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El próximo paso para salvar el planeta. Una conversación de Sean B. Carroll con E.O. Wilson.

Edward O. Wilson alcanzó su prestigio argumentando que dos realidades aparentemente dispares, la sociedad humana y el mundo natural, se rigen por los mismos principios. Sean B. Carroll alcanzó el suyo unificando el estudio de los seres humanos y el de animales, mostrando que el desarrollo en ambos es impulsado, en lo fundamental, por los mismos procesos moleculares y genéticos. ¿Y qué sucedió cuando estos dos científicos se reunieron en una animada charla? Pues que decidieron unificar toda la biología.

Carroll visitó la oficina de Wilson en la Universidad de Harvard para conversar libremente a lo largo de una hora. El diálogo se centró en varias preocupaciones relacionadas con el porvenir, y luego volvió la vista hacia el pasado, para derivar finalmente hacia una campaña global: la de unir a los biólogos para salvar al mundo natural, como un requisito previo para entenderlo.

Wilson y Carroll iniciaron esta conversación comentando las amenazas que acechan a la biodiversidad de nuestro planeta.

S.B. Carroll: ¿Cuál fue el punto en el que supiste lo bastante como científico, o viajaste lo suficiente, como para percibir que la naturaleza está en peligro?

E.O. Wilson: Lo supe cuando empecé a ir al trópico, a principios de los años cincuenta. Pero es el tipo de cosas que se ven y no se comprenden en un primer momento… Observé parajes naturales arruinados en México y en partes del Pacífico Sur. Solía decir: «Oh, bueno, deterioraron toda esa zona. Esto hace que sea mucho más difícil ir a la selva tropical. Tengo que ir mucho más allá de la cordillera».

A lo largo de los años setenta y ochenta, empezamos a describir el panorama general, y esto fue lo que nos permitió valorar lo que se podría conservar y cómo podríamos hacerlo.

S.B. Carroll: Has visto ese panorama en términos globales, y en ese campo, estás mucho más experimentado que casi cualquier otro biólogo. Pero déjame asegurarme de que comprendo el punto de partida. ¿Empezaríamos con la protección del hábitat? ¿Es el primer trabajo, antes de que perdamos algo más, para proteger el ecosistema?

E.O. Wilson: Desde luego.

S.B. Carroll: Y eso es algo que la gente puede hacer.

E.O. Wilson: Por supuesto. Eso es lo que hacen las mejores organizaciones conservacionistas mundiales y nuestro gobierno (y otros gobiernos con inclinaciones ambientales, como Suecia y los Países Bajos). Proteger el ambiente salvaje que aún nos queda. Ésto es el equivalente de conduncir a un paciente hasta la sala de urgencias: hay que mantenerlo vivo para luego descubrir cómo salvar su vida.

Las organizaciones conservacionistas están haciendo todo lo que pueden con presupuestos modestos. Esencialmente, promueven la protección de reservas y parques en todo el mundo. En el libro Medio planeta. La lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción (Half-Earth: Our Planet’s Fight for Life, 2016), he defendido la existencia de unas áreas protegidas que, sumadas, abarquen la mitad de la superficie terrestre y marítima de la Tierra.

Imagen superior: portada de «Half-Earth» (W. W. Norton & Company). Entre las obras previas de Wilson, destacan «Sociobiología» (1975), «Sobre la naturaleza humana» (1979), «Viaje a las hormigas» (1994), «Consilience: la unidad del conocimiento» (1998), «El futuro de la vida» (2002) y «El sentido de la existencia humana» (2014). A la hora de resumir sus intenciones al escribir «Medio planeta», Wilson declaró lo siguiente a la BBC: «Necesitamos algo como el viaje a la Luna, como la cura del cáncer, algo que todos reconozcan, entiendan y apoyen. Así que propuse lo que llamo el Half Earth Project, o plan de la mitad de la Tierra, es decir, dejar la mitad del planeta para los seres humanos y la otra mitad para los otros 10 millones de especies con las que se estima compartimos el planeta (…) La población mundial, de acuerdo a proyecciones de Naciones Unidas, llegará a un máximo de 10.000 millones y luego caerá, debido al declive en la fertilidad. (…) Con inteligencia artificial, avances en biología y nuevos cultivos pondremos una carga menor en el planeta. Ésa es la dirección que deberíamos tomar, y dejar de actuar sobre la Amazonia y otras partes del mundo incluyendo Estados Unidos como si estuviéramos en el siglo XIX.»

