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Long Litt Woon: «La micología es un campo enorme y todavía estoy aprendiendo»

Cuando su esposo falleció, la antropóloga Long Litt Woon vivió una etapa de duelo que, por esos azares que tiene el destino, se fue calmando a través de una afición recién descubierta: la micología.

En La buscadora de setas (Maeva, 2018), todo un éxito editorial en aquellos países donde se ha publicado, Long propone al lector dos itinerarios. Por un lado, nos invita a descubrir el fascinante mundo de los hongos, y por otro, relata en qué medida el contacto con la naturaleza puede sanar el espíritu humano, incluso en los peores momentos.

Tanto en su faceta de divulgadora como a la hora de entablar un diálogo, Long demuestra que la curiosidad ‒en la ciencia y en la vida cotidiana‒ es un don insuperable a la hora de abrir nuevos horizontes y encarar el porvenir con optimismo.

En Japón surgió la idea de que los bosques pueden ser muy beneficiosos para la salud física y psicológica. Al leer su libro, tuve la impresión de que la búsqueda de setas también tiene un efecto psicológico muy positivo. ¿Usted le recomendaría esta actividad a quienes han pasado por experiencias dolorosas?

¡Por supuesto! El simple hecho de estar en el bosque, incluso para la gente que vive en las ciudades y que ni siquiera ve árboles en su día a día, es algo muy bueno. Además, leí que el verde, por el simple hecho de mirar algo de ese color, tiene un efecto positivo. El bosque está lleno de verde, y tus sentidos reciben nuevos impulsos, nuevos sonidos, olores… Si encima coges algo que puedes comer, ¡aún mejor! Así que sí lo recomiendo. Pero por supuesto, tienes que tomar tus precauciones, como llevar ropa adecuada.

Me imagino que escribir determinados pasajes del libro le ha llevado a revivir momentos muy tristes. Sin embargo, su mensaje es luminoso y esperanzador. ¿Cómo surgió la idea de escribir un libro sobre micología que, a la vez, es una reflexión sobre el consuelo y la reconquista de la felicidad?

Fue un poco casualidad que La buscadora de setas fuera lo que ha sido. Empezó como un libro de setas, no como un manual práctico de setas. Simplemente, quería escribir un libro personal sobre la micología, un libro antropológico sobre los buscadores de setas. Pero, a mitad del proceso de escritura, me pregunté dónde podía incluir a mi marido, porque yo pensaba que me habían salvado las setas, y por eso había una conexión.

Así que empecé a escribir sobre él, sobre su perdida, y lo tuve claro: el libro iba a ser una conexión de dos viajes, uno exterior al reino de las setas, donde yo empiezo como una principiante que lo pregunta todo (casi todas las preguntas están en el libro) y finalmente se convierte en experta. Y un viaje interior, donde todo es muy obscuro, donde escribo sobre cómo veo este camino que se abre ante mí, un camino señalizado por setas que empiezo a seguir… Cuánto más lejos iba por este camino, más aliviada me sentía de mi dolor.

Cuando un aficionado se acerca a la micología, el aprendizaje comienza por distinguir las setas potencialmente peligrosas de las que son comestibles. ¿Tardó mucho en ser capaz de diferenciar las especies?

La micología es un campo enorme y todavía estoy aprendiendo. De todas formas, creo que es importante señalar y admitir que necesitas aprender a distinguir unas cuantas especies. En Noruega tenemos un concepto sobr el cual he escrito en mi libro, que son las cinco setas seguras, y estas son setas que no tienen un aspecto venenoso. De modo que, si aprendes las características de estas cinco especies, no tendrás problemas.

Usted se formó académicamente como antropóloga social. Desde esta perspectiva, ¿ha descubierto, a lo largo de sus viajes, distintas aproximaciones culturales al mundo de las setas?

La más obvia es la aproximación desde el punto de vista del veneno. No estoy hablando de las setas mortales, sino de las setas que se definen por alguna razón cultural. Esto lo descubres de una forma muy rápida cuando viajas gracias a este hobby. En este sentido, es muy importante conocer los nombres científicos, porque incluso aquí, en España, los nombres locales cambian. Una vez que aprendes los nombres científicos, entonces sabes de lo que estás hablando.

