Argentina es un destino histórico para quienes hemos nacido y nos hemos criado en ella. Vidas como las de Mario Muchnik son, en este sentido, expresivas hasta lo prototípico. Su familia era inmigratoria de judíos polacos. Su padre fue editor con su nombre y el de Fabril Editorial, es decir que adoptó una profesión vinculada a la lengua española. Mario lo sucedió en esta empresa, también con su nombre propio o actuando en asociación con Alianza o en puestos directivos de Seix Barral y Ariel. Desde 1978, en plena dictadura, vivió en España donde ahora lo halló la muerte. De país inmigratorio, Argentina se había convertido en tierra hostil.
De algún modo, su condición de judío, tal como él la entendía, lo ayudó a situarse con cierta facilidad en sus diversas épocas. Estudió ciencia física y se dedicó a la fotografía mientras publicaba libros, gestionaba traducciones, trataba incansablemente con la fauna de la letra y el papel. Su judaísmo era adversario del sionismo. No quería que hubiese un Estado judío ni que se restaurase la lengua hebrea. Quería que el judío se asimilara al lugar de la diáspora, sin perder su cultura doméstica, fuera sefardita o asquenazí. Era un judío como Freud y Mahler en Austria, Primo Levi en Italia o Samuel Eichelbaum en Argentina.
Mario aprendió imprenta y corrección de pruebas y manuscritos desde niño, en un mundo libresco con algo de artesanal: un mundo de tipos de plomo que se fundían en la misma imprenta, de tipógrafos, galeradas y ferros. Así nos presentó a Levi y a Canetti, como su padre, a Brecht, a Dürrenmatt y a Pessoa. En sus memorias hay incontables escenas de corta distancia con una numerosa población de escritores, retratados fuera de los escenarios y las celebraciones, en lo privado y lo minúsculo.
En todo momento vital –y quienes lo conocimos lo atestiguamos– Mario conservó la misma capacidad de asombro por la letra, impresa o inédita, de un muchacho que descubre libros y lecturas. Diría que perduró siempre en él un fresco regusto de iniciación, sumado luego a la experiencia de muchos años insistentes y astutos. Editar, para él, fue ante todo una actitud de lector. Dicho con otras palabras más laborales: un ejercicio solitario y artesanal que no secuestraron ni la industria, ni la tecnología digital, ni las redes sociales. Así en cualquier lugar donde habitó: en Buenos Aires, en los Estados Unidos, en París, en Nápoles, en Barcelona y, finalmente, en Madrid. Todo lugar fue suyo para este ciudadano del mundo, este judío argentino y universal.
Imagen superior: Wikimedia Commons.
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.