S.B. Carroll: Tú has sido muy claro y persistente acerca de la importancia de inventariar y comprender qué es la biodiversidad.

E.O. Wilson: Sin embargo, el apoyo que se brinda a los estudios sobre biodiversidad y biología de la conservación es más bien mezquino. Y esto es una desgracia para las ciencias biológicas. Apenas hemos empezado a abordar los estudios de biodiversidad en relación con todas las otras ciencias ambientales, y ya flaqueamos en el empeño. No estamos catalogando la biodiversidad de la tierra tan rápido como deberíamos.

S.B. Carroll: ¿Y por qué crees que ocurre eso?

E.O. Wilson: Bien… La segunda mitad del siglo XX fue una edad de oro para la biología molecular. En general, fue una de las edades de oro de la historia de la ciencia. La biología molecular fue muy exitosa, e hizo una alianza tan potente con la ciencia médica que ambas prosperaron. Y continúan prosperando.

Los estudiosos de la biodiversidad, que son los más necesarios en la ciencia de hoy, tienen una enorme tarea por delante. El estudio de especies modelo es una gran idea, pero tenemos que combinarlo con otras investigaciones sobre biodiversidad, y apoyarlos como es debido por la contribución que pueden hacer a la biología de la conservación, a la agrobiología, al logro de un mundo sostenible.

Creo que he sido demasiado sosegado en mis declaraciones públicas. Mira qué pocos portavoces hay para estos asuntos. Es difícil nombrar a otras personas que sean emisarios prominentes en esta área, pero necesitamos transmitir el mensaje de alguna manera, incluso a través del creciente colectivo de ecólogos de sistemas, obsesionados con esos modelos matemáticos que ahora están inundando nuestra especialidad. Debemos dejarles claro, de una forma u otra, que no van a ninguna parte hasta que sepan lo que están estudiando. Es como tener un fisiólogo en la facultad de medicina y prescindir de la anatomía. Sin eso, no sabrás verdaderamente cuál es tu propósito.

S.B. Carroll: No conoces el terreno.

E.O. Wilson: Cada ecosistema, incluso uno pequeño, es sostenible porque tiene ciertas asociaciones y condiciones e influencias que son únicas para él. Y esas asociaciones biológicas se dan, por modestas que sean, entre miles de especies. No sabemos lo que está involucrado en los modelos, ni siquiera en sus aspectos más preliminares. Y sin embargo, estamos tratando de hacer un mundo sostenible, que tiene que incluir el mundo natural.

Creo que ese es el argumento que quiero hacer llegar. La especie humana ha triunfado, pero tiene que conseguir un punto de engarce. Tiene que llegar a comprender lo que sucede a su alrededor, por qué somos así y qué motiva lo que estamos haciendo.

S.B. Carroll: Esa es, precisamente, la razón por la que me dediqué a la educación científica [en el Instituto Médico Howard Hughes]. Sé que cinco millones de niños están en clases de biología en este momento, y quiero que se inspiren para preocuparse por la biología. No en los términos que figuran en sus libros de texto, sino en los de esta rama de la ciencia ‒esta rama del esfuerzo humano‒ que está más cerca de su ser.

La primavera pasada leí un discurso de graduación en la Universidad de California, en Berkeley, a los estudiantes de biología molecular. Concluí mi intervención con una cita de la película El graduado (1967), de Mike Nichols: «Sólo quiero decirte una palabra [le dice McGuire (Walter Brooke) a Benjamin (Dustin Hoffman)]. Sólo una palabra… plásticos«. Parafraseando ese diálogo, les dije: «Voy a deciros una sola palabra… leones«.

Les pregunté entonces si sabían que de los leones que había en la Tierra hace 100 años, tal vez solo sobreviva hoy el 5 por ciento, incluyendo aquellos que hay fuera de las áreas protegidas. Han desaparecido. Quiero decir con esto que todavía hay ejemplares salvajes en los grandes parques de África del Este y Sudáfrica, pero quedan muy pocos leones en cualquier otro lugar en África.

¿Te imaginas un mundo sin leones? ¿O sin osos pardos? ¿Sin tigres? ¿No crees que, si de repente viajásemos al futuro y esto ocurriera, tendríamos que admitir nuestro fracaso? ¿Cuál es el propósito de la biología si no quedan especies vivas por estudiar? Sería como un cosmólogo mirando al cielo sin ver ninguna estrella.

