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«México insurgente», de John Reed

Por razones generacionales que muchos entenderán, esta excelente edición de México insurgente me lleva a un lugar de la memoria donde este libro cohabita con tres películas. Las tres llevaron a la figura romántica del periodista John Reed hasta nuevos horizontes.

No me extenderé sobre ello. Esos tres filmes son Rojos (1981), la épica superproducción de Warren BeattyReed, México insurgente (1973), de Paul Leduc, y sobre todo, Campanas rojas (1982-1983), de Sergei Bondarchuk, cuyas dos partes protagonizó Franco Nero en el papel de Reed.

Tanto en el film de Leduc como en el de Bondarchuk, el protagonista asiste a los acontecimientos de la Revolución mexicana y comprendemos de qué modo esa experiencia fue empujándolo hacia el activismo político.

Quedarnos con esa estampa idealizada de Reed supondría, en todo caso, simplificar su memoria. Sabemos que el personaje tuvo muchas capas. En su desempeño periodístico, Reed mostró ansia viajera, un vigor literario formidable y también un compromiso personal con los acontecimientos que narra ‒así se advierte en México insurgente‒. Y qué decir del plano político: sabemos que se sintió inspirado por la lectura de H.G. Wells y por las reuniones juveniles del Club Socialista, de tal suerte que en 1910 salió de Harvard con una convicción izquierdista que fue incrementándose con los años.

Más capas: participó en luchas sindicales, vivió aventuras dignas de Jack London, formó parte de la bohemia de Greenwich Village y más tarde descubrió su idea de cómo debía ser el mundo. Concretamente en el otoño de 1913, cuando la Metropolitan Magazine, donde era ayudante del director, pagó su billete de ida a México, donde se convirtió en corresponsal de dicho medio y del New York World, que cubrió los gastos de aquella peripecia.

En ese país se contagió de fervor revolucionario y convirtió a Pancho Villa en un ídolo personal. La simpatía por Villa y por Zapata impregna las páginas de México insurgente, el reportaje que Reed publicó en 1914 y que sigue recomendándose en las facultades de periodismo por su interés histórico, por su brío narrativo y por el indiscutible carisma de su autor.

Advertimos esta personalidad en párrafos tan cargados de adrenalina como éste, en el que Reed narra su huida de un tiroteo: «Corrí. No sabía qué hora era. Todo parecía irreal (…) Simplemente me parecía que cumplir con mi trabajo pasaba por escapar de allí. No cesaba de repetirme: Bueno, qué experiencia. Voy a tener tema para escribir«.

Son las mismas cualidades que caracterizan al otro libro que le inmortalizó, Diez días que estremecieron al mundo (1919), dedicado a la Revolución soviética. En realidad, el entusiasmo inicial del periodista por el régimen comunista ha sufrido el embate de la historia ‒personajes tan feroces como Stalin se han encargado de demostrarlo‒, y precisamente por eso, resulta tan conmovedor el final de John Reed.

Feliz tras haber conocido a León Trotski y a Lenin, patrulló con la Guardia Roja y dio un discurso ante los Soviets, en el que prometió llevar a América la promesa revolucionaria. Y así lo hizo, aunque sin éxito.

En Estados Unidos recibió acusaciones de espionaje y sufrió el rechazo incluso de los socialistas moderados. Esa maldición se repitió durante sus días finales. En Rusia reavivó inicialmente sus ansias revolucionarias, pero se encontró con un desenlace triste y conmovedor. A varias decepciones muy amargas que vivió por culpa del aparato comunista se añadió una fiebre tifoidea que le impidió regresar a su país. Y esa fue la causa de su muerte en 1920, en Moscú, donde fue enterrado en el Kremlin con honores de héroe revolucionario.

Ese funeral tiene algo de paradójico: de haber sobrevivido, y a juzgar por sus últimas experiencias, es posible que Reed no fuera hoy tratado como el mártir en que fue convertido. Así lo creía su amigo Benjamin «Ben» Gitlow, el cofundador del Partido Comunista Americano. Gitlow dio un giro radical en contra de la tiranía soviética, ratificado, entre otras cosas, por la desilusión que él mismo advirtió en Reed. Una desilusión que si hubiera vencido al tifus ‒quién sabe‒ acaso le hubiera conducido hacia posturas similares a las del Partido Demócrata que luego abanderó Roosevelt.

Sinopsis

México insurgente, la obra con que John Reed consiguió el reconocimiento general como reportero de guerra, vio la luz en 1914. El libro recoge una amplia serie de crónicas acerca de la revolución mexicana, en las que se da cuenta del enfrentamiento entre los campesinos rebeldes, al mando de personajes tan populares como Francisco Villa y Emiliano Zapata, y el ejército regular mexicano, asistido por las fuerzas expedicionarias norteamericanas. Escritas con fuerza narrativa y fidelidad a los hechos, estas crónicas destacan por la agudeza de las conclusiones a favor de la insurgencia popular y en contra del intervencionismo norteamericano, lo que las ha convertido en obras de referencia en el campo del periodismo literario.

John Reed (Portland, 1887-Moscú, 1920) fue un destacado periodista y dirigente obrero estadounidense. Se graduó de la Universidad de Harvard en 1910, e inició su carrera de periodismo para una publicación socialista. Célebre por sus reportajes sobre las revoluciones mexicana y rusa, participó en la fundación del Partido Comunista de los Estados Unidos de América. Es autor de México insurgente (1914) y Diez días que estremecieron al mundo (1918). Acusado de espionaje, tuvo que huir a la URSS en 1919. Un año después falleció de tifus en Moscú y fue enterrado en la Plaza Roja, junto al Kremlin, como héroe de la Revolución. John Dos Passos llegó a considerarle «el mejor escritor americano de su época».

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.