Obviamente, la seta cobra una nueva dimensión cuando la cocinamos. ¿En qué medida le interesa a usted la gastronomía relacionada con ellas?

Estoy muy interesada en esa parte gastronómica. Al principio, cogía las setas que se podían comer, y las cocinaba de manera separada, para ver si me gustaban o no. Porque una seta se puede comer, pero tal vez no te guste porque el sabor puede ser distinto, y la textura y el olor también.

Hablando sobre cocina, tenía mucha curiosidad sobre cómo se pueden cocinar las setas de otra forma. No solo freírlas con sal y pimienta, lo cual está bien, pero puedes hacer muchas más cosas. Por ejemplo, postres: helados, panna cotta, tartas… No con todas las setas, pero con algunas de ellas sí. Una cosa que me gusta mucho hacer cada año es la mermelada. Y la como con queso. No es una mermelada dulce, tiene muchas especias y un poquito de vino tinto.

Entre los ornitólogos y aficionados a la observación de aves, siempre hay especies que buscan con especial interés. ¿Sucede lo mismo entre los micólogos más expertos? Y en este sentido, ¿cuál es su especie de hongo predilecta?

De la primera pregunta hablo en mi libro. De cómo hay setas raras que la gente quiere encontrar. Hablé con algunos micólogos para hablar de este tema. Y mi conclusión es que sí, tienes muchas preguntas morales: ¿está bien coger esas setas? ¿O es mejor dejarlas?

Sobre la segunda pregunta, te puedo decir que ayer comí por primera vez la oronja, la Amanita cesarea. No existe en Noruega, pero sí la tenéis en España y creo que es una delicatessen.

¿Piensa que los europeos valoramos adecuadamente el tesoro de biodiversidad que son nuestros hongos?

Creo que no del todo. Creo que mucha gente está interesada en pocas setas, por ejemplo los rebozuelos o los boletus. Pero hay muchísimos hongos más. En mi libro comento un curso al que asistí. Los profesores nos hablaban sobre sus setas favoritas, pero nadie nombró el rebozuelo. Todos estábamos sorprendidos, porque es una de las especies más conocidas y de las mejores.

En su libro, he encontrado reflexiones muy profundas sobre nuestra relación con la naturaleza. Más allá de la pasión que usted siente por las setas, ¿ha descubierto otras facetas de la botánica o de la zoología que le interesen?

Sin duda, he descubierto mucho sobre botánica. Como todos sabemos, la temporada de setas es principalmente en otoño, así que, cuando descubrí mi interés por el bosque, intenté que esa temporada fuera más larga, así que me interesé por muchas de las plantas silvestres que aparecen en primavera. Durante esa estación, tienen la mayoría de vitaminas y antioxidantes, porque como han estado hibernando, necesitan mucha fuerza para salir, y algunas de ellas tienen una vida muy corta. Otras plantas, por ejemplo, saben muy bien. De hecho, la sociedad micológica noruega se llama Sociedad de Setas y Plantas silvestres. Así que también hay cursos sobre estas últimas. Como me empecé a interesar por ellas, aprendí a usarlas en una tortilla, en ensaladas, y también a emplear las flores comestibles, con las que se hacen ensaladas muy bonitas. ¡Recomiendo aprender mucho más sobre los bosques!

¿Qué sensaciones le producen los numerosos elogios que ha recibido por su libro?

Por supuesto, me hace sentir muy orgullosa, muy feliz. Pero para mí lo más importante es que me ha dado la seguridad y la motivación para escribir más. Porque cuando escribí La buscadora de setas pensaba que solo escribiría un libro, pero ahora creo que tal vez pueda escribir otro.

Desde Cualia agradecemos a Laura Russo, jefa de prensa y comunicación de Ediciones Maeva, la ayuda brindada para la realización de esta entrevista.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de las fotografías © Juan Antonio García. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.