Los chicos supervivientes del siglo pasado hemos heredado algunas fórmulas que, no obstante ser inventos de los científicos, cobraron cierta popularidad folclórica. Tal es el caso de la muchedumbre solitaria. Aparentemente, se trata de un oxímoron, un atributo incompatible con el sujeto al cual se atribuye.
En efecto ¿hay algo menos solitario que una multitud? Basta que cada quien mire a su alrededor para que se vea acompañado, tal vez hasta sentido. «Siento que estás ahí y me acompañas.» Pues no. La fórmula se le ocurrió a un sociólogo de la sociedad de masas. Los hombres y las mujeres habíamos alterado nuestra relación con los demás al no ser ya individuos de clase sino individuos de masas. Cuando nos identificábamos como partes de una clase, buscábamos a nuestros iguales y los distinguíamos, admitiendo que se nos parecían y se diferenciaban de los demás. Ahora, al perder esa conciencia de clase, éramos nadie entre ningunos, todos idénticos por anónimos. Idénticos pero no iguales. Cada quien es radicalmente distinto y ensimismado. Puede estar rodeado de prójimos y sentirse solo. La cercanía ya no es un vínculo.
Nuestra centuria no parece alterar esta situación. Dentro de poco, entre nuestros prójimos habrá robots androides y será aún menos posible la reconociente fraternidad de nuestros abuelos. Pero hay más. Progresamos, cada vez vivimos más años y hay más y más viejos. Se ruega no decir ancianos ni personas mayores. Al menos quien suscribe exige ser invocado como un viejo. Viejos son los clásicos y aspiro a sumarme con toda modestia a la nómina.
El viejo es planta de soledad. El tiempo – léase: la muerte – se lleva a los contemporáneos, los hijos y los nietos viven en sus espacios, en el metro nos ceden un asiento como quien deposita un bulto. El viejo se jubila, ya no tiene compañeros de trabajo, ni siquiera competidores o intrigantes que merezcan una pelotera. No: al revés, todo el mundo lo trata con benevolencia, facilitando un amable final. Son – somos – una ilustre antigüedad y no menos ni más que eso: una antigualla.
Pues bien. Hace un tiempo que en ciertos medios europeos se contempla un posible Ministerio de la Soledad, así como hay direcciones generales dedicadas a la mujer, la ancianidad, los niños expósitos y los que padecen autismo. La soledad, como la indiferencia de clase, el prójimo robot androide y el veraneo en los lagos de Marte forma parte de nuestro posible futuro. Mientras tanto, los chicos del XX intentamos educarnos para la mejor soledad posible, la de imaginarnos anónimos cofrades de todos los solitarios.
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