E.O. Wilson: Hay millones y millones de especies, incluyendo organismos de los que la mayoría de la gente nunca ha oído hablar. Aún queda mucho por explicar. No conocemos las funciones de la mayoría de esos seres, pero pueden ser más vitales para la sostenibilidad futura del planeta de lo que podemos incluso soñar. Y tenemos que averiguarlo. Necesitamos hacer este tipo de estudio.

Historias de éxito

Muchas de las noticias sobre la biodiversidad que llegan a los medios son informes sobre la destrucción de hábitats y sobre especies que se tambalean al borde de la extinción. Sin embargo, hay lugares en el mundo donde las personas han tomado medidas para preservar el mundo natural, y en este sentido, hay historias de éxito, que podemos celebrar y de las que podemos aprender.

E.O. Wilson: Probablemente no has oído hablar de él, pero he participado desde sus comienzos en una campaña para crear en Alabama un parque nacional de cientos de miles de hectáreas. El delta de los ríos Mobile y Tensaw sería el área protegida con mayor biodiversidad en América, y albergaría una tremenda variedad de organismos. Por ejemplo, 350 especies de peces. Y luego, hacia el norte, las Colinas Rojas y los Apalaches, un terreno profundamente dividido, con plantas y animales que son auténticas reliquias, aislados por el retiro del glaciar hace 10.000 años. La gente de por allí acaba de descubrir lo que supone ese patrimonio natural.

Imagen superior: Sean B. Carroll (1960) es profesor de biología molecular y genética en la Universidad de Wisconsin-Madison. Sus libros más conocidos son «Endless Forms Most Beautiful: The New Science of Evo Devo and the Making of the Animal Kingdom» (2005), «Into the Jungle: Great Adventures in the Search for Evolution» (2008), «Remarkable Creatures: Epic Adventures in the Search for the Origin of Species» (2009) y «The Serengeti Rules: The Quest to Discover How Life Works and Why It Matters» (2016). En la fotografía, aparece junto al fósil de un hadrosáurido en las Badlands de Dakota del Norte, en el documental»The Day the Mesozoic Died» (HHMI, 2012).

S.B. Carroll: Estuve en el Parque Nacional Yellowstone en agosto, con Liz Hadly, de la Universidad de Stanford, y ese espacio protegido todavía alberga todas las especies de mamíferos que estaban allí hace 3.000 años. Sabemos esto tras investigar a las ratas monteras (Neotoma) de las cuevas en Yellowstone. Y si todos los mamíferos aún están allí, podemos sentirnos tranquilos sobre todos los otros especímenes que habitan el mismo territorio.

Tenemos un parque muy antiguo, que abarca un área muy grande de un ecosistema, y que además es disfrutado por cuatro millones de visitantes al año, y sin embargo, lo que estamos contando es una historia de éxito. Esto nos dice que lo primero que hemos de hacer es preservar un gran ecosistema y luego administrarlo. Se puede hacer, y de hecho, se puede manejar científicamente.

Esto no significa que todo lo que se hizo en Yellowstone fuese correcto, pero me impresionó cuando Liz explicó que todos los mamíferos que estaban allá antes del asentamiento de los colonos europeos todavía siguen poblando el parque. Ella lo sabe porque ha investigado en las cuevas para analizar los microfósiles. Deberíamos sentirnos bien: los osos grizzly, los bisontes y los lobos continúan en Yellowstone, a pesar de haber sido eliminados en otras áreas donde habitaban.

E.O. Wilson: Si uno va desde los Estados Unidos ‒que, en relación con el resto del mundo, disfrutan de muy buen estado en términos de biodiversidad y sostenibilidad‒ hasta los trópicos, todo empeora. Pensemos en Indonesia, que está destruyendo su patrimonio forestal. O en África Occidental, donde no hay control alguno. Y es una situación global. Por esta razón, todo lo que hablamos se relaciona claramente con las necesidades y con las relaciones que surgen en los países de bajos ingresos.

