A pesar de su confeso y a veces ingenuo empirismo («cuanto más tosca es una filosofía más cerca está de ser verdadera», escribe), Bertrand Russell no dejó nunca de especular y de tocarse con zonas —la emoción, el espíritu, el sentido— que escapan a cualquier consideración meramente empírica.
También puede concluirse que su razonamiento parte de la crítica de la obviedad, siendo ésta el fundamento de toda filosofía, la proposición indemostrable, improbable, insumisa a todo experimento y, por tanto, ajena al control empírico.
Temas variados se tocan en sus ensayos filosóficos. Hablando de ética, Russell nos exige considerarla una ciencia, cuyo objeto es la verdad de la conducta justa. Si, en principio, el fenómeno ético es una emoción (la que aprueba un acto), el acto justo es el probablemente más afortunado, el más prudente y, en consecuencia, algo objetivo.
La moral es subjetiva, afectiva, pero la justicia (rightness, rectitud, ajuste a la norma) es objetiva y debe cumplirse en bien de la generalidad, aunque exija sacrificar intereses o preferencias personales. El mismo afán científico mueve a Russell a pensar en la historia como una ciencia que habrá de constituirse, a partir de que el pasado, lo muerto, es lo único real. Estas propuestas, de cuño positivista, entran en conflicto con la historiografía contemporánea, pero, tal vez, permitan reformular a Russell: la ciencia es el fantasma de la historia, como el pasado es el fantasma de la realidad.
En sus Ensayos filosóficos (traducción de Juan Ramón Capella, Altaya, Barcelona, 1993) recoge dos polémicas: las objeciones a Henri Poincaré, en La ciencia y la hipótesis, y las reservas ante el pragmatismo de William James, sobre todo a su teoría de la verdad.
A la vuelta de la disputa, James dice lo mismo que Russell, pero al revés: la verdad es una forma de la bondad, algo que demuestra su veracidad en la eficacia. La buena secuela prueba la bondad del acto. Bien, pero ¿con qué criterio sabemos que el fin perseguido es bueno, si no tenemos un concepto previo de bondad? Bien dice Russell que el pragmatismo enmascara una filosofía guerrera de la vida: dos verdades en conflicto libran batalla y tiene razón quien vence, porque, de algún modo, tenía razón antes de vencer.
El maestro inglés no cede ante tan romo realismo ni cree que la pugna sea el lugar de la discusión filosófica. Está por la paz y hasta por el pacifismo (que, a veces, fue el medio excelente de provocar o alentar guerras).
Russell tiene las ventajas e inconvenientes de la sencillez. A veces, se le agradece su limpieza expositiva. Otras, se echa de menos un poco de perplejidad, como la que asalta a un matemático ante el cero o el infinito, ante el conjunto imposible de los conjuntos o la división infinitesimal de las magnitudes.
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, y aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.