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«Centauros del desierto», de Alan Le May

Si confeccionase una hipotética lista de grandes libros que se han convertido en grandes películas, la encabezaría la novela de Mario PuzoEl padrino, una obra que dio lugar no a una, sino a dos obras maestras del séptimo arte: las dos entregas de El padrino que dirigió Francis Ford Coppola.

No es este el lugar para hilvanar la lista en cuestión, pero les diré otro título que ocuparía un lugar destacado, Centauros del desierto (The searchers, 1954), de Alan Le May. Se trata de la novela adaptada por John Ford en su obra maestra de 1956, y que recuperó la editorial Valdemar, en el cuarto volumen de la colección Frontera.

Sobre la cinta de Ford se han vertido océanos de tinta y se la considera ‒aunque el reconocimiento no fue inmediato‒ el mejor western o uno de los mejores de la historia, así como una de las mejores películas jamás filmadas, sin distinción de géneros.

Por el contrario, y pese a que ya fue publicada en el pasado, la novela original es desconocida en nuestro país, algo que en cierta medida ocurre con su autor.

La carrera de Alan Le May (1899-1964) como guionista y novelista está vinculada al western casi por completo. Su producción suma docena y media de obras entre antologías de relatos y novelas. Con todo, su nombre ha quedado eclipsado como el autor de la novela sobre la que Ford edificó uno de sus films capitales.

Veterano de la Primera Guerra Mundial, Le May se dedicó al periodismo hasta que pasó a convertirse en escritor a tiempo completo, llegando a dirigir una película: Fuerte Solitario (High Lonesome, 1950), a partir de un guión propio.

Su primera novela fue un western ambientado en las guerras indias, Painted Ponies (1927), pero  siempre será recordado por la obra que nos ocupa, y por The Unforgiven (1957), que sirvió de base a la cinta Los que no perdonan (John Huston, 1960).

De entre sus trabajos como guionista, conviene destacar Policía Montada del Canadá (North West Mounted PoliceCecil B. DeMille, 1940), cinta en la que Gary Cooper interpreta a un ranger de Texas que va a Canadá para recoger a un prisionero extraditado a Estados Unidos, en plena rebelión de Louis Riel.

Esta, por cierto, era una de esas películas que marcan la infancia de cualquier aficionado.

Una búsqueda obsesiva

El argumento de Centauros del desierto gira en torno a la búsqueda obsesiva en pos de dos hermanas: una adolescente y una niña. La emprenden su tío y su hermano adoptivo, después de que ambas sean secuestradas por una partida de guerra comanche, tras una incursión en el rancho tejano de los Edwards.

No me detendré demasiado en el argumento, puesto que la película de Ford es archiconocida y el guión, firmado por Frank S. Nugent, sumamente fiel en forma y esencia a la novela. Salvo algún pasaje suprimido, algunos personajes amalgamados y alguna diferencia en el final, todo aderezado con algunas gotas del sentido del humor de Ford y su magnífica capacidad visual, nada hay que traicione al original literario.

Al escribir sobre Centauros del desierto, es común encontrar referencias a Moby Dick y al capitán Ahab, a la búsqueda del Santo Grial y a La Odisea de Homero.

No digo que tales comparaciones estén fuera de lugar, pero parecen avergonzadas componendas de alguien que tiene que hacerse perdonar la defensa de un «humilde» western. Una novela del género, en este caso.

La calidad de la obra de Le May se sostiene por sí misma, sin necesidad de recurrir a referencias literarias o metafísicas, gracias a una buena trama, ágil y adictiva, y a unos personajes bien construidos, en especial el dúo protagonista: Amos Edwards (Ethan en el film de Ford, interpretado por John Wayne) y Martin Pauley (el actor Jeffrey Hunter), cuya interactuación está muy conseguida.

Dos cuestiones más, a las que me gustaría prestar especial atención: la primera, el amplio espectro de sensaciones físicas que Le May transmite perfectamente al lector.

Estas van desde los efectos de la  climatología, ya sean el calor o el frío extremos, sobre humanos y bestias; los sonidos o la ausencia de ellos, factores que pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte; o una amplia panoplia de olores, que van desde diversas variedades de humos, cuero de arreos, pieles varias, etc.

Todo esto, junto a las referencias a padecimientos también físicos, como los estragos del hambre y las forzosas dietas frugales a las que humanos y animales son sometidos en diversos pasajes, el cansancio físico, o las monturas espoleadas hasta que mueren por extenuación, excita la empatía del lector y hace que Le May le atrape en las redes de la narración.

Otro detalle notable es la dimensión temporal e histórica de la obra. La búsqueda de los protagonistas transcurre durante casi seis años, entre principios y mediados de la década de 1870. En la novela, el ritmo del paso del tiempo queda muy bien plasmado. Es algo que John Ford no logró del todo, y lo mismo sucede con su acercamiento histórico.

La novela abarca un periodo muy concreto: los últimos años de las guerras entre tejanos y comanches, que tuvieron su fin oficial en 1875. Le May salpica constantemente la narración de menciones a personas, lugares y hechos ligados a esa etapa, logrando que el lector se sitúe en el contexto de la historia.

Así, el autor se refiere a los comancheros, la fallida política de apaciguamiento dirigida por los cuáqueros, la segunda batalla de Adobe Walls o Fort Sill. Todo ello atestigua un buen trabajo de documentación.

En cambio, Ford inicia la acción en 1868. La referencia en el diálogo a que la Guerra de Secesión (1861-1865) terminó tres años atrás es elocuente. Y al conocedor de las armas del Oeste no se le escapan ciertos anacronismos: los personajes empuñan revólveres Colt 1873 SAA o Winchester modelo 1892, aunque el uso de ese modelo de Winchester era debido a cuestiones de atrezo.

Esto, junto al hecho de que Ford filmase en su amado y estereotípico Monument Valley de Arizona, haciéndolo pasar por Texas, contribuye a que la dimensión histórica de la novela quede diluida en el guión.

Sin duda alguna, la de Alan Le May es una obra excepcional, que rivaliza con su adaptación cinematográfica en cuanto a calidad.

Copyright del artículo © José Luis González Martín. Reservados todos los derechos.

José Luis González Martín

Experto en literatura, articulista y conferenciante. Estudioso del cine popular y la narrativa de género fantástico, ha colaborado con el Museo Romántico y con el Instituto Cervantes. Es autor de ensayos sobre el vampirismo y su reflejo en la novela del XIX.