes (1508-1588)‒, se decidiese a explotar la naturaleza del Nuevo Mundo. Y sólo lo hizo cuando se vio arruinado, después de décadas traficando con esclavos negros. Fue entonces que se animó a escribir un librito [Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales (1565-1574)], sin grandes pretensiones, más allá de servir como catálogo de nuevas especies medicinales.
¿Pretendía transformarse en factor de un nuevo tipo de comercio? Quizás. Lo cierto es que se hizo famoso en la Europa de su tiempo, fue traducido a todos los idiomas, reimpreso una y otra vez. Su fama ha llegado a nuestros días. Sigue siendo objeto de estudio, quizás, al mismo nivel que aquel otro aventurero, también italiano, que había imaginado enriquecerse con el comercio de especias, pero hubo de inventarse un nuevo destino. Nada más. Y nada menos.
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