Eso es lo bueno del Parque Nacional de Gorongosa, en Mozambique. No dejes que nadie te diga que la conservación es algo ajeno a la población local. Admito que es un caso especial, pero en Gorongosa se ve la verdad. Y la verdad es que un hombre, Greg Carr, ha puesto mucho de su dinero en ese proyecto, y ha sido capaz de salvar un bosque nacional y de recuperar un poco de desierto. De paso, persuadió al gobierno para que incluyese dentro del parque al monte Gorongosa, que capta la lluvia monzónica y la libera gradualmente a toda la región. Y ha sido capaz de detener la destrucción de la selva tropical que crece en ese monte, lo que habría significado en 20 años que todo el clima, o al menos el régimen hídrico de la zona, con el consiguiente efecto en todas las personas que viven allí, habría sido modificado.

He dedicado mi libro A Window on Eternity. A Biologist’s Walk Through Gorongosa National Park (2014) a Greg, a quien considero un «ciudadano del mundo». Necesitamos más gente como él. Greg y yo hemos hablado frecuentemente sobre la idea de persuadir a los multimillonarios para que protejan parques nacionales. Además, ha impulsado el desarrollo del país para sus habitantes.

Ten en cuenta que se trata de un país con un ingreso promedio muy bajo. Con sus propios recursos, ha mejorado las escuelas y clínicas en todo el parque, y ha conseguido empleos para un gran número de personas que vivían en la pobreza más absoluta a causa de la guerra civil.

Greg también resolvió el problema de la caza furtiva, que era grave porque los jóvenes de la zona no tenían dónde conseguir dinero, y estaban cazando en el parque. Obtuvo el permiso del gobierno para hacerse cargo del sistema de guardabosques… y cada vez que captura a un furtivo, le da un trabajo como guardabosques. La última vez que fui, me encontré con el campeón del furtivismo local, y ahora es un guardabosques. Le estreché la mano y me dirigió una gran sonrisa. Es en momentos como ése cuando sabes que Greg está haciendo un buen trabajo.

Imagen superior: Holden Thorp entrevista a E.O. Wilson © UNC-Chapel Hill.

Cambio de paradigma

Cuando los investigadores descubrieron que ciertos genes modifican los embriones de forma radicalmente diferente ‒humanos, ratones y moscas del vinagre, por ejemplo‒, varió nuestra comprensión de las relaciones entre los diversos organismos. Además, eso propició una rama científica (evo-devo, o biología evolutiva del desarrollo) y congregó a científicos pertenecientes a disciplinas biológicas previamente distanciadas. Para Sean B. Carroll, aquello constituyó un cambio de paradigma.

E.O. Wilson: Un cambio de paradigma es lo mejor que un científico puede esperar. Siempre que intuyo una oportunidad así, voy tras ella. Sucede cuando descubres que algo está funcionando de una manera diferente de lo que pensabas. Y esto es particularmente cierto en la biología molecular y celular, que es biología estructural, y por consiguiente, ofrece un mínimo potencial para la controversia y el partidismo entre los científicos. Ahí se trata de estudiar algo concreto.

S.B. Carroll: Bueno, hay una serie de observaciones e interpretaciones, y tienes que decidir cuáles son verdaderas… Con eso es con lo que yo tenía experiencia. Me refiero a cuando eres un principiante en un área determinada, y ves que surge alguna oportunidad, y no se puede persuadir a nadie más. Vas a tener que hacer que algo suceda y debes llevarlo a término.

Por ejemplo, en 1982 hubo una percepción entre, digamos, los biólogos moleculares de que a la hora de trabajar en algo relevante para los seres humanos, tenías que estudiar mamíferos, o al menos criaturas con una columna vertebral… Ranas y pollos, tal vez. Pero era sólo un «tal vez». Cuando decidí que iba a trabajar con la mosca del vinagre, muchas personas de alto nivel me dijeron: «Bueno, lo que estás haciendo es salirte del eje terrestre». Al fin y al cabo, ¿qué nos podía enseñar la mosca del vinagre sobre el desarrollo de cosas de las que nos preocupábamos más, incluyendo a los humanos?

Pero había algunas publicaciones que describían mutaciones de este insecto, demasiado fascinantes como para no estudiarlas. Por ejemplo, mutaciones que intercambiaban la identidad de ciertas partes del cuerpo. O mutaciones que variaban el número de partes del cuerpo. En ese punto, tenías que preguntarte: «Bien, ¿cómo podría un gen influir en algo tan llamativo?» Aquel era un gran rompecabezas genético.

