Aproximar el nombre de Haviland Tuf al de su creador, George R.R. Martin, es, a primera vista, una posibilidad muy tentadora. Si uno lee varias de las muchas reseñas que llevan publicándose de Los viajes de Tuf desde que el libro salió de imprenta, en febrero de 1986, uno de los puntos en común es el paralelismo entre Tuf, corpulento, excéntrico y amante de los gatos, y el propio Martin, que comparte esas tres cualidades con su personaje.
Como luego veremos, se trata de un error. Pero antes, comencemos por otro detalle más importante: ¿qué le llevó a idear a este viajero estelar tan insólito? ¿De dónde surgió ese ingeniero ecológico que recorre la galaxia en compañía de sus felinos? Según comentaba el propio Martin en un texto autobiográfico, la primera razón fue la necesidad de vencer su temor a escribir series o sagas ‒¡quién lo diría!‒ en una época (mediados de los setenta) en la que estaba muy lejos de ser un narrador exitoso.
La características de Tuf surgieron sobre la marcha. En unos años en los que el ecologismo había conquistado a la opinión pública, Martin decidió que su héroe encarnase esta corriente. Leía mucho a Jack Vance, así que concluyó que esa influencia estilística era la más oportuna en este caso. Y para darle nombre a Haviland, tomó el apellido de un ajedrecista con el que coincidió en un torneo.
El primer cuento que le dedicó, «Una bestia para Norm», fue a parar a una antología que editó Peter Watson en 1976, Andrómeda (Si no me equivoco, hay una vieja traducción española, publicada en 1978 por ATE). Luego llegó «Llamadle Moisés» (Analog, 1978). Para leer el tercer relato protagonizado por Tuf, hubo que esperar a 1981, fecha en la que Analog incluyó «Guardianes» en sus páginas. Después llegaría el resto, hasta completar una serie de siete, con la posibilidad abierta de una secuela.
Lo más lógico sería pensar que Martin acabaría recopilándolos en forma de compendio, pero en realidad, Los viajes de Tuf viene a ser un arreglo novelado ‒un fix-up, como dicen los entendidos‒ de varias de aquellas narraciones.
A estas alturas, mencionar a Haviland Tuf es evocar una de las figuras más carismáticas de toda la obra de Martin, no sólo por la calidad literaria y el encanto de este libro, sino por la laboriosa caracterización del héroe: un tipo con sobrepeso, flemático, calvo, pálido, vegetariano y solitario. Como su propio creador confesó, Tuf tiene algo de Sherlock Holmes y también guarda una lejana semejanza con Nicholas van Rijn, aquel raro personaje inventado por Poul Anderson a mediados de los cincuenta. Asimismo, podría ser pariente del Hércules Poirot de las novelas de Agatha Christie. Pero no se engañen: a quien de verdad se parece, en aspecto y en psicología, es a Alfred Hitchcock. A poco que uno estudie esa referencia, está claro que Tuf se apropia de muchos rasgos del cineasta británico. Por lo demás, Martin lo deja claro: «De todos los héroes que he creado, Tuf es el que menos se me parece (si bien es cierto que tuve un gato llamado Dax, pero no era telépata)».
¿Qué puede esperar el recién llegado al universo de Tuf? Sin duda, aventura, humor y un escenario propio de la space opera, con historias muy singulares, donde los giros son imprevisibles. En definitiva, una lectura feliz y luminosa.
Sinopsis
Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran corpulencia, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Además, es honesto.
Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería de la Vieja Tierra. El Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y sus gatos. A lo largo de los siete relatos que conforman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.
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