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Mazurkas de vida y de muerte

La mazurka, una danza polaca originaria de la región de Mazovia, a la que pertenece Varsovia, aparece como uno de los ejes centrales de la obra de Chopin. De hecho, tras las obras orquestales de su juventud, todas sus obras grandesscherzi, baladas, Fantasía, Barcarola, Polonesa-Fantasía, formas de sonata– presentan un compás ternario que admite, con sigilo, los aires danzables, ya en forma de mazurka o vals, como el propio compositor reconocía desde al confidente Woyciechowski: “Orlowski ha arreglado mazurkas y valses desde los temas principales de mi concierto [Op. 21]” (27 de marzo de 1830, desde Varsovia).

Desde Szafarnia, pequeña localidad en el interior de Polonia, a unos doscientos kilómetros de Varsovia, donde pasó algunos de los veranos de su infancia, el señor Pichon –nótese la ingeniosa inversión de las sílabas– reconocía la primacía de la expresividad sobre el virtuosismo, es decir, la diferencia entre el vacío stile brillante del pianismo decimonónico frente al hondo sentimiento de la melodía popular, cantada en los diversos registros del teclado, sotto voce ed espressivo.

Así, la que sería publicada en París como Mazurka Op. 17 n º 4 (1834) fue tocada mucho antes por un joven de catorce años que relataba la escena a su familia el 19 de agosto de 1824:

«Correo de Szafarnia

Noticias del interior

15 de agosto de este año: el señor Pichon ha interpretado un concierto de Kalkbrenner delante de numerosos personajes [personnages] y medio-personajes [demipersonnages]. Esta obra no ha tenido tanto éxito, sobre todo, entre algunas pequeñas figuras, oyentes de menor importancia, como [la mazurka d]el Pequeño judío, que el mismo señor Pichon interpretó a continuación».

Imagen superior: Kalkbrenner, Concierto n º 1 Op. 61 (1823)

Imagen superior: Chopin, Mazurka Op. 17 n º 4 (1824)

Del mismo modo, a su llegada a París, en el otoño de 1831, Chopin difundiría esta música popular polaca que llegar a ser muy apreciada en el ambiente cosmopolita de la época, como bien supo resumir a Woyciechowski ese mismo año, en una carta del 25 de diciembre:

«Sabes cuánto he intentado expresar el sentimiento de nuestra música nacional y cómo, en parte, lo he logrado. Así que ten en cuenta el placer que siento al haber recogido aquí y allá, en lo mío, una frase donde toda la belleza reside, a menudo, en el acompañamiento, que se toca a la manera de un organista de pueblo o de un músico de fonda o taberna».

Sin embargo, la mazurka también sería la expresión del dolor en momentos de gran debilidad, dada la mala salud del compositor, aquejado de tuberculosis casi desde su infancia. Fue, particularmente, desde las afueras de Mallorca, el 28 de noviembre de 1838, donde compuso una de las mazurkas más desesperadas de su catálogo, probablemente, sintiéndose morir, tras la súbita llegada de las lluvias torrenciales a la isla:

«Mi Julien,

He estado enfermo como un perro durante las últimas dos semanas. Cogí frío a pesar de los dieciocho grados de calor, de las rosas, de las naranjas, palmeras e higueras. Tres médicos, los más famosos de la isla, me examinaron. Uno olía cómo yo expectoraba, otro me golpeaba para saber por dónde expectoraba, el tercero me palpaba mientras escuchaba cómo expectoraba. El primero dijo que iba a morir, el segundo que me estaba muriendo, el último, que ya estaba muerto (…) No cuentes que he estado enfermo, porque la gente hablaría (a Julien Fontana, 3 de diciembre de 1838).

Imagen superior: Chopin, Mazurka en mi menor Op. 41 n º 2 (28 de noviembre de 1838)

Del mismo modo, según los estudiosos, la última obra de Chopin podría haber sido una mazurka. Mientras Nowik y Kallberg señalan la Mazurka en Fa menor [Op. 68 n º 4], Eigeldinger se decanta por la Mazurka en Sol menor [Op. 67 n º 2]

Esta última contiene, de nuevo, un fragmento de canto monódico sotto voce, en recuerdo de la patria lejana…

Imagen superior: Chopin, Mazurka Op. 67 n º 2

…mientras que la otra presenta una melodía descendente con la que el compositor parece despedirse de la vida:

Imagen superior: Chopin, Mazurka Op. 68 n º 4

Precisamente, fue Julien Fontana quien publicó en París las obras póstumas de Chopin en 1855, entre las que se encontraban la Mazurka Op. 67 n º 2 y la Mazurka Op. 68 n º 4.

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Marta Vela

Marta Vela es pianista, escritora y docente en la Universidad Internacional de La Rioja. Junto a una actividad muy intensa en diversos ámbitos artísticos –interpretación, dirección musical, gestión cultural, elaboración de contenidos audiovisuales–, sus líneas de investigación versan sobre música y literatura, interpretación y análisis, música vocal post-tridentina y música instrumental de los siglos XVIII, XIX y XX. Sus artículos han sido publicados en diversas revistas especializadas de España, Argentina, Chile, Venezuela, Colombia, México, Costa Rica y Reino Unido, entre las que destaca la "Revista de Occidente". Sus actividades artísticas han aparecido en medios de alcance nacional, Es.Radio, Cadena Cope, TVE 1, Radio Nacional de España, "El País", "El Mundo", "La Razón". En Radio Clásica ha presentado y dirigido espacios como "Temas de música" y "Música con estilo". Dos de sus libros, "Correspondencias entre música y palabra" (Academia del Hispanismo, 2019) y "Las nueve sinfonías de Beethoven" (Fórcola, 2020) le han valido sendas candidaturas, en 2020 y 2021, al Premio Princesa de Girona, en la modalidad de Artes y Letras. Asimismo, es autora de "La jota, aragonesa y cosmopolita" (Pregunta Ediciones, 2022).