Días de spaghetti y wéstern. No es broma, para comer, spaghetti con calamares en salsa americana, para ver, atracón con El precio de un hombre (1966) de Eugenio Martín, mucho mejor incluso de lo que la recordaba; Los compañeros (1970), obra maestra del spaghetti rojo de Sergio Corbucci, con la inolvidable canción de Morricone: «¡Vamos a matar, compañeros!», y de refilón Río Lobo (1970), injustamente siempre infravalorada joya tardía de Hawks y Leigh Brackett, que concluye la trilogía «pocos contra muchos» (¡por Crom!), compuesta por Río Bravo, Eldorado y esta misma.
Y para leer la divertidísima, entretenida y delirante Los hijos de la furia y de la noche (Quatermass) de Carlos Aguilar. Segunda novela wéstern del escritor, crítico e historiador de cine, tras Un hombre, cinco balas, con prólogo de otro amante del género: Enrique Urbizu.
Un nuevo sentido, violento y barroco homenaje del autor a sus iconos (y los nuestros) del spaghetti y el wéstern revisionista de los 60 y 70 (con Río Conchos como referencia principal e incontebles guiños a otras tantas), protagonizado por James Coburn (casi literalmente), con un reparto ejemplar de estrellas del género y hasta un cameo de la mujer pantera -o gato, qué más da-, habitual en las obras de su autor.
Ilustrado con imágenes de sus míticos personajes y paisajes, se lee del tirón y te abre aún más el apetito para volver a revisar tantos y tan maravillosos eurowesterns y postwesterns. Hasta los malos nos gustan, qué demonios.
Sinopsis
Recién concluida la Guerra de Secesión, un otoñal coronel americano, mutilado y desfasado, reúne un peculiar trío de profesionales para que lleven a cabo una sangrienta misión tras la frontera mexicana: un lacónico excombatiente del Sur, convertido en cazador de recompensas, un mexicano joven y atractivo, experto en armas blancas, y un proscrito siniestro y ludópata. Deberán respetarse y cooperar, a lo largo de una aventura extraña y violenta, que irá revelando sorpresas diversas.
Los hijos de la furia y de la noche constituye la sexta novela de Carlos Aguilar y la segunda perteneciente al wéstern, tras Un hombre, cinco balas. Al igual que ésta, recrea el género tal como se concebía en el cine durante los años 60, incluyendo rasgos oníricos y eróticos, sobrenaturales y musicales, que conectan con las inquietudes reveladas por el autor en el campo del ensayo.
Ratifica asimismo, en la dramaturgia, el aprecio por la singular geografía de Almería, fundamental dentro de la personalidad del wéstern fílmico en aquel período, así como, en el diseño, la determinación de enriquecer el texto mediante imágenes de los intérpretes y espacios que han inspirado personajes y ambientes.
De este modo, Los hijos de la furia y de la noche prolonga y confirma de Un hombre, cinco balas su cualidad de aportación insólita, a escala mundial, en la literatura del Oeste, fruto de la querencia por el género de su autor, uno de los historiadores cinematográficos españoles más prestigiosos y leídos.
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