Yo estaba en Boston como estudiante de posgrado y escuché algunas conversaciones ‒vislumbres de estos temas‒, y entonces tomé la decisión de que o bien trabajaba en estos genes o no hacía el postdoctorado. Me sentía enfadado. No estoy tratando de darme ningún crédito, como si tuviera una bola de cristal, pero ahí había un misterio tan convincente que no estaba dispuesto a trabajar en ninguna otra cosa.

Como suele ocurrir, aquello explotó más allá de lo que cualquiera hubiera podido imaginar. Nadie en el planeta había predicho que habría tanto en común: que la forma en que estos genes estaban conectados y el modo en que trabajaban juntos sería tan profundamente compartida en el reino animal. No era sólo que los genes estuvieran allí, sino que los procesos también estaban presentes, y que lo que aprendes de una Drosophila se traduce fácilmente a otras especies.

E.O. Wilson: Ese fue el cambio de paradigma.

S.B. Carroll: Sí. Impulsado no por la teoría, no por la previsión, sino por los datos. El tipo de datos que los investigadores no había encontrado y por cuyo significado hubo que luchar. En aquel momento, un número relativamente pequeño de laboratorios se ocupaba de estas criaturas, pero cuatro o cinco años después, probablemente había diez veces más laboratorios con el mismo empeño. De súbito, todo el mundo exclamó: «Oh, Dios mío. No sólo podemos encontrar detalles que se traducen a otras especies, sino que podemos encontrarlos mucho más rápido, mucho más barato, y además esta es la herramienta, algo así como el pasaporte a todo el Reino animal».

En el campo de la biología molecular y celular, el interés por la evolución y el panorama general de la historia natural fue silenciado. Es algo que ocurrió incluso durante los años ochenta. No había mucho conocimiento, y no había mucha curiosidad. Eso, creo, ha cambiado por completo.

Ahora nos damos cuenta de lo que los seres vivos tienen en común: procesos, moléculas, etc. Y esto tiene un efecto unificador. Los biólogos comparten un punto de vista mucho más integrado y son menos propensos a clasificarse en disciplinas muy estrechas.

Te voy a poner un ejemplo. Podría ser conocido como biólogo evolutivo, pero lo cierto es que no conocí a un paleontólogo hasta 1994. Yo estaba bien en mi carrera, progresando de modo independiente, y no creo que fuera el único. A medida que la biología del desarrollo avanzaba e íbamos desbloqueando los secretos del embrión, era absolutamente natural que me preguntaran acerca de la diversidad. Pero, en un principio, la mayoría de mis colegas dentro de la biología del desarrollo no fueron receptivos a la idea de un enfoque comparativamente amplio de la embriología.

Lo bueno del caso era que en la evo-devo, los paleontólogos venían a ser el gran grupo de animadores. A partir de la exuberancia de su trabajo, ellos proporcionaron a la gente como yo el estímulo necesario en este campo. No estaban ocupados necesariamente en él, pero nos brindaron un gran apoyo. Ellos estaban muy interesados en la evolución de la forma, por ejemplo. Y esta nueva fuente de información les había emocionado muchísimo.

Imagen superior: E. O. Wilson en el programa «Newsnight» © BBC.

Una biología unificada

Llegado el momento de salvar la biodiversidad de nuestro planeta, ¿podrían los biólogos de cada disciplina aproximarse y aliarse para alcanzar ese objetivo común?

E.O. Wilson: La biología, finalmente, ha aceptado la necesidad de un vínculo unificador de todas sus disciplinas. Estamos asistiendo al renacimiento de lo que podría llamarse historia natural científica, que nos ofrece ese trabajo de base ‒fundacional‒ acerca de todo aquello que habita la Tierra.

La mayoría de las personas se sorprende cuando escucha mis datos más sombríos. Conocemos dos millones de especies de plantas, animales y microorganismos, y podemos darle a cada una un nombre científico y aplicarle una descripción. Sabemos, siendo generosos, un poco de la anatomía de no más del 10 por ciento de las especies. Hemos hecho estudios exhaustivos en menos de una décima parte del 1%. Pero en realidad, el número total de especies que hay en la Tierra nos resulta desconocido.

Los invertebrados, incluyendo los insectos, apenas están descritos. Y ahora que nos estamos acercando al mundo microbiano ‒y finalmente tenemos las herramientas para su rápida identificación‒ podríamos encontrarnos con decenas de millones de especies. Esa es una gran pregunta que ni siquiera hemos comenzado a responder: ¿cuántas especies de microorganismos hay?

