Michael Nyman, célebre autor de bandas sonoras y partituras de vanguardia, fue el encargado de inaugurar la sexta edición del Festival Documenta Madrid. Antes de acudir a esa cita, en mayo de 2009, nos recibió para hablar de su obra.
Elocuente, siempre observador, aquel día Nyman me habló de la crítica musical con el fastidio con que lo haría uno de sus mayores damnificados. ¿El motivo? A pesar de los elogios y la fama que siempre le han traído sus partituras para El contrato del dibujante (1982), El piano (1993) o Gattaca (1997), las revistas de música clásica nunca han terminado de apreciar como es debido su repertorio, en el que destacan piezas como Taking a Line for a Second Walk (1986) y MGV: Musique à grande vitesse (1993), las óperas The Man Who Mistook His Wife for a Hat (1986) y Facing Goya (2000), obras corales como A Handshake in the Dark (2007) o ciclos de canciones como Body Parts Songs (2010).
Para empezar, voy a preguntarle por un prejuicio. Me refiero al que, durante muchos años ha mantenido la crítica musical, refiriéndose a los compositores de bandas sonoras como artesanos de segundo orden. ¿Cree que ese tópico ha empezado a cambiar?
No, no lo creo… Pero es una cuestión interesante, y tiene que ver con lo que ocurre en España. El único momento en que mi música parece ser popular en este país es cuando la interpreto yo mismo. He escrito cuartetos de cuerda, conciertos, óperas… pero las orquestas nunca interpretan una sola nota de ese repertorio. Es más: la audiencia que acude a los conciertos que doy en solitario o con la Michael Nyman Band… Bueno, esa audiencia no es la que habitualmente acude a los teatros de ópera o a escuchar a orquestas sinfónicas. Llevo viniendo a España trece años, y nunca he llegado a comprender esta situación.
¿Y a qué lo atribuye?
Se ha establecido una especie de ghetto, un muro de separación que me tiene muy confundido. Casi resulta insultante para la audiencia que va a escuchar a la Michael Nyman Band. Y no se refiere necesariamente al hecho de que yo sea autor de música de cine. De hecho, en este terreno, las bandas sonoras funcionan como una cortina de humo… Verás, los críticos no necesitan escuchar mis cuartetos de cuerda, ni mis conciertos, porque supuestamente se hallan contaminados por la música de cine. En fin…Prokofiev escribió música para el cine….
También Shostakovich…
Claro. Pero la realidad es que ya no compongo más música para el cine. Y la razón es que los directores han dejado de pedírmelo.
En un artículo de 1968, publicado en The Spectator, usted ideó el concepto de minimalismo musical. ¿No cree que, con el paso del tiempo, ese término se ha convertido en un comodín? ¿En qué medida lo han malinterpretado los medios de comunicación?
Depende… «Minimalismo» es una palabra muy fácil de manipular. Y esto viene a ser un modo muy fácil de desestimar este tipo de música. Antes de que los críticos dieran importancia a esta idea de minimalismo –con todo lo que ello significa y representa–, la palabra era empleada para designar una experiencia inmensa… y también para señalar algo que no interesaba.
Es cierto.
En realidad, yo no desarrollé musicalmente el concepto de minimalismo. Cuando era crítico musical, inventé el término minimal music. Pero ésta era una música que ya existía… Era la que componían Steve Reich, Philip Glass, LaMonte Young y otros. Así pues, yo no inventé nada… ¿Sabes lo que es muy interesante?
Dígame.
Lo interesante es que aquellos compositores, en los sesenta, en Nueva York, interpretaban sus obras en conciertos minoritarios, casi privados. Ahora, cuarenta años después, la música de Steve Reich se oye por todo el mundo. Philip Glass también es conocido en todas partes. Y esto se ha logrado por la fuerza intrínseca de esa música, y también gracias a la audiencia que ha sabido apreciarla.
Es un fenómeno que no ha tenido nada que ver con los críticos. De hecho, los críticos han tratado de frenar su desarrollo, empleando la palabra «minimalismo» en el peor sentido.
Sin embargo, es una música enormemente popular…
Lo que me parece maravilloso de este fenómeno, es que, por vez primera en nuestro siglo, ha habido una música compuesta por compositores inteligentes –genuinos compositores– que han creado su obra para unos espectadores no necesariamente interesados en la música contemporánea.
En cierto sentido, es un fenómeno que tiene que ver con la experiencia que plantean artistas visuales y cineastas, como por ejemplo Peter Greenaway… El minimalismo es una música que, por sus cualidades esenciales, resulta atractiva para personas de muy diversos gustos y sensibilidades… Uno puede amar la música de cine y escuchar minimalismo. Todo ello gracias a la calidad de estos compositores.
Hay un ámbito donde se respeta mucho esta corriente. Me refiero a los aficionados al arte contemporáneo. Supongo que es algo lógico.
El público lee novelas contemporáneas, ve películas actuales, va a exposiciones de obras de pintores y escultores que están vivos… Lee poesía de autores vivos… Pero, al margen del pop, la música que escucha no es de autores recientes. A excepción, claro, de esto que llamamos minimalismo.
Y eso tiene que ver con la conexión que establece esta corriente con otros medios de expresión contemporáneos. Se trata de música que también apela a cuestiones importantes. Steve Reich desarrolla composiciones relacionadas con la genética. En sus obras, John Adams se detiene en la historia contemporánea, e incluso ha escrito una pieza sobre la Guerra del Golfo… La verdad es que me siento afortunado de formar parte de ese grupo. Es un verdadero privilegio.
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