Ahora bien, esto no es algo como coleccionar sellos. Lo que necesitamos son expertos que se dediquen devotamente a la investigación de todo lo que concierne a cada especie, dentro de una comunidad científica que aprecie que cada hecho cuenta… En este sentido, vale la pena publicar todo lo nuevo que aprendas sobre cualquier especie. Puede ser una pista para otros, ya sea para un genetista molecular, para un biólogo del desarrollo o para un toxicólogo.

S.B. Carroll: Creo en la Biología con mayúsculas. Me licencié en la Universidad de Washington, donde sólo había un departamento de biología. Lo abarcaba todo, desde el estudio de las manadas de lobos a la investigación sobre virus. Realmente me gustó aquello. Luego fui a graduarme en Boston, y no me gustó la tensión que había entre quienes pensaban más en organismos y ecosistemas y los que pensaban en moléculas. ¿Por qué elegir? Llegué a la conclusión de que la biología era fascinante en cada nivel. Tal vez eso es parte de lo que la siguiente generación trajo a esta rama de la ciencia. De hecho, sentí que esas barreras ya no se alzaban para muchos jóvenes biólogos en los años noventa.

E.O. Wilson: Yo creo que estamos volviendo a eso ahora.

S.B. Carroll: Pero, ¿te provoca frustración que la comunidad de los biólogos no esté más unificada? Aunque sea de forma temporal, ahora parece haber llegado el momento de formar esa comunidad, tanto si uno se dedica a las moléculas como si estudia las ballenas azules. Nuestra meta decisiva es la preservación de la biodiversidad. La preservación de la salud de un planeta del que dependemos como una especie viva.

Esta es, en realidad, nuestra crisis existencial. ¿Quién conoce mejor que la comunidad de biólogos esta situación, con todas sus ramificaciones en la agricultura, en la medicina, etc? No en vano, estudiamos tanto la población de los seres vivos como su evolución.

Mira la forma en que el colectivo de los físicos abordó la cuestión de las armas atómicas después de la Segunda Guerra Mundial. La carrera nuclear fue la gran amenaza para la humanidad durante 40 o 45 años, y alarmó tanto a la comunidad científica conectada con la tecnología, que muchas de sus figuras principales, desde Einstein a Pauling, pasando por la Union of Concerned Scientists, se unieron para oponerse públicamente a la bomba atómica. ¿No crees que, como biólogos, en conjunto, deberíamos ser mucho más fuertes y estar más unidos ante lo que viene a ser el mayor de nuestros problemas?

E.O. Wilson: Me encanta lo que dices. Tienes razón. Y en este asunto debería haber sido más imaginativo. Nunca se me ocurrió ‒salvo como un pensamiento fugaz‒ que los biólogos y los investigadores de otras disciplinas afines pudieran estar dispuestos a firmar algo similar al Manifiesto Russell-Einstein de 1955.

S.B. Carroll: ¿No crees que deberíamos seguir esa línea, como hicieron los físicos?

E.O. Wilson: Es una gran idea. Apuesto a que tú y yo podríamos conseguir un impresionante número de firmas si lográsemos plantear la declaración perfecta sobre lo que la biología debe hacer ante este reto. «Este es el siglo de la biología. Esto es lo que la biología puede darle al mundo, y este es el tipo de apoyo que realmente necesita».

La palabra clave que la gente tiene que entender es «sostenibilidad». Tenemos que crear un entorno sostenible, en todo el mundo, y no lo estamos haciendo. Porque parece que lo mejor que podemos hacer es apropiarnos agresivamente las reservas naturales, y luego hacer todo lo posible para gestionar las necesidades y deseos de los once mil millones de personas que esperamos tener a finales de este siglo.

Aquí es donde la biología ha de cumplir su papel. Por eso, cuanto antes emprendamos el mapeo de la biodiversidad en la Tierra, mejor será para esta ciencia y para salvar a la biodiversidad antes de que acabemos con ella de esta forma tan descuidada.

Imagen superior: el biólogo E.O. Wilson habla a Jeffrey Brown sobre su libro “Half Earth” en la televisión pública estadounidense © PBS.

Imagen de cabecera: Universidad de Alabama.

Este diálogo fue previamente publicado en Mosaic. Editor: Giles Newton. Facilitadora: Mary Carmichael. Comprobación de datos y redacción: Kirsty Strawbridge. Traducción: Guzmán Urrero. Publicado originalmente con